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Algunos cómics para regalarte (a ti)

versus

Rubén Lardín

Dejémonos de listas petardas con lo mejor del año. Ni hablar de recomendaciones para resolver regalos de última hora. Estemos por lo que estamos. Traemos algunos cómics horneados recientemente, una selección un tanto azarosa de los títulos que hemos ido leyendo, todos de valor, para persuadir al lector de que los haga suyos adquiriéndolos en librerías o sustrayéndolos en grandes superficies, que al fin y al cabo para eso están. Para leerlos, queremos decir.

Un boxeador decadente

El entremés, por su brevedad y su aspecto goloso, lo asume a la perfección Versus (Entrecomics), una somera adaptación -sin crédito- de Un buen bistec, el cuento de Jack London acerca de un púgil escalando sus horas bajas.

Para llevarlo a la esfera visual, Luis Bustos ha eludido tanto el contar diáfano del escritor estadounidense como el manido tratamiento escatológico con que a menudo se glosa el boxeo desde Europa, y a cambio ha optado por localizar la épica (el fin de la épica a que apela el relato) en un despliegue gráfico de tenor mitológico, una pequeña odisea que se aposenta en algún lugar indeterminado y sentimental entre, por ejemplo, Elia Kazan y Will Eisner.

Pero el experimento es mucho más curioso: Bustos también alterna dinámicas formales del cómic de superhéroes y a lo largo de la velada va llevando el material a su terreno íntivo, resolviéndose el combate en su favor a medida que va poniendo en juego sus recursos técnicos más urgentes, los que delatan este tebeo cuadrilátero y de peso ligero como una obra honesta y bien reglada que tal vez no llegue a noquearnos pero que siempre (porque lo leeremos más veces) nos va a ganar por puntos y determinación.

Techno-thriller con influencias del videojuego

Muy lejos en concepto e intenciones, Logout (Norma Editorial) es un tecno-thriller en torno a una gran corporación del videojuego. Es también un policíaco dialéctico, de consecuencias más que de vicisitudes, que abraza todos los tópicos y modos arcaicos de que es capaz para dejar claro de dónde viene y así dilucidar hacia dónde se dirige.

Son los recursos de la ciencia-ficción: hablar de nuestro futuro pasado para formular así nuestro presente, que en este caso, y como no podía ser de otra manera tratándose del primer guión del novelista y poeta Sergi Puertas, se configura como una alegoría funesta que en lo gráfico, tarea a cargo del dibujante uruguayo Pier Brito, cita muy claramente a referentes del género de la altura de Juan Giménez.

Ambos autores despliegan una distopía a lo Terry Gilliam, sin concesiones, igual de ambiciosa en escenografía pero sin los cascabeles del cineasta, para contarnos la historia de un tipo que trabaja de beta tester en una empresa que vende aventuras virtuales.

Tras una auténtica inmersión en la que, como parte del juego, no dejaremos de sentirnos extraviados en algunos pasajes, Logout nos apeará en la conclusión de que estamos devaluando la realidad mientras operamos en su reverso de redes virtuales, y allí determinaremos que el colapso, como sospechábamos, no es tecnológico porque el colapso es nuestro y siempre lo ha sido.

La adaptación de un clásico francés

Para paliar esa alienación en la medida de lo posible, nada mejor que volver a Las cosas de la vida (Fulgencio Pimentel), la mítica serie de Gerard Lauzier (1932-2008) que por vez primera nos llega en edición integral. Kilo y medio de historietas surtidas, cosecha francesa de hace más de treinta años, donde se desguaza el error evolutivo que es la especie humana con armas de antropólogo cabronías.

Incisivo como adamantium operando en mantequilla, lúcido hasta la cólera y con brillantes accesos de enajenación, Lauzier bate las conductas de derechas e izquierdas, de burgueses y proletarios y de hombres y mujeres para unificar una sátira global y definitiva que certifica que la mediocridad es cosa de todos, que la mezquindad tiene los mismos picos por arriba que por abajo y que solo y acaso en la polaridad de los sexos se dan los elementos diferenciales, la discordia esencial que nos balancea, nos equilibra y nos sacude la existencia.

