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Ripstein ve en el dramatismo del blanco y negro la esencia del cine

Ripstein ve en el dramatismo del blanco y negro la esencia del cine

EFE

Gijón —

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El director hispanomexicano Arturo Ripstein, cuya última película “La calle de la armargura” compite en el Festival Internacional de Cine de Gijón, ha defendido hoy el dramatismo del blanco y negro como esencia del séptimo arte.

“Aprendí a ver cine, a amar y a odiar en blanco y negro y cuando proyecto una nueva película la veo en monocromo”, ha afirmado esta mañana en una rueda de prensa celebrada en el certamen gijonés.

El director, que descubrió su pasión por el cine en 1959 a la edad de 15 años cuando vio la película “Nazarín” de Luis Buñuel, ha destacado que por exigencia de los productores tuvo que filmar en tecnicolor, aunque toda su obra tiene un “tono algo monocromo”.

Con el tiempo las películas se decoloran y se transforman en “algo horrendo”, en cambio el blanco y negro, con sus contrastes entre las luces y las sombras, “permanece”, ha añadido.

Ripstein ha destacado la carga dramática que aporta el monocromo al arte al afirmar que el “Guernica” no transmitiría con la misma intensidad el dolor de la guerra si Pablo Picasso lo hubiera pintado de colores.

El blanco y negro de su ultima película, “La calle de la amargura”, crea una “atmósfera en la que la miseria se huele”, según la crítica especializada que asiste al festival.

EL filme, inspirado en un suceso ocurrido en México DF, en el año 2002, con el asesinato accidental de dos enanos, artistas de lucha libre, por dos prostitutas avejentadas que les drogan para robarles, muestra la cara de un país que no se exhibe en los folletos turístico.

Considerado un cineasta comprometido con su tiempo, Ripstein no prestó atención a este crimen, hasta que su esposa, la guionista Paz Alicia Garciadiego, le puso sobre su escritorio un guión terminado.

Aún así, ha admitido no haberlo leído hasta que su compañera le amenazó con dejar de darle de comer y que entonces le pareció que tenia “excelencias” que no se esperaba y decidió rodarlo.

“Del caso me había enterado de oídas, no había leído la noticia, no suelo leer este tipo de notas porque en México lo espantoso siempre se supera al día siguiente”, ha afirmado.

Con su esposa, que ha guionizado la mayor parte de su obra, Ripstein forma un equipo en el que cada uno aporta su sensibilidad.

“Ella se ha educado con las monjas, yo con republicanos españoles exiliados y además soy judío, eso es determinante en las películas porque ella pone el pecado y yo la culpa”, ha dicho el director.

Además, en la segunda jornada del festival hoy se ha proyectado el largometraje mexicano “La delgada línea amarilla”, ópera prima del director Celso García, que aborda algunos aspectos poco visibles de la sensibilidad masculina.

La película muestra el lado más sentimental de los hombres en las conversaciones que mantienen un grupo de obreros mientras pintan en la calzada la línea divisoria de los dos carriles de una carretera poco transitada.

Toño, el protagonista, interpretado por Damián Alcázar, es un antiguo capataz de obra amargado por un accidente que tiene por compañeros de cuadrilla a “Gabriel” (Joaquín Cosio) y a “Ataide” (Silverio Palacios).

En un escenario considerado por la crítica como “digno de un western”, una carretera en medio de un paisaje árido, los trabajadores intercambian confidencias y desnudan sus almas en un ambiente de hombres y perros.

Celso García ha dicho que quiso romper con el tópico del “macho mexicano” y que la historia la estuvo madurando durante siete años, hasta que en un viaje en automóvil vio una cuadrilla que pintaba la carretera bajo la lluvia.

“En ese momento me pregunté como serían esos hombres, qué vivencias habrían tenido y ese mismo día al llegar a casa comencé a escribir el guión”, ha dicho.

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