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Joaquín Díaz cataloga los instrumentos musicales en la obra de Cervantes

EFE

Valladolid —

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Sabedor de que “donde hay música no puede haber cosa mala”, como dijo Sancho a la duquesa en la segunda parte del Quijote, el etnógrafo y musicólogo Joaquín Díaz ha censado y catalogado un conjunto de instrumentos en la obra de Miguel de Cervantes, de quien este año se cumple el cuarto centenario de su muerte.

Con la misma pasión, meticulosidad y paciencia de un ornitólogo, Díaz ha anillado y documentado una treintena de ingenios principalmente en las páginas del Quijote, pero también en sus entremeses y en buena parte de las Novelas Ejemplares, que esta tarde resumirá durante una conferencia que impartirá en la misma casa donde Cervantes vivió en Valladolid a comienzos del siglo XVI.

Consciente de la importancia que el arte musical tenía en su tiempo, el genial escritor “recreó con frecuencia escenas festivas y otras celebraciones protagonizadas por tañedores e instrumentistas variados”, ha explicado Díaz (Zamora, 1947) a la Agencia Efe.

“Algunos ya están completamente anticuados, otros nos han llegado muy poco evolucionados y algunos más han llegado vivos hasta nuestros días cuatro siglos después”, ha añadido este compositor e intérprete que durante cinco décadas ha grabado cerca de un centenar de discos sobre el patrimonio musical hispanoamericano.

La vihuela, zampoña, el clarín y las trompas de París, la gaita zamorana, el salterio o el albogue remiten a tiempos pretéritos aún cuando numerosos grupos de música antigua los utilizan actualmente en sus conciertos.

Unos son de extracción cortesana y otros acusan un linaje más popular, en algunos casos ligado a oficios como el afilador y su flauta o el castrador de puercos que se anunciaba “con su silbato de cañas”, según dejó escrito en la primera parte del Quijote quien fue mozo de pendencias, soldado del rey, alcabalero (cobrador de tributos) y escritor frustrado.

Joaquín Díaz, académico de la Real de Bellas Artes de San Fernando, ha clasificado los instrumentos cervantinos, según su uso y función, en pastoriles (rabel, zampoña o churumbela); en bélicos (pífano, clarín, tambor o atabal); en domésticos (guitarra, laúd o vihuela); y en los de fiesta (dulzaina, gaita, cascabeles o sonaja).

Así, el pandero suena en “La ilustre fregona”, las sonajas baten en “La gitanilla”, los cencerros retumban en “La tía fingida”, las castañetas entrechocan en “El retablo de las maravillas”, y los cascabeles se agitan en “Rinconete y Cortadillo”, entre otros escritos que ha rastreado Joaquín Díaz, buena parte de los cuales se pueden observar en la amplia colección que custodia este musicólogo en el Centro Etnográfico que lleva su nombre en Urueña (Valladolid).

Literatura y musicología con frecuencia van de la mano, ha apuntado antes de señalar al género del romance (versos de ocho sílabas) como el mejor cauce de ideas y reflexiones que ha existido en las letras hispanoamericanas, y que Cervantes, entre otros autores, puso en boca de numerosos personajes, incluso él mismo como narrador para situar la acción (“Media noche era por filo”).

“No es ninguna novedad. Es algo que se ha estudiado con creces y se sabe que el romance en la época de Cervantes era la forma poética que más y mejor expresaba el sentimiento y la cultura del pueblo español”, ha apuntado Díaz, quien en su abundante discografía el romance ocupa un lugar preferente con temas recopilados por él mismo en trabajos de campo, directamente desde las fuentes orales.

En El Quijote y en otras obras de Cervantes “figuran constantes alusiones al silencio, al sonido, al ruido, al estrépito y al estruendo, dentro de una escalera de sensaciones para las que el escritor se valió de los instrumentos musicales”, ha concluido.

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