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El cine hace escuela en Francia

El cine hace escuela en Francia

EFE

París —

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De Jean Vigo a François Ozon, el cine francés siempre ha cultivado un afecto particular hacia la escuela y sus contornos, un vínculo que el colectivo “Les Enfants de cinéma” refuerza desde hace dos décadas proyectando clásicos en las aulas.

En “L'Argent de Poche”, François Truffaut elogiaba el poder de la infancia por boca de un maestro que, antes de inaugurar las vacaciones y ante la boquiabierta mirada de sus alumnos, defendía la existencia de un partido político exclusivamente dedicado a los niños.

Algo de ese discurso late tras el programa de la asociación “Les Enfants de cinéma”, que desde 1994 y con el respaldo del Ministerio de Cultura, acerca una cuidada selección fílmica a los escolares entre cuatro y once años. Se trata de pensar la escuela como una sala de cine y, claro, el cine como una escuela.

De Buster Keaton o Chaplin a los musicales de Jacques Demy o la animación del japonés Miyazaki, las obras propuestas obedecen a una fórmula tan sencilla como confiar en la platea, según relata a Efe el director del colectivo Eugène Andréanzsky: “Los niños merecen mucho más que cine para niños”.

“Tenemos cierta tendencia a subestimarlos -agrega-, cuando en realidad un niño es capaz de comprender más de lo que pensamos: su mundo rebasa con creces el de los cuentos de hadas”.

Concebida como un proyecto experimental, la iniciativa ya engloba más de 1.200 salas por todo el país y, con un promedio anual de tres sesiones, lleva al cine a cerca de 762.000 escolares de al menos 10.000 centros educativos franceses.

Son filmes de patrimonio, clásicos de siempre e incluso obras contemporáneas, un catálogo de casi un centenar de títulos que rehuye las películas simples, de contenido expresamente infantil, para proyectar “simples películas”.

Es el caso de, por ejemplo, “Ladri di biciclette”, del italiano Vittorio De Sica, “The Searchers” de John Ford o las aventuras de “The Crimson Pirate”, de Robert Siodmak.

“Buscamos crear espectadores responsables y enseñar que la sala también es un espacio de reflexión”, asegura Andréanzsky, antes de reconocer que, pese a todo, el público de once años “se porta algo peor que el de cuatro”, menos dispuesto a mantener la concentración.

Sin olvidar “el placer de ir al cine”, el reto se centra en vencer la resistencia al blanco y negro y comentar cada proyección con los escolares, un desafío que -admite este profesor- resulta posible gracias a la “excepcional voluntad” de un Estado que no ha dudado en suministrar los medios necesarios.

El problema reside, sin embargo, en la formación de los maestros, no siempre conscientes de cómo se puede emplear el cine en sus clases, una tarea pendiente que preocupa a un colectivo convencido de que, en ese y otros sentidos, “aún queda camino por recorrer”.

Con todo, Francia nunca ha dejado de explorar esa senda. Su cine regresa una y otra vez a las aulas, una obsesión que redondeó en 2002 el aplaudido documental de Nicolas Philibert, “Être et avoir” (Ser y tener), donde un maestro rural repetía a sus alumnos que a la escuela se va para ser mejores.

Y al cine, seguramente, también.

Por Carlos Abascal Peiró

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