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Pasar al otro lado (y los golfistas del Estado)

Al menos doce inmigrantes, encaramados en la valla de Melilla frente al campo de golf situado al lado de la alambrada que separa la ciudad autónoma de Marruecos/ Fotografía: José Palazón-Prodein

Juan José Santos Mateo

A los ciudadanos africanos que deciden cruzar la frontera en Ceuta y Melilla de manera ilegal no les espera una alfombra de Welcome en España. Si intentan hacerlo por mar, no se embarcan en barquitos de juguete hechos por niños. Si cruzan, no se ponen a jugar al escondite con la policía. Y si algún periodista les retrata, no les consultan el pie de foto.

El artista Guibert Rosales conoce muy bien cómo los motivos sociales, políticos y económicos pueden acabar por convertir a vecinos en enemigos. Ha retratado con su cámara la frontera física y mental que separa a su Cuba natal del resto del mundo. Ahora afincado en España, desplaza su discurso hacía la separación entre África y España, y lo consigue a través de la ironía. En Coto de caza dibuja en varios felpudos la silueta de inmigrantes coronando una valla. Frente a ellos, la típica alfombra de bienvenida que ponemos delante de la puerta de casa. Chus García-Fraile, quien acudió a Marruecos por encargo de Intermón Oxfam en 2013, también ha trabajado con la idea de trasladar la imagen de la valla en formato alfombra, una de las principales industrias manufactureras del país (“Melilla border”, 2014), obra de arte que cualquier coleccionista puede adquirir para ponerlo debajo de la televisión que emite esas molestas noticias sobre inmigración. Es lo mismo que hacemos los turistas del primer mundo con las alfombras marroquíes.

Según la agencia europea de fronteras Frontex, 278.000 personas intentaron entrar ilegalmente en la Unión Europea en el 2014. Lejos de fomentar una política de base, analizando las causas y dialogando con los países de los que huyen estos inmigrantes, España radicaliza su postura hasta limites que según la Organización de las Naciones Unidas, constituyen delito.

Recientemente el gobierno español ha cambiado la ley para que pasen a ser autorizables las llamadas “devoluciones en caliente”, desoyendo la legislación de la ONU. Sorprendentes fueron las declaraciones del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ante la cámara de diputados cuando anunció la puesta en marcha de dicha ley. Acerca de las devoluciones en caliente, dijo; “llevamos haciéndolo desde el 2005”. Es decir; obviando no ya las leyes internacionales, sino las nacionales. Conclusión; es más sencillo saltar las leyes que las vallas.

Francis Alÿs, otro artista inmigrante (un belga en México), también ha pensado en la frontera hispano-marroquí. Realizó el trabajo Don´t cross the bridge before you get to the river (2008) en el Estrecho de Gibraltar, con la ayuda de Rafael Ortega, Julien Devaux, Felix Blume, Ivan Boccara, Abbas Benhim, Fundación Montenmedio Arte y varios niños de Tánger y de Tarifa. Los pequeños compinches de Alÿs fabricaron barcos de juguete con sandalias y los lanzaron al mar. Unos, desde la costa española, y otros, desde la africana. No sabemos si las líneas de barcos se llegaron a juntar en algún un punto, al igual que el artista deja sin respuesta la pregunta que se formuló durante la documentación de esta acción; “¿Cómo puede alguien promover la economía global y al mismo tiempo limitar el flujo global de la gente a través de los continentes?”.

A salto de mata

Imaginemos que un ciudadano africano arriba a nuestro país. Imaginemos que este ciudadano consigue trabajo y con él, su permiso de residencia. Imaginemos que se le acaba ese contrato y tiene que renovar su permiso. La única solución que le queda es buscar desesperadamente otro empleo, escondiéndose mientras de la policía. Nuria Güell jugó con estos elementos para que un inmigrante jugara al juego de la burocracia planteando un juego a los espectadores. Fuera de Juego (2009) es una acción en la que un inmigrante africano era contratado por 654 euros por la artista para que se divirtiera al escondite con los visitantes de la exposición. Con ese contrato logró la renovación de su permiso de residencia.