El volumen, que se abre con un revelador trazado biográfico de Lauzier donde Marie-Ange Guillaume vierte datos magníficos (como que su carrera en el cómic vino incitada por Henri Girard, el novelista autor de El salario del miedo) contiene todas las páginas que el autor entregó en su día a revistas periódicas y que leídas hoy de corrido no sólo mantienen el tipo sino que cobran pleno sentido, configurando una enorme y enloquecida comedia de costumbres a leer de rodillas. A ser posible sobre un lecho de cristales rotos.

Lo último de los caballeros extraordinarios

De vuelta en la esfera de la ficción, de la que la realidad no es más que reflejo, Dossier Negro (Planeta Agostini) se presenta como el último arco publicado en nuestro país de “La liga de los caballeros extraordinarios”, la serie escrita por Alan Moore en torno a una supuesta agencia de seguridad británica formada en su primera alineación conocida por iconos de la literatura como el capitán Nemo o míster Hyde pasando por Mina Harker, Allan Quatermain o el hombre invisible Hawley Griffin.

Lejos ya sus inicios victorianos, esta estrambótica liga de la justicia está en la actualidad disgregada, pero este Dossier negro nos va a ir desvelando toda su historia anterior desclasificando documentos derivados, informaciones satélite, piezas insólitas y descubrimientos apócrifos –como la realidad misma- que magnifican la saga, localizándola ahora en la Guerra Fría de los años 50 y formulándola como leve trama de espionaje en la que Moore y el dibujante Kevin O’Neill, adepto a las viejas técnicas de grabado con arrebatos satíricos, vertebran su fascinante y juguetón tejido de laberintos y galerías secretas que recorren el alma de la ficción popular que nos precede y nos configura.

Entre los secretos desvelados destaca la mención a los “Zwielicht-Helden”, la unidad alemana que pudo haber tenido en nómina al doctor Mabuse, a Caligari, a la autómata María y a su artífice el doctor Rotwang.

O la formación francesa “Les hommes mysterieux”, que habría contado entre sus filas con Fantomas, el Nictálope, Arsene Lupin o Robur el conquistador entre otros, ampliando así un imaginario colectivo que en sus citas y referencias cruzadas (Verne, Lovecraft, Shakespeare, Cervantes, Stevenson, Maupassant, Stoker, H. G. Wells, Maurice Leblanc, Michael Moorcock y un larguísimo etcétera en cada viñeta) fortalece la complicidad de un lector que culminará su viaje bañándose en el Mundo Llameante que se abre en las últimas páginas, alegre como unas pascuas y vestido únicamente con las gafas anaglíficas que incluye el libro.

Viajes en el tiempo

Y cerramos en una línea semejante de ensoñación espacio-temporal, la que Albert Monteys maneja en El pasado es ahora, historieta de viajes en el tiempo y especulación científica que inaugura ¡Universo!, una serie de relatos autoconclusivos de ciencia-ficción cuya virtud más notable en esta primera entrega es la tonal, la solvencia de Monteys para, sin abandonar la sátira, templar su registro humorístico habitual y evolucionar como pedro por su casa entre la melancolía del futuro -tan grata al género- y la fábula moral a lo Bradbury o la metáfora extrañada y admonitoria propia de un Rod Serling, maestros con los que comparte fluidez y hechizo.

¡Universo!, que promete periodicidad bimestral, puede descargarse a cambio de la voluntad en la plataforma de cómic digital Panel Syndicate, y la novedad se encuentra también en esa concepción técnica del proyecto, que en su formato apaisado con destino a tabletas y pantallas aroma el tebeo, en paradoja, de viejo e irresistible serial de quiosco.

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