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El Nuevo Arte Esloveno o de cómo el Reina Sofía expone a un grupo de música

Bautismo bajo el Triglav, Hermanas de Escipión Nasica (1986). Fotografía de Marco Modic

J.M. Costa

NSK del Kapital al Capital, un hito de la década final de Yugoslavia, (hasta el 8 de enero en el Reina Sofía) es una exposición curiosa. NSK es el acróstico de Neue Slowenische Kunst (Nuevo Arte Esloveno), un movimiento que surgió a mediados de los años 80 en esa república de la Federación Yugoslava. Apareció con cierto propósito identitario que debía contribuir a la independencia del pequeño estado balcánico (20.000 km² y 2 millones de habitantes) en 1991, tras un amago de guerra de 10 días, episodio muy menor comparado con los terribles de Croacia, Bosnia-Herzegovina o Kosovo.

Antes de entrar en la exposición en sí, se plantean algunas cuestiones. Por ejemplo: ¿es representativa la NSK de la evolución de una nueva cultura en los países del Este o al menos de Yugoslavia? ¿Tiene la NSK alguna trascendencia o relevancia en lo general? En suma, ¿qué sentido tiene esta exposición?

Realmente, la NSK solo se representa a sí misma. Eslovenia cayó dentro de Yugoslavia tras la I Guerra Mundial simplemente por ser un país balcánico, aunque desde el siglo IX estaba ligado al occidente católico y fue dominio Habsburgo/Austriaco desde el siglo XIV. Un país/ducado que no tenía nada de eslavo al ser casi puramente germano y que nunca se integró de verdad en Yugoslavia. De hecho, el ahora juzgado como criminal de guerra, el general serbio Ratko Mladic, declaraba ese mismo 1991 que Eslovenia podía independizarse cuando quisiera, no tenía nada que ver con el resto de del país.

Tampoco es que la NSK supusiera un revulsivo o una inspiración para otros lugares. El movimiento nació en 1984 y con ello fue de los más tardíos en el puzle cultural alternativo que se generó en los últimos años del socialismo real. Su trascendencia también es cuestionable, si exceptuamos el nivel mediático. Tal vez aquí radique una clave de esta exposición, montada desde Eslovenia y que ya ha visitado museos menores en Holanda, Rusia y Estados Unidos. Y es que la NSK incluye dos nombres conocidos que asoman de cuando en cuando en los medios de comunicación generalistas: Laibach y Slavoj Zizek, grupo de música y agitadores estéticos y filósofo y publicista, respectivamente. De hecho, el mismo Zizek vino a dar una conferencia cuando se inauguró la exposición, suceso bastante celebrado. En el catálogo de la exposición Zizek tiene tres textos, uno de ellos dedicado a explicar que el grupo Laibach no era nazi.

Una perspectiva local

El interés de la exposición sería limitado si no fuera por tres factores: en primer lugar es un ejemplo de cómo, debido a la moda o a otras causas, se sobrevaloran sucesos menores desplazando perspectivas de mayor interés potencial. En segundo, porque seguramente es la primera vez que el Reina Sofía dedica un par de salas a un grupo de música, este sí un verdadero hito. Y en tercero porque entre lo poco que trasciende lo local se encuentra el hecho de que la NSK operaba a través de colectivos. No es que se oculten los nombres individuales, pero excepto el de Zizek, ninguno resulta ni remotamente familiar.

La NSK estaba formada por tres colectivos: Laibach, Irwin y el Gabinete Cosmocinético Noordung, último heredero de iniciativas anteriores. Con un vivo intercambio entre ellos, cubrían una amplia paleta de pintura, escénicas, música, vídeos, tipografía, ilustraciones… Todo ello dirigido a un “público formado por intelectuales” (Zizek, 1987). Estos colectivos operaban en las últimas boqueadas del socialismo real en versión balcánica, algo que duró mientras vivió el mariscal Tito (1892-1980). Este de los colectivos es el rasgo más peculiar de la NSK, que también hablaba de Nuevo Colectivismo, otro de sus lemas.

La cuestión es que entre 1984 y 1992, fechas que cubre esta exposición, se estaban produciendo en toda Yugoslavia movimientos culturales que se manifestaban con rasgos bastante provocadores poco antes del colapso total y la tragedia de la guerra. Tal vez hubiera sido más interesante desde el punto de vista historiográfico y también más variado, haber realizado un repaso de aquellos momentos en todo el país, no solo en una región. Por no hablar sobre la posibilidad de acometer un repaso de las formas culturales alternativas que comenzaron a aflorar desde al menos la represión de la primavera de Praga, el 1968 oriental.

