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Las académicas de la RAE quieren dar “un esplendor feminista” al lenguaje

Soledad Puértolas seguida por los académicos José María Merino y José Luis Borau

Mónica Zas Marcos

La Real Academia Española despide por segunda vez a Ana María Matute. El sillón K, que había guardado el luto a la escritora desde 2014, amanecerá mañana con un nuevo inquilino varón. El ingreso de este académico sitúa el marcador de miembros en 36 hombres y 8 mujeres, que apenas alcanzan el 17% de la institución.

Matute fue la tercera en conseguir un lugar en la Academia de la Lengua después de tres siglos de cortijo masculino, y ahora muchos se han tomado la noticia como un paso atrás. También ha significado una afrenta para la Ley de Igualdad de 2007, que establecía la obligación de corregir cualquier discriminación por razón de sexo. Una medida que no solo ha sido olvidada por nuestro templo linguístico, sino en todas las Reales Academias.

La tradición misógina de la RAE ha vuelto a ocupar la primera plana y, con ella, las consecuencias que pueda traer para el lenguaje. El proyecto Golondrinas a la RAE lleva siete años denunciando los términos y definiciones machistas del diccionario, demasiado reacio a promover el lenguaje no sexista. Por poner un ejemplo, no fue hasta hace un mes que la Real Academia anunció la revisión del término “sexo débil” asociado a “conjunto de las mujeres”.

Un avance perezoso que es el reflejo de su lenta regeneración interna. Tampoco es una casualidad que la corrección de estos patinazos machistas se estén dando justo ahora. A partir de 2010, seis mujeres han ocupado sillones donde solo se habían sentado hombres desde 1713. Hay quienes piensan que esto es obra y milagro de la Ley de Igualdad; pero otros dicen que la RAE suavizó el cerco masculino “porque ya tocaba”. Esto último molesta sobremanera -y con razón- a las académicas de la Lengua, que se niegan a ser calificadas como un mero encaje de bolillos. 

Ninguna se alza con el mérito de estar cambiando la Academia desde dentro, pero sí admiten haber plantado una semilla entre sus colegas hombres. Aunque sus prioridades varían, no se quejan del relevo masculino de Ana María Matute porque todas coinciden en que la RAE avanza hacia la paridad sin imposiciones. Pero hay un cambio que sí les parece imperioso: eliminar la herencia misógina de las palabras. 

Los discutibles “méritos”

“Mi proyecto ideal dentro de la RAE sería limpiar y darle un esplendor muchísimo más feminista al lenguaje”, dice la académica Carme Riera en una entrevista con este medio. La escritora que ocupa el sillón N piensa que eliminar la herencia misógina del lenguaje debería ser una de las prioridades de la Academia. “Escribí varios estudios al respecto antes de entrar y te aseguro que es algo que se debate de forma constante”, afirma. 

"Mi proyecto ideal dentro de la RAE sería limpiar y darle un esplendor muchísimo más feminista al lenguaje"

Riera pertenece a una de las comisiones culturales más polémicas, la de la incorporación de nuevas palabras al diccionario. Fue su grupo el que decidió aceptar selfi en la sorprendente última edición, aunque “la Academia mantiene una postura conservadora, y hay muchos términos que ni siquiera considera”. A pesar de eso, asegura que no hay grandes alborotos en su comisión y que todos sus compañeros comparten un criterio parecido.

Por eso no duda de que le apoyarían en su “proyecto feminista”, ya que “no se puede decir que la RAE en estos momentos sea misógina”. Para la novelista, “la misoginia es algo negativo y horroroso” y ser feminista es un condicionante moral. “Cualquier persona que sea racional y honesta tiene que ser feminista”, agrega. La revisión de los términos machistas ayudaría entonces a demostrar que “defendemos un lenguaje moderno, alejado del siglo XII”.

También cree que es una prioridad extensible a las ocho académicas. “Nosotras estamos más concienciadas porque somos mujeres y tenemos las antenas abiertas a todo lo que tiene que ver con el sexismo linguístico”. Su emoción con este compromiso se amortigua, sin embargo, al hablar de igualdad de género entre los miembros.

“Yo no estoy por la paridad. Si una mujer tiene méritos, debe entrar”, apunta. Riera piensa que los académicos son conscientes de que deben admitir a más mujeres y que se conseguirá en un futuro cercano. “Yo, por mi parte, lo tengo muy claro. Conozco a mujeres realmente estupendas que pueden entrar al mismo nivel que cualquier hombre”, dice a título personal, sin declararse muy amiga de las cuotas.

