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Turismo de pobreza en Nairobi, entre la conciencia social y el espectáculo

Turismo de pobreza en Nairobi, entre la conciencia social y el espectáculo

EFE

Nairobi —

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Mientras apuran su capuccino en una de las cafeterías más conocidas de Nairobi, Jacq y Brigitte reciben las últimas instrucciones antes de comenzar la visita organizada a Kibera, uno de los barrios de chabolas más grandes del mundo.

“Primero iremos a Toi Market, un mercado de ropa de segunda mano, y luego visitaremos varios proyectos de la comunidad. Podéis hacer fotos sin problema”, explica Leonard, uno de los dos guías de Kibera Tours, una modesta compañía local que se dedica a enseñar el barrio a los turistas.

El paseo comienza con una rápida caminata a través del mercado que, a su vez, sirve de entrada al asentamiento. Desde el primer momento, un olor a pescado frito, fruta fresca, basura ardiendo y aguas residuales inunda los sentidos del visitante, que siente en la nariz los contrastes de un lugar desconocido.

El turismo de pobreza es una actividad controvertida que en países como Kenia y Sudáfrica ha alcanzado cierta popularidad porque permite dar un paseo por un barrio de chabolas -lugar poco frecuentado por extranjeros debido a su peligrosidad- y conocer las pésimas condiciones de vida de los locales.

Sin embargo, hay una línea muy fina entre la concienciación social y el mero espectáculo que no todo el mundo respeta. “Antes de venir, discutimos mucho rato sobre cómo nos debíamos comportar y qué debíamos hacer. No hay que tomárselo como un safari”, explica a Efe Laura, una belga de 27 años que está en Nairobi de vacaciones.

Jacq y Brigitte, una pareja de holandeses de mediana edad, andan con curiosidad y giran la cabeza a cada tienda, taller o casa que ven, todas desvencijadas, con techos de hojalata oxidada y rodeadas de basura. De vez en cuando sacan una foto. Sin duda, una imagen que tardarán en olvidar.

Las empresas que ofrecen estos tours siempre los venden como una “oportunidad única” para ver la otra cara de Nairobi o la mejor manera de “entender el panorama cultural, geográfico y político” de una ciudad en la que, según Naciones Unidas, dos terceras partes de la población vive en barrios chabolistas.

Si estos discursos son fruto de la buena intención o del deseo de hacer negocio -o un poco de ambos- es difícil de saber, sobre todo cuando, a pesar de sus reiteradas explicaciones sobre el espíritu de superación de los residentes, el guía conduce a los clientes a las tiendas de recuerdos o a proyectos que necesitan financiación.

Un tanto extrañados por su presencia, y tal vez conscientes de que su presencia difícilmente les reportará algún beneficio, los locales prefieren ignorar a los visitantes y la mayoría solo interactúa con ellos a través del guía o para llamarles la atención porque no quieren aparecer en una foto.

Raras veces la hostilidad va más allá de una mirada de desprecio o de un ligero reproche, si bien algunos reconocen que no les gusta sentirse observados ni parte de un espectáculo que no va con ellos.

El precio de la visita son 2.500 chelines (unos 22 euros) más las propinas, cualquier recuerdo que compren en las tiendas y el taxi de vuelta al hotel, ya que el paseo finaliza en las oficinas de la compañía turística, situadas en medio del barrio y, por lo tanto, lejos de la zona de confort del turista.

A pesar del bochorno de mediodía y de la indiferencia generalizada de los locales, los cuatro turistas se muestran satisfechos de su experiencia y todos coinciden en señalar el impacto que ha causado en su forma de percibir la pobreza.

“Si se hace con respeto y de una forma honesta, ver cómo la gente sale adelante en un barrio así puede cambiarte”, comenta Bahari, una danesa de origen iraní, antes de desaparecer entre la maraña de casas de vuelta a su hostal para apurar sus últimos días de vacaciones.

Xavi Fernández de Castro

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