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Kerangal: “Antes Lampedusa se asociaba a 'El Gatopardo', ahora a naufragios”

Kerangal: "Antes Lampedusa se asociaba a 'El Gatopardo', ahora a naufragios"

EFE

Barcelona —

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La escritora Maylis de Kerangal, autora de las premiadas “Nacimiento de un puente” y “Reparar a los vivos”, es también una persona comprometida como demuestra en su novela-canto “Lampedusa”, centrada en la isla italiana, “antes asociada a 'El Gatopardo' y ahora a los naufragios de inmigrantes”.

La francesa, durante un viaje relámpago a Barcelona, ha presentado hoy este título de apenas 64 páginas, publicado en castellano por Anagrama y que escribió a principios de 2014 a petición de una asociación de su país para incluirla en una colección literaria sobre paisajes.

Ha reconocido que se trata de una obra “especial” en su trayectoria, su título más personal, y que no debe verse exactamente como una novela, sino como “un gesto poético” en torno a un topónimo que durante años se relacionó con el escritor Guiuseppe Tomasi di Lampedusa y a “El Gatopardo”, lo que ha cambiado en los últimos años debido a los naufragios que allí ha habido de personas procedentes de países como Libia.

Aficionada desde siempre a los topónimos y a lo que éstos evocan en las personas, reflexiona que desde hace unos años ya no se puede escuchar Lampedusa “como se podía oír antes cuando se asociaba a 'El Gatopardo' y a un actor como Burt Lancaster”.

En este artefacto literario, que transcurre a lo largo de una noche, una mujer escucha por la radio, sentada en la cocina de su casa, que un barco procedente de Libia, cargado con más de 500 emigrantes, ha naufragado en la costa de la isla de Lampedusa, calculándose unas 300 víctimas.

A partir de ese suceso, esa mujer teje “un puente” entre el lugar y todo lo que le sugiere. “La cuestión -ha proseguido- era escuchar qué se oye al decir Lampedusa. Es un libro sonoro, de voz”.

A la hora de escribirlo paseó el topónimo por su imaginario personal, logrando como una “estratificación” de su imaginación, creando un libro “arqueológico en el que se van haciendo excavaciones en la mente de esa mujer, quedando al final el nombre de una tragedia”.

Entiende la escritora, que volvió a visionar la película de Visconti sobre “El Gatopardo” antes de enfrentarse a la página en blanco, que ha partido de un nombre y al final el lector llegará a ese mismo nombre “pero desnudado de sus estratos ficcionales”.

El silencio, la meditación van apoderándose de este texto de analogías y correspondencias, de imágenes, que acaba evocando “algo violento”, como son esos naufragios, en una isla en la que viven personas pobres.

Precisamente, en uno de los párrafos de la novela indica que los habitantes de ese lugar, “habían albergado a aquellos extranjeros, más pobres que pobres, esos seres que no poseían ya nada ni podían pronunciar su nombre; los habían recogido y a la humanidad entera con ellos. Hospitalidad”.

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