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Radiografía del periodismo sangriento

'Nightcrawler', la figura del periodista sin escrúpulos

Pedro Moral Martín

Enrique Metinides es un aclamado fotógrafo mexicano que durante cincuenta años estuvo retratando a la muerte por todo México. Fotografió un accidente diario. “Si junto todos los cadáveres que me tocó ver en los accidentes hago el Popocatépetl”, dijo él mismo en una entrevista a VICE. Desde los once años este precoz reportero gráfico insensibilizado con la intimidad del fallecido, y completamente apartado de las líneas éticas de la profesión, ha radiografiado la sangre derramada de hombres, mujeres y niños.

Dan Gilroy ha filmado una película de acción sobre este amoral universo donde los telespectadores consumen las miserias humanas como un espectáculo de morbo y horror. El Metinides de la película es Leo Bloom, un joven de Los Angeles en paro que hará todo lo necesario para triunfar en esta clase de reporterismo sádico. La película se llama Nightcrawler y está interpretada por un excéntrico y perfecto Jake Gyllenhaal.

La ciudad de Los Ángeles en la que filma Gilroy está sucia y siempre es de noche, y es en mitad de este paisaje donde se mueven los nightcrawlers, rondadores nocturnos o buscadores de noticias. Gyllenhaal es un bicho raro que coquetea con la delincuencia pero que busca su sitio en la ciudad de las estrellas. Cuando presencia un accidente mortal y observa cómo trabaja un freelance de televisión -un triste y agobiado Bill Paxton-, Bloom se enamora de esta profesión, lo suficientemente sangrienta, morbosa y amoral para un sociópata como él.

Lo siguiente es observar cómo la falta de escrúpulos de este personaje le lanza al éxito mientras no deja de meter el objetivo de su cámara entre las heridas frescas donde aún huele a quemado, entre los charcos de sangre recién derramada y los rincones más íntimos de las víctimas de accidentes mortales. Ni el allanamiento de morada ni la obstrucción de pruebas policiales significan nada para él.

Todo lo que ocurre en este filme de acción endiablada, el ritmo que Gilroy le impone a la historia es tan demencial como las motivaciones de su protagonista. Y no es más que una parodia, una crítica feroz a estos tiempos en los que los índices de audiencia respaldan la tragedia televisada con un alto porcentaje de share. Nightcrawler es cruel, intensa, oscura y a ratos vomitiva para quien tenga pudor. “No existe ningún periodista que llegue tan lejos para conseguir una noticia o una imagen”, podrán pensar algunos. Sin embargo, sólo cuando uno es consciente de que detrás de la burla hay una realidad que, como ocurre casi siempre, supera la ficción, la película resulta devastadora.

El telespectador

Cuando los productores del filme estaban buscando imágenes impactantes (y reales) de los informativos de televisión, los hermanos Raishbrook -tres tipos que se ganan la vida como el personaje de Gyllenhaal- acudieron en su ayuda ofreciendo sus 15 años de experiencia como buscadores de noticias. La colaboración de estos tipos fue más lejos y tanto el actor protagonista como el director les acompañaron en una de sus salidas nocturnas en busca de un accidente o un crimen que filmar.

La experiencia fue reveladora, al parecer los nightcrawler tienen cada vez más competencia. La sangre vende y la lucha de audiencias se ha recrudecido desde que la profesión comenzó a devaluarse. Las cadenas de televisión no comprarían este material si no se tradujera en un aumento de espectadores. La gente ve este tipo de noticias como un entretenimiento, las ven por morbo, esperando que la persecución policial acabe en un clímax inolvidable, ya sea un accidente o un tiroteo. Son auténticas películas en vivo.

Billy Wilder afiló las cuchillas que había en su cabeza para retratar este despreciable espectáculo. En El gran carnaval un periodista sin escrúpulos (Kirk Douglas) ve la oportunidad de triunfar cuando un minero se queda atrapado en un túnel. No sólo convierte el caso en un espectáculo internacional, también consigue retrasar todo lo que puede el rescate. Alrededor del minero atrapado comienzan a instalarse equipos de televisión, escritores, curiosos, familias enteras.

Al final una feria acaba ocupando ese paraje desértico. Es ridículo y perfectamente creíble. El mismo Enrique Metinides muestra en algunas de sus fotos la cantidad de curiosos que se amontonaban alrededor de los cadáveres que él recogía con su objetivo. A veces decenas de ellos se agolpaban alrededor de un siniestro mientras el señor de los helados se acercaba a la muchedumbre.

¿Periodismo o cine negro?

Si David Lynch hubiera cogido al personaje de Kirk Douglas y lo hubiera pasado por su loco y genial cerebro el resultado hubiera sido parecido a la creación de Jake Gyllenhaal. Este delgaducho excéntrico  con un instinto natural para encontrar el plano que despierte las sensaciones más primitivas (y en cierta forma despreciables) del ser humano cruza la línea de lo moral y justificable. Sus actos sobrepasan incluso ese clásico argumento también utilizado por Metinides: “Alguien tiene que hacer este trabajo”.

La película sigue estando superada por la realidad. Este Louis Bloom se queda pequeño comparado con Wallace Souza, un diputado del Estado de Amazonas que también presentaba un programa sensacionalista de la televisión local donde mostraba las imágenes de algunos casos de crímenes y asesinatos. Fue acusado de ser el cabecilla de una cuadrilla criminal que cometió, al menos, seis asesinatos. El objetivo era buscar índices de audiencia para su show televisivo.

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