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El guatemalteco Luis González Palma muestra su universo íntimo y enigmático

El guatemalteco Luis González Palma muestra su universo íntimo y enigmático

EFE

Madrid —

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La belleza como concepto de consuelo está presente en la obra del fotógrafo guatemalteco Luis González de Palma que en la exposición “Constelaciones de lo intangible” describe su universo íntimo, enigmático y mágico.

Organizada en el Espacio Fundación Telefónica e incluida en el programa oficial de PhotoEspaña, se trata de la primera retrospectiva en la que se recorren 25 años de una de las figuras clave en la fotografía latinoamericana actual.

Su obra ha significado un punto de inflexión en el lenguaje fotográfico. En sus piezas combina toda clase de lenguajes, temas y materiales, como telas, flores, plásticos, hilos.

Ya habitual en PhotoEspaña, donde ganó el premio del festival en 1999, el artista descubre en esta exposición las constelaciones temáticas que han atravesado su obra desde finales de los 80 hasta la actualidad, con una obra que se encuentra entre la fotografía y las artes plásticas, con una continua relación entre la tradición y la ruptura innovadora.

Casi setenta obras son testigo de la incesante experimentación del guatemalteco, afincado desde 2001 en Argentina. Alejandro Castellote, comisario de la exposición, ha agrupado las imágenes “por constelaciones y orbitas que giran alrededor de su universo”, un universo en el que están presentes los diferentes movimientos artísticos, desde la figuración hasta la abstracción.

Para el comisario se trata de un recorrido sin fin en el que se puede avanzar y retroceder y en el que siempre sobrevuela la belleza, “lo que supone una decisión valiente”.

En cuanto a la experimentación con distintos materiales, se pueden contemplar la incorporación a sus imágenes de pintura, escritura, escultura o las copias teñidas con betún de Jedea. Soportes como el fieltro o el papel de arroz preceden a su intervención en fotografías antiguas y nuevas a través del uso de figuras geométricas y de color.

Destacan especialmente las catóptricas, fotografías proyectadas sobre cilindros o dispositivos ópticos que reconfiguran la imagen posada en horizontal.

Con un trabajo que trasciende del ámbito geográfico por su universalidad, “González Palma no se desvincula de lo relacionado con lo social y lo político, pero mezcla fotografía con otras artes plásticas, creando escenas que tienen mucho que ver con el teatro, con la arquitectura”.

Le importa la mirada “y desde donde miramos. Su trabajo ha explorado todas las directrices y tiene que ver con lo colonial, lo exótico, las comunidades indígenas, y lo hace con una mirada compleja que interroga”.

A partir de su marcha a Argentina, su trabajo se hizo más individual y retrospectivo, “aunque sigue hablando de parejas, de amor, de desamor, de dolor, de fracaso