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El escritor que perdió la gracia del mar

Se cumplen 45 años de la muerte de Mishima, el personaje que eclipsó al autor

elDiarioes Cultura

Tokio —

Mishima cometió seppuku, un elaborado ritual de suicidio diseñado para que un samurai muera con honor en el campo de batalla, en lugar de caer en manos del enemigo o de la vergüenza. En su caso, el campo fue el cuartel general de Tokio del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa de Japón y, la batalla, un intento fallido de levantar al ejército en un golpe de estado para restaurar el Japón Imperial.

Era el 25 de noviembre de 1970. La Constitución de 1945, la del Japón que perdió la guerra, dejaba al emperador fuera de la . Después de amordazar al mando del ejército, el general Kanetoshi Mashita, Mishima salió al balcón y trató de convencer a los dos mil soldados presentes de que se levantaran contra el nuevo orden. Les habló de recuperar la grandeza perdida de Japón, de abolir el artículo pacifista de su Constitución y de retornar al país a su gloria medieval. Los soldados le abuchearon sin tregua desde el primer minuto.

Como fuera que las tropas no entendían su llamada, el fetichista escritor procedió a ejecutar el plan B: quitarse la vida según indica el bushidō. Paso uno: con una daga de doble filo se procede a hacer un siete en las propias tripas de uno. Paso dos: el segundo en el mando procede a la decapitación, culminando el ritual.

Mishima cumplió con su parte con estoicismo ejemplar, arrodillándose en el suelo de la oficina y abriéndose el vientre con la afilada daga puntillosamente envuelta en papel de arroz. Su lugartenieniente, sin embargo, no estuvo tan a la altura. Según declaraciones del atónito general Mashita, el joven Masakatsu Moritam, que tenía 25 años y también era su amante, le dio tres veces con la katana tratando de decapitarlo sin éxito, causando graves estropicios en la tapicería. El espectáculo era tan dantesco que, arengado por los presentes, un tercer miembro del grupo llamado Hiroyasu Koga decapitó primero a Mishima y después a su torpe amante, como habían acordado.

De San Sebastián a Jean Genet

Cuando murió, Mishima tenía 45 años. Nacido Kimitake Hiraoka en el barrio tokiota de Yotsuya y en una familia acomodada, su éxito fue precoz y su carrera meteórica. Ganó los más prestigiosos galardones nipones pero se fue sin cumplir su sueño máximo, que no era restaurar al emperador sino ganar el Nobel de Literatura, como su maestro y mentor, Yasunari Kawabata. Dejó 34 novelas, 50 obras teatrales de géneros que van desde el kabuki y el noh hasta el contemporáneo, 25 libros de historias cortas, 35 ensayos y una película.

No solo era nacionalista. También era narcisista, fetichista, arrogante y consumido por una obsesión patológica y fuertemente productiva por el sexo, el sacrificio y la muerte. Su crítica a la sociedad nipona de posguerra, fracturada por su transición desde la tradición hasta la modernidad, era la carencia de referentes morales ante la supremacía de occidente. Su tetralogía El mar de la fertilidad (Nieve de primavera, Caballos desbocados, El templo del alba y La corrupción de un ángel es una de las cumbres de la literatura japonesa de postguerra.

Treinta años después, el aniversario de su muerte es reseñado con cautela por parte de los medios nipones. La Universidad de Tokio, alma mater del autor, ha organizado un simposio internacional en el que han participado 30 expertos en su obra, y en la que se han exhibido los icónicos retratos del escritor realizados por el fotógrafo nipón Eikoh Hosoe, incluyendo su famosa rendición del San Sebastián de Reni.

“Mishima podía asumir el papel protagonista tanto en una foto como de una de sus novelas. Creo que la alegría que ambas cosas le causaban estaba al mismo nivel”, afirmó Hosoe, de 82 años y autor de instantáneas tan célebres como aquélla en la que el escritor emula a San Sebastián, maniatado y con varias flechas clavadas en su torso.

El camino del guerrero

En cuanto a sus aspiraciones políticas, el diario conservador Sankei recupera hoy el artículo publicado en la misma cabecera por Mishima en julio de 1970, en el que advertía de que Japón iba camino de convertirse “en un país con una gran economía sin contenido”, pero “neutral y vacío”.

Su famosa escena de autodescubrimiento erótico adolescente ante el Martirio de San Sebastián de Guido Reni en su Confesiones de una máscara sigue siendo uno de los momentos más icónicos de la literatura erótica LGTB, la clase de legado lírico y problemático que comparte solo con otro gran lírico enamorado del abismo, el francés Jean Genet.

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