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El mejor director vivo se llama David Fincher

Nick y Amy, la pareja perfecta

Pedro Moral Martín

Quentin Tarantino dijo una vez que él tenía que escribir sus propios guiones porque todos los buenos le llegaban a David Fincher. Tenía razón: por las manos del director de Seven pasan los mejores libretos, desde la austera y única obra maestra de James Vanderbilt que acabó titulándose Zodiac hasta La red social, un guión firmado por Aaron Sorkin (El lado oeste de la Casa Blanca), posiblemente el escritor con más talento de Hollywood.

¿Por qué a él y no a otro? Aventuremos una muy simple: Fincher es el mejor director americano vivo. Es un autor que odia la palabra “autor”, accesible pero extremadamente perfeccionista, un tipo que sabe reconocer cuándo hace películas para el público, como La habitación del pánico, o cuando firma obras que son algo más que todas sus piezas juntas, como por ejemplo, Perdida.

Gillian Flynn ha adaptado su propio bestseller para Fincher, un thriller imprevisible donde se realiza una disección descarnada y brutal del matrimonio. Cuando la esposa de Nick (Ben Affleck) desaparece el día de su aniversario. todo el mundo -policía, ciudadanos y sobre todo las cadenas de televisión- se vuelca en la búsqueda de Amy (Rosamund Pike). Sin embargo, la actitud equívoca del marido suscita la sospecha de que él puede ser el asesino de su esposa.

Amy es la Madeleine Elster de Vértigo, la mujer de belleza polar, rubia, fría e inteligente que provocó que Alfred Hichtcock destapara su obsesión más profunda a través de un enajenado James Stewart. Kim Novak vive en Rosamund Pike y de ella se sirve Fincher para llegar hasta su inquietud más primaria, mostrar el despropósito vital de la generación que lleva retratando en toda su filmografía.

La apatía de esta sociedad ante un mundo cargado de maldad se vislumbra ya en esa fotografía sucia y decadente que Darius Khondji creó para Seven. Después con El club de la lucha el director elabora una violenta metáfora sobre el pulso que esta generación borracha de consumismo mantiene constantemente con la publicidad. La crítica más implacable llega con La red social, el retrato de una juventud que se mueve por el dinero, que necesita que todo esté a su alcance y cuya idea de éxito no contiene un ápice de humanidad.

Y por último Perdida, en su décimo filme David Fincher escupe su opinión envenenada sobre la burguesía norteamericana dividiendo la película en dos partes muy bien diferenciadas; un riguroso ejercicio de suspense y una escrupulosa comedia negra.

El director de las cincuenta tomas por plano

El realizador americano no ha inventado nada cortando su película por la mitad, Alfred Hitchcock ya lo hizo en Psicosis o en Vértigo. La primera parte de Vértigo es un truco, la segunda es el conejo saliendo del sombrero. En Perdida ocurre exactamente lo mismo, cuando se desvela la trampa el drama da paso a una comedia afilada y perversa. Hitchcock era un manipulador pero siempre le decía al público que lo que veían era una película, nada más. Lo hacía grabando los planos generales en exteriores y lo demás en el estudio. El director inglés quería controlar la luz y la intención de sus primeros planos. Fincher es igual de minucioso y por eso graba cincuenta tomas para un solo plano. Esto se traduce en un mastodóntico trabajo de montaje que desemboca en secuencias tan impecables como el apoteósico final de Seven.

El director ejerce un férreo control de la narración cinematográfica, detesta los planos rodados con la cámara en mano, pero los usa si el objetivo es enriquecer la historia, prescindir de los diálogos, hacer cine. De esta y de otras sutilezas del director habla el vídeo editado por Tony Zhou, David Fincher – An the Other Way is Wrong. Un espectacular análisis donde se muestra la agudeza de su estilo, su modo de planificar los diálogos y su moderación con los primeros planos.

Donde Fincher abandona a Dios para seguir a Billy Wilder

Vértigo es el título que Hitchcock le dio a su película más personal, su tratado sobre la obsesión. Pero Fincher llevó más lejos ese concepto con Zodiac y la obstinada e infructuosa búsqueda del famoso asesino. “El hecho de que no se pueda demostrar no quiere decir que no sea cierto”, dice Robert Graysmith (Jake Gyllenhaal). Desde ese momento la narración adquiere proporciones religiosas, es un salto de fe hacia las cualidades divinas de su autor. Fincher = Dios. Su omnisciencia es latente en toda su filmografía excepto en Perdida.

Hasta entonces los personajes fincherianos eran peones envueltos en un misterio, igual que los de Hitchcock pero, en Perdida, Amy y Nick parecen actuar a su libre albedrío, ejerciendo un macabro juego mental con el que se provocan heridas tan profundas que salpican al espectador. Fincher sigue una fórmula infalible para esculpir su obra maestra: Luz que agoniza + Perdición = Perdida. La obra maestra de George Cukor sobre esas dos almas gemelas que se torturan mutuamente se transforma en una vertiginosa comedia negra que ahonda en la traición, la venganza y en el inevitable callejón sin salida. La misma pared con la que choca Fred MacMurray en Perdición. Fincher parece heredar las cuchillas de afeitar que llenaban la cabeza de Billy Wilder.

El derrumbamiento del matrimonio se convierte en un juego mental para el espectador, un laberinto lleno de trampas, de giros y de contragiros. El prestidigitador que hay detrás de la cámara es la reencarnación del Hitchcock más travieso. De hecho el director es incluso más perverso y avanza inexorablemente hacia la oscuridad con esta película sobre las obsesiones de una sociedad apática, misógina e irresponsable. “Creo que las personas son pervertidas… Sí, lo creo de verdad y esa es la base de mi carrera”. Una sonrisa juguetona se dibuja en la cara de David Fincher.

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