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“El Mariquelo” sube a lo más alto de Catedral de Salamanca, y ya van 28 años

"El Mariquelo" sube a lo más alto de Catedral de Salamanca, y ya van 28 años

EFE

Salamanca —

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De “buenas sensaciones” a “todo ha salido bien” pasó casi una hora. La que va desde que Ángel Rufino de Haro, “El Mariquelo”, llegó a la Plaza de Anaya de Salamanca para subir a lo más alto de la Catedral Nueva -a más de 200 metros y 356 escalones- hasta que descendió y pisó de nuevo piedra firme.

Un año más, y van 28, el folclorista salmantino cumplió con la tradición, la que le lleva a subir hasta la parte más elevada de la seo de Salamanca como acción de gracias, un acto que comenzó en 1755, como una forma de agradecer a Dios que el terremoto de Lisboa de ese año, que se sintió en la ciudad, no destruyera la Catedral ni causara víctimas mortales.

Esta parte de la historia de Salamanca comenzó en 1755 y, desde aquel año, uno de los miembros de la familia de los Mariquelos, que cuidaba la Catedral salmantina, subía hasta lo más alto del edificio.

Doscientos años después, en 1985, el folclorista Ángel Rufino de Haro recuperó la tradición y, tras considerarse el heredero de los Mariquelos, comenzó a subir al cupulín, donde se encuentra la veleta de la Catedral Nueva, aunque en los últimos años, y debido al estado en el que se encuentra, se decidió que solo llegara a la base.

“El Mariquelo” volvió a subir esta mañana, como en los últimos 28 años, y lo hizo ante cientos de personas que se aglutinaron en la Plaza de Anaya y la calle de La Rúa.

Junto a la gaita y el tamboril, el folclorista tocó, arriba del todo de la Catedral Nueva, la charrada que compuso para este motivo y dio gracias a Dios, como es habitual en él, por poder “seguir subiendo”, un hecho que para él “no tiene límite”.

A las 12.05 llegó a la última zona de la Catedral Nueva a la que puede acceder por dentro, después de subir 356 escalones, por una escalera de caracol, una parte ya remozada y la otra oscura, sin acceso al público.

Escaleras estrechas, empinadas, de difícil acceso, oscuras, incluso en algún tramo había cubos y fregonas, como zona de almacenamiento.

Arriba, el folclorista se dirigió a los salmantinos y turistas que veían el espectáculo, y recordó a Santa Teresa, recitando su “vivo sin vivir en mí”, y alabó el trabajo de organizaciones como Cáritas o Asprodes -de personas con discapacidad psíquica-, o un colegio salmantino que este año cumple cien años de su creación.

A su llegada de nuevo a la Plaza de Anaya, volvió a tocar la gaita y el tamboril, tras haber cumplido un año más su tradición, su deseo. Y ahora, ya está pensando “en el próximo año”, en volver a subir, en mantener viva la tradición.

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