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'En la playa sola de noche' celebra la intrascendencia y brinda por el desamor

En la playa sola de noche, de Hong Sang-soo

Rubén Lardín

El cine de Hong Sang-soo tiene la habilidad de poner al espectador en su sitio, que no es otro que la mullida butaca del cine. Allí lo sienta y opera en él de la manera contraria en que lo hace el mundo: lo desacelera, le aminora la tensión arterial y pasa a hacerle comprender muchas más cuestiones de las que en apariencia le está explicando la película: que el cine es más cosas, que un relato puede no requerir un final o que la austeridad plástica es también forma y opción cinematográfica.

En la playa sola de noche es indistinguible del resto de películas de Hong Sang-soo, un autor al que muchos descubrimos a partir de su colaboración con la zapadora Isabelle Huppert en En otro país (2012) o poco antes, cuando Hahaha (2010) se hizo con el premio Un certain regard en el festival de Cannes de aquel año.

Sus constantes se presentaron diáfanas desde el primer momento: fijación por las torpezas sentimentales, pequeños enredos y sus consecuentes conflictos morales, relatos simétricos y una liviana gravedad que podía llegar a recordar a la de cineastas como Jacques Rivette o Eric Rohmer.

El cine sociable

Sobra decir que el de Hong Sang-soo está muy lejos de ese cine surcoreano exuberante y violento representado en los últimos años por autores como Park Chan-wook, Bong Joon-ho o Na Hong-jin, aunque tampoco se parece al más sosegado e íntimo de un Kim Ki-duk.

El cine de Hong Sang-soo no aspira a nada concreto, tiene esa habilidad, es por ello que parece pretender lo intangible y es eso mismo lo que lo convierte en un cine muy propicio a la lectura poética y el ditirambo crítico. En realidad, Hong Sang-soo, que se define con honestidad como un vago sin imaginación, ofrece un cine sencillo y mundano, casi liberado de sí mismo, donde se celebra lo intrascendente, una maniobra que acaso está ocultando también una falsa humildad ya que, como es bien sabido, es en lo insignificante donde está señalado el camino hacia la trascendencia.

Como sea, En la playa sola de noche vuelve a ser una película que apenas ocurre. Como otras del director, sucede en los alrededores del cine, que a veces son festivales, rodajes o encuentros con técnicos y profesionales. En esta ocasión, además, su sinopsis está entreverada de verdad: una conocida actriz coreana está pasando unos días de retiro en Hamburgo, donde reflexiona acerca de la aventura que ha mantenido con un hombre casado, mayor que ella y director de cine.

El romance entre Hong Sang-soo, de 56 años, y su protagonista Kim Min-hee, de 35, era un secreto a voces desde que en 2015 rodasen juntos Ahora sí, antes no, si bien la relación no se hizo pública hasta la promoción de esta ficción que, sin ser autobiográfica, alude de frente a su circunstancia.

Beberse la vida

Realidad y ficción dialogan y se replican en pantalla. Las escenas concluyen cuando los personajes salen a fumar. Los protagonistas incluso confeccionan la banda sonora musical de la película y, una vez más, como en todos los títulos del director, se ponen piojos perdidos bebiendo soju mientras sus conversaciones se desarrollan de manera errática.

Hong Sang-soo, que siempre que puede hace apología de la sustancia, se sirve del alcohol como herramienta para enviar la sangre al bajo vientre y se va desentendiendo así de la razón, se libera del lenguaje, que acaba aniquilado entre brindis. Sus personajes beben y beben y vuelven a beber y se van aturdiendo mientras se reprochan, se cuestionan, tratan de comprenderse, se merodean la identidad, se piden perdón o se dan explicaciones.

El logro último de Hong Sang-soo, en esta como en sus anteriores películas, es un cine “de hablar” donde las palabras van dejando de tener sentido y las emociones emergen a flor de piel, evitando así cualquier tentación de un cine intelectual. Porque el intelectual es el cine más alejado de la sabiduría.

En la playa sola de noche vuelve es una película tan accesible como todas las de su autor. De ella el público saldrá como si le hubieran vendado los ojos y le hubieran dado seis vueltas, dulcemente desorientado, ebrio de lo ordinario, convencido de que la vida es también gran espectáculo y albergando la tranquilizadora seguridad de que todavía queda alguna cosa por comprender.

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