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La arquitectura española todavía sigue en pie en El Aaiún

La arquitectura española todavía sigue en pie en El Aaiún

EFE

El Aaiún —

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La ciudad de El Aaiún, capital del Sáhara Occidental, conserva un patrimonio arquitectónico construido en tiempos de la colonización española que sobrevive milagrosamente al paso del tiempo y a la llegada de Marruecos sobre el territorio hace ahora cuarenta años.

Casas con tejados esféricos adaptadas para el desierto, fortalezas construidas según el estilo bereber del sur del Atlas, palacios que imitan el estilo neomorisco, y hasta experimentos del desarrollismo español de los años sesenta y setenta: todo cupo en aquel Aaiún español, y de casi todo queda huella.

El Aaiún (que significa “las fuentes”) responde a una idea militar, pues nació como emplazamiento de una tropa que ya había ocupado la ciudad santa de Esmara y que buscaba asegurarse en África una zona de influencia que sirviera de retaguardia a las Islas Canarias.

Por ello, los fundadores de El Aaiún y los responsables de su expansión y crecimiento fueron militares españoles, que en un primer momento estuvieron animados por una cierta idea “africanista” que les llevó a realizar algunas de las construcciones más originales, allá por los años cincuenta.

Sin duda lo que más llamaba y aún llama la atención fueron las casas con cúpula semiesférica ideadas por el capitán Alonso Allustante, que las concibió como un modelo que imitase en lo posible la idea saharaui de una tienda o jaima.

Pero además, estas viviendas unifamiliares tenían la ventaja de que la cúpula tenía un efecto térmico que hacía disminuir el calor uno o dos grados, algo crucial en una ciudad del desierto y que ya se conocía en otros lugares tan alejados como Egipto, sin que quede claro si el capitán conoció en su día las obras del reputado arquitecto egipcio Hasan Fahmy.

El capitán arquitecto debió encontrar el beneplácito de la superioridad en el Sáhara, pues llenó El Aaiún de lo que el pueblo pronto dio en llamar “los huevos de Allustante”, de los que quedan todavía varias decenas de ejemplos dispersos por la ciudad en diverso estado.

El centro de poder de la ciudad, que aun hoy lo sigue siendo tras la ocupación marroquí, lo constituían la iglesia, la residencia del Gobernador, el cuartel general y el ayuntamiento.

La iglesia tiene una nave ovalada que recuerda una montaña y un lateral con semicírculos que se repiten y que imitan -dicen, pero esto ya no está tan claro- un mar de dunas. En todo caso, se asemeja a otras iglesias levantadas en África y que guardan un inconfundible sabor colonial.

Los demás edificios oficiales son ciertamente originales para parámetros españoles de la época, pero tienen una clara conexión con las alcazabas de adobe que se levantan al sur de la cordillera del Atlas marroquí: robustos edificios de color de tierra con una mínima decoración geométrica en sus muros, una azotea plana y torres en forma de trapecio que sube desde abajo con sus cuatro puntas elevadas.

En el Hotel Parador, un edificio inaugurado por el ministro Manuel Fraga Iribarne a fines de los sesenta y planeado como el hotel más lujoso del territorio, el estilo recuerda en parte a la Alhambra de Granada, con sus fuentes en mitad de los patios y sus arcos ojivales.

Pero ya por aquella época iba ganando espacio un estilo “desarrollista” donde lo funcional primaba sobre lo estético, como es visible en el Casino de Oficiales (hoy “Depositaría de los bienes del Estado español”) y en la gran cantidad de bloques de pisos similares los unos a los otros y que recuerdan a los proyectos de “casas baratas” construidas por el franquismo.

La ocupación marroquí no ha sido muy agresiva con este patrimonio arquitectónico -de hecho, los palacetes y edificios principales están tal cual fueron evacuados hace cuarenta años-, y por ello está al alcance de cualquiera realizar un recorrido urbanístico de aquel Aaiún español.

Haría falta, si alguien venciera todas las reticencias políticas, repertoriarlo todo en una guía y ponerla al alcance de los viajeros. Una empresa no exenta de riesgos en un territorio donde la memoria es un arma arrojadiza.

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