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La larga agonía del Pasaje del Comercio

El pasaje del Comercio o de Murga está oculto a plena vista | Foto: Madrid Ciudadanía y Patrimonio

Marta Peirano

El primer pasaje de Madrid fue el de San Felipe. De estructura neogótica, fue construído en 1839 sobre el que fuera el antiguo convento de San Felipe Neri y conectaba  las calles Bordadores, Mayor e Hileras con la plaza de Herradores. Como el de Mateu, los inmuebles fueron sujetos de la Desamortización de Mendizabal, que cuando era ministro de Hacienda bajo el gobierno progresista de Calatrava puso en venta los bienes pertenecientes al clero regular, destinando los fondos recaudados la amortización de la deuda pública.

Las nuevas galerías modernas venían a sustituir a los grandes almacenes de la dictadura de Primo de Rivera, como los Almacenes Rodríguez (1922), los Almacenes Simeón (1923), los Almacenes San Mateo (1925), los del Progreso (1926) y los almacenes Madrid-París. También llegaron los pasajes de la Villa de Madrid, entre Espoz y Mina y la Victoria, más adelante llamado Nueva Galería; el Pasaje del Iris (1847) entre Alcalá y la Carrera de San Jerónimo y la Galería de San Felipe junto al mercado cubierto en la plaza de Herradores. El Pasaje del Comercio fue el tercero en llegar, y es el más antiguo que conserva la ciudad de Madrid. 

El Juguete roto del Madrid isabelino

El pasaje del Comercio o de Murga está oculto a plena vista. Es el que une el 33 de la céntrica calle Montera con el 4 de Tres Cruces, la pequeña calle que une la Gran Via con la plaza del Carmen. Lo mandó construir el empresario vasco de ferrocarriles don Mateo de Murga y Michelena para la junta de la Compañía General Española de Comercio. El empresario era miembro de altura, junto con comerciantes al por mayor y al detalle. Iba a ser un gran Bazar, y con ese propósito empezaron las obras en 1846, a manos del joven arquitecto de la Real Academia de San Fernando, Juan Esteban Puerta. Era muy francés, inspirado en el parisino Galerie Vivienne, y el tercer pasaje de la capital, después del de Matheu y el de Iris.

Abrió sus puertas el 9 de noviembre de 1847 con pompa, sedas y boato, para cerrar un año más tarde por la quiebra de la Compañía General Española de Comercio. Poco después empezó su verdadera vida, con un estanco, el relojero Benito Morian y, más apropiadamente, las librerías de viejo por las que se paseaban Valle Inclán y Pío Baroja en busca de rarezas. Era un pasaje muy francés, inspirado en la parisina Galerie Vivienne. En sus pasillos tuvo imprenta el masón ilustrado y tipógrafo Emilio González Linera, desde donde publicó la Biblioteca Catón.

La decadencia llegó con el florecimiento de otro tipo de comercio en la calle Montera. Hoy proliferan los carteles de Vendo oro, y no queda ni rastro del Café del Pasaje donde el señor Montenegro ofrecía menús a tres pesetas, aderezados por el cuarteto de música del señor Amato.

Mala gestión y una obra ilegal

Por ser el más antiguo de su clase, el  inmueble -que tiene varios dueños- se encuentra protegido de forma integral. Extrañamente, una obra ilegal parece haber destruido gran parte de sus elementos, incluyendo fachada, pilastras, capiteles, cenefas, molduras, medallones, arquerías y forjados. El pasado 28 de noviembre, la asociación Madrid, Ciudadanía y Patrimonio presentó una denuncia ante la Dirección General de Patrimonio. El Ayuntamiento de Madrid mandó paralizar las obras ilegales, pero sin hacer esfuerzo ninguno en la recuperación del patrimonio dañado.

La última noticia, publicada por 20 minutos, es que en el Ayuntamiento de Madrid prevé construir en él un hotel, que tendrá salida a la calle Aduana.

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