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Mari Pau Domínguez indaga en el “corazón melancólico y el alma oscura” de Felipe V

Mari Pau Domínguez indaga en el "corazón melancólico y el alma oscura" de Felipe V

EFE

Madrid —

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La novela histórica es un territorio literario, un género, en el que Mari Pau Domínguez se desenvuelve cómodamente, y a ella vuelve con “La corona maldita”, en la que indaga en ese rey “de corazón melancólico y alma oscura” que fue Felipe V, el primer Borbón que ocupó el trono de España.

Un monarca “torturado por terribles miedos y fantasmas”, a quien “la enfermedad de su mente le enturbió la vida”, un rey que no quería gobernar el Imperio que era entonces su Reino, un hombre obsesionado con la muerte y con el sexo, de “inusuales destrezas amatorias”.

“Sí, esa obsesión por el sexo está en el ADN de los Borbones, de la dinastía. Otros ejemplos desde Felipe V hasta hoy lo confirman”, destaca Mari Pau Domínguez en una entrevista con Efe.

Nieto de Luis XIV, el Rey Sol, e hijo del Gran Delfín de Francia, y por lo tanto educado en la corte de Versalles, que nada tenía que ver en costumbres con la española, Felipe V cruza los Pirineos “con 16 años, poca vida y mucho miedo”, para convertirse en el rey de un país que desconoce absolutamente.

Era “un intruso” que accede al trono español por decisión testamentaria del último Austria reinante en España, Carlos II, el Hechizado, una decisión que provocaría una guerra que duraría catorce años.

“La tristeza -escribe Mari Pau Domínguez- empezó a apoderarse del alma de aquel muchacho criado entre hábitos más desenvueltos, menos estrictos y más entregados al placer que a la tortura”.

A pesar de todo, el reinado de este monarca atrapado en lo que se creía melancolía y más tarde sería diagnosticado como depresión, “tuvo muchas luces, prima en él lo positivo”, considera la autora de “La corona maldita” (Grijalbo).

“Fue un buen reinado, y largo. Desde el punto de vista cultural fue uno de los más espectaculares y positivos. Revitalizó la cultura, hasta entonces tan sombría como las costumbres de los Austria. A él se debe la creación de las Academias”, recuerda la escritora y periodista.

“Todos los historiadores coinciden en que fue un buen reinado, con sus luces y sus sombras, pero un buen reinado”, insiste la autora, más interesada en el perfil psicológico del monarca que en el contexto histórico en el que reinó.

“Me interesaba, ante todo, ese hombre que tenía como misión arraigar en España una dinastía nueva, en un país tradicionalmente enemigo del suyo, y cómo ese rey no quería reinar, nunca quiso gobernar”, dice.

Si lo hizo quien primero fue llamado “el Animoso” y más tarde “el Melancólico” fue gracias a que supo rodearse de “buenos ministros” y, especialmente, a quien fue su segunda esposa, Isabel de Farnesio, decisiva durante gran parte de su reinado.

Ella fue quien llevó las riendas del reino durante mucho tiempo, en los peores momentos de la enfermedad de su esposo. “Ella fue el rey”, recalca Domínguez.

Se trata de “un personaje fascinante”, una mujer “de armas tomar”, bastante culta, “amante del arte y de la caza”, una afición que compartía fervorosamente con su esposo. “Era lista, muy lista”, apostilla.

Antes de su boda con Felipe V, a Isabel de Farnesio “le habían hablado de las cosas muy raras que le gustaban al rey en la cama -las escenas tórridas abundan en la novela-. Y, efectivamente, se sorprendió las primeras veces que compartió lecho con él, en sus primeros encuentros sexuales, pero entendió muy bien que por esa vía podía controlar a su marido”. Y lo consiguió.

Fue “absolutamente complaciente en la cama” y muy ambiciosa. “Jamás soportó a los hijos de la primera esposa del rey (María Luisa Gabriela de Saboya), los que estaban destinados a reinar, como así fue. Pero por encima de todo quiso que los suyos ocuparan tronos en las diferentes cancillerías europeas. Y lo fue consiguiendo, incluso a veces en una orilla casi contraria a los intereses españoles”.

“Sí, parecía una pareja enamorada. Ella aguantó muchas cosas de él. Y sobre todo entendió que se había casado con un hombre enfermo. Le cuidó, pero supo también apropiarse de su poder”, sostiene Mari Pau Domínguez, para quien la obsesión por el sexo del monarca corre paralela a su obsesión por la muerte.

“Combatió esa obsesión enfermiza por el paso del tiempo con otra, la del sexo. Porque al final, el sexo es vida. La vida nace del sexo, y él quería, sobre todo, combatir la muerte”, que le llegaría con 62 años.

Fue su deseo, en contra de la tradición de los Austria, que continuaron después los Borbones, que su cuerpo no fuera enterrado en la cripta real del Monasterio de El Escorial, un lugar que disgustaba a Felipe V. De ahí que fuera sepultado en el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, que él mandó construir, a semejanza de su añorado Versalles, y que fue su residencia preferida.

En un momento del relato, Felipe V se pregunta si, algún día, “porque no tenía claro que la dinastía tuviera continuidad en España”, reinaría un Felipe VI. Los temores del primer Borbón español no se han cumplido y hoy reina Felipe VI, “posiblemente, sí, el menos Borbón de los Borbones que han reinado en España”, sostiene la autora.

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