Soledad Puértolas no comparte el argumento de los méritos, pero también piensa que las cuotas “serían una fórmula de obligación mal planteada”. Ella ingresó en la Academia en 2010, justo cuando despertó la conciencia paritaria de la RAE, aunque todavía sigue en un estado de vigilia. “Se arrastra la costumbre viciosa de que no entren mujeres en la Academia. Ya no tenemos esa cerrazón, pero claro, hay que hacer por verlas donde antes no miraban”, dice contundente.

“El lenguaje debe ser polémico”

Puértolas, que fue la quinta mujer en ocupar un sillón, considera que la labor de las académicas es señalar y descubrir a posibles compañeras. “Hay dramaturgas, filólogas, poetas e historiadoras magníficas, pero están invisibilizadas”, opina.

También achaca la lentitud de la regeneración al interminable proceso de selección. En él, tres académicos deben ofrecer un candidato, estudiar su obra, exponerla y votar. Por razones evidentes, tanto los encargados de la selección como los votantes, son en su mayoría hombres “que buscan entre la parte visible de nuestra sociedad, es decir, entre otros hombres”.

La académica de la 'G' se encuentra ahora mismo en una comisión dedicada a revisar palabras que arrastran un contexto arcaico o están en desuso. “Por ejemplo, la palabra vicio sigue definida por unos baremos religiosos y católicos, y no tiene nada que ver con el uso que se da hoy en día”. En ese sentido, Puértolas asume que las palabras nacen y mueren, y que en su comisión “estamos muy interesados en borrar del diccionario esa herencia misógina”.

Comparte, al igual que Carme Riera, que debería ser un aspecto primordial de su trabajo en la RAE, aunque también duda de que sea una tónica general entre las académicas. “Hay hombres más interesados en eliminar la herencia misógina de la RAE que algunas mujeres. Hay de todo, variedad”, dice. Puértolas piensa que, además de reflejarse en la RAE, estos dejes machistas del lenguaje deben desaparecer primero de la sociedad. “El progreso tiene que darse a la vez, no podemos dictaminar”, expone.

"Hay hombres más interesados en eliminar la herencia misógina de la RAE que algunas académicas"

Ella sí admite que las polémicas del lenguaje traspasan las paredes de la Academia y llegan a las comisiones. “Pero es que el lenguaje debe ser polémico y generar debate, siempre que se mantengan las formas”, apunta. La académica también piensa que es bueno salir y escuchar el rugido de la calle, “porque la RAE es una institución que se ha mantenido siempre muy al margen de la sociedad”, y eso la convierte en un templo arcaico y elitista.

En cuanto a proyectos, Puértolas reconoce que tiene muchas ideas vivas, pero siempre chocan contra el mismo muro: el del dinero. “Es bueno que la gente sepa lo que hacemos y también que, con todos los recortes, ahora es una institución mucho más precaria”, afirma.

Los recortes de las letras

Los recortes también son la principal reivindicación de la filóloga Inés Fernández Ordóñez. Es miembro de la Real Academia desde 2008 y, a sus 55 años, la muestra de que una profesional no necesita estar en su ocaso para ser digna de la RAE. Su discurso gira en torno al dinero porque lo considera esencial para ofrecer un buen servicio a los ciudadanos. “El Gobierno redujo la subvención a la Academia en más de un 40% hace ya cinco años, cuando comenzó la crisis. Y sin dinero no salen las cosas”, recalca. 

Fernández Ordóñez es catedrática además de académica, y ahí si que encuentra un caso grave de brecha de género. “Somos apenas el 14%, aunque las profesoras titulares ya han conseguido ser la mitad de la plantilla. Confío en que, cuando ellas se promocionen para la cátedra, estén en una mayor situación de igualdad”, afirma. 

Mantiene ese espíritu esperanzador con la Real Academia Española, donde asegura que “hay voluntad de cambiar las cosas”. Aun así, no le produce desagrado que el sillón de Ana María Matute no vaya a ser ocupado por una mujer. “Igual que un novelista no es sucedido por un novelista, y puede ser ocupado por una persona de distinto perfil, lo mismo ocurre con el sexo”, dice en cuanto al polémico relevo del sillón K. De momento, “se va a intentar que haya una conciencia muy clara de aumentar las posiciones de las mujeres”.

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