Ese trabajo podría iluminar sobre lo culturalmente heterogéneo de un bloque que considerábamos muy homogéneo. Se daba en muchos países una eclosión cultural muy distinta a la de Occidente aunque influida por los elementos más radicales de esta. Cierto, eso hubiera sido una exposición grande y ambiciosa. Esta, sin embargo, es una exposición mediana que habla solo de un pequeño apartado.

Da la impresión de que NSK ha llegado a Madrid sobre todo por su ropaje intelectual. El problema es que incluso aceptando ese ropaje, adornado por mil y unas referencias a Lacan, este sería solo aplicable a la situación eslovena en aquellos momentos. Seguramente allí tenía pleno sentido hablar de la retroguardian o utilizar imaginería nazi como la apropiación de la muy nazi Tercer Reich, Alegoría del heroísmo (1936 de Richard Klein) para un cartel de las Juventudes Comunistas. Pero también los símbolos comunistas ortodoxos o reivindicar su germanicidad con el uso prácticamente exclusivo del alemán. Todo ello, a que negarlo, resultaba cuando menos chocante. Zizek hablo (una vez) de sobreidentificación término utilizado luego con profusión y que vendría a ser un vaciamiento del signo mediante la exageración y la perversión del signo. Algo que recuerda a los actuales artistas de la hiperrealidad en el pop digital. Llevar la situación real al límite de lo aceptable y con ello desnudarla.

En la exposición surgen repetidas representaciones del ciervo, imagen icónica de la estética Jäger (Cazador) que se hizo popular en la NSK, donde dígase de paso, casi todo eran hombres. En una foto donde aparecen muchos de ellos, se cuentan 18 hombres y 3 mujeres. Por si indica algo.

También se da una cierta desacralización de la retórica socialista del sistema o menciones nada sorprendentes al artista alemán Anselm Kiefer. De lo plásticamente más interesante son las fotografías de las puestas en escena del colectivo Gabinete Cosmocinético Noordung y sus antecesores. La imitación de un Kandinsky como telón de fondo explica más sobre la retroguardia que muchas líneas de texto. A veces se pregunta uno si la NSK se tomaba a si misma tan mortalmente en serio como nos cuentan, la verdad es que mucho de lo que hicieron resulta entretenido e irreverente.

Lo más curioso es la atención dedicada al grupo Laibach, un absoluto novum en este museo. Laibach viene aquí disfrazado del Gran Otro lacaniano (palabras de Zizek) pero es más conocido como uno de los muchos grupos industriales que surgieron en toda Europa a principios de los 80 en la estela de la provocación visual de unos Throbbing Gristle. Los hubo en todas partes, Front 242 en Bélgica, D.A.F. en Alemania, SPK en Australia, Monte Cazazza en EEUU o Esplendor Geométrico en España. Prácticamente todos esos grupos intentaban traspasar los límites y sus estéticas visuales podían ser tan chocantes como sus músicas.

En última instancia y aunque ya se conocían a grandes rasgos sus parámetros ideológicos, sin imaginarlos tan profundísimos, Laibach era sobre todo un grupo entretenido. En unos pocos biempensantes provocaba una sensación de rechazo, otros pocos se los tomaban al pie de la letra y para la mayoría, sobre todo fuera de su tierra, resultaban muy curiosos. Y es que Laibach se encontraban entre los que trabajaron su imagen de forma más elaborada como colectivo artístico que era. Eso se agradece mucho, porque las salas dedicadas al grupo no solo contienen objetos congelados, sino también vídeos. Aunque aquello prácticamente no suene, cuando esos vídeos suelen responder a una música atronadora. Tras ver sus salas, que están bien, se echa muy en falta que a lo largo de NSK la idea de humor no aparezca apenas. Pero sin el humor, todo esto podría resultar hasta patético.

En fin, a la espera de que el Reina Sofía siga en esta línea y refleje, al menos de vez en cuando, fenómenos socio-culturales que tuvieron una expresión visual potente pero cuyo eje no era el arte museístico, recordar que en el museo hay otras exposiciones, muy fáciles de transitar ahora porque todo se concentra en el Guernica, donde hay que hacer cola.

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