Daniela Ortiz muestra portadas de diferentes periódicos (prácticamente todos los nacionales y autonómicos) que recogieron noticias de saltos de la valla por parte de inmigrantes africanos. Destacan informaciones y calificativos como “avalancha”, “asalto”, “cinco guardias civiles heridos” o “uno de los agentes cayó desde cuatro metros de altura por un subsahariano. Orines y escupitajos con ébola, fuego y piedras desde lo alto de la valla”. Y lo indignante no es la manera de relatar aquel suceso, calificado de asalto, sino contrastarlo con las portadas de esos mismos diarios cuando informan acerca de la muerte de 14 personas migrantes durante un operativo policial en la playa de El Tarajal el 6 de febrero de 2014. Por aquellas muertes, aún sin resolver, hay 16 guardias civiles imputados.

En la misma exposición en la que mostró esas portadas (“Públic Objectiu”, Arts Santa Mónica, Barcelona), Ortiz enseña las fotografías de esos 14 inmigrantes muertos durante el operativo policial (material publicado por el colectivo Caminando Fronteras en el informe sobre los asesinatos de la playa de El Tarajal). Para quienes desconfíen de las imágenes, también se presentan los hechos; informes médicos sobre la condición de las personas sobrevivientes. La mayoría, con heridas casi mortales.

No hace tanto que El País dedicaba un especial al problema de la valla, ilustrado por Eva Vázquez. Libertad (controlada) de movimientos se titulaba y, entre el titular y la ilustración, lo apropiado era un análisis cercano a la realidad. En su lugar, vinculación del fenómeno migratorio con la amenaza terrorista. Luis Melón, expuso en el MUSAC algunas obras relacionadas: 21.000 puntos es un acrílico con 21.000 puntos que conforman una bella imagen, como una constelación o una galaxia lejana. Y un subtítulo que lo devuelve a tierra firme: 21.000 inmigrantes muertos al cruzar el estrecho de Gibraltar desde el año 1988 al año 2013. Luis Melón tiene otro trabajo que alude a este conflicto que nos atañe a todos; una bandera española elaborada con ropa de inmigrantes que han intentado saltar la valla de Melilla.

Golfistas de Estado

22 de octubre del 2014. José Palazón, presidente de la ONG Prodein, toma una fotografía: varios inmigrantes, subidos en la valla de Melilla, observan a unos golfistas jugar en un campo colindante con la frontera. El campo de golf fue pagado con fondos europeos. Los inmigrantes no podrán saltar la valla, pero sí pueden ver a los europeos jugar al golf. Están, en jerga golfística, “fuera de límites”. La imagen acaba de ser premiada con el Ortega y Gasset.

No somos ni “caddies”: somos espectadores de una eterna partida de golf, en la que políticos, empresarios y demás golfos se reparten los agujeros. Desde los “aces” de Franco acompañado por Don Juan Carlos de Borbón (que con el caudillo tenía un buen “hándicap”), los pelotazos urbanísticos, campos de golf incluidos, de Martinsa, la polémica construcción de un campo de golf en Rio de Janeiro (el movimiento Occupy Golf de Brasil se opone porque ya existen dos, porque se hará en un Área de protección ambiental, porque cuesta 16 millones de euros y porque el alcalde de Rio está siendo investigado por posible tráfico de influencias en relación a su construcción), hasta el “Now watch this drive!” que espetó a la prensa George Bush segundos después de proclamar la guerra al terror. A Obama, como sabemos, también le gusta el golf.

“El golf es una riqueza para nuestro país”, dijo Esperanza Aguirre, cuando solicitó que se redujera el IVA para esta práctica. No es de extrañar; a tenor de una información publicada por Ecologistas en Acción, en la que se nombran a los familiares y allegados de Aguirre con intereses en el golf, destacando las instalaciones de este deporte propulsadas por la política cuando estaba en el gobierno autonómico.

Recientemente el CAAM (Centro Atlántico de arte moderno de Canarias presentó la exposición Palimpsesto caníbal, de Enrique Chagoya, un artista que satiriza la corrupción política. Una de las obras era Time Out, en la que aparecen dos esqueletos juagando al golf y filosofando sobre el sentido del arte (en concreto, el calavérico caddie y el tee –donde se coloca la pelota de golf- parlante). Puede que uno de esos sentidos sea hacernos reflexionar acerca de los problemas políticos y sociales que nos “asaltan”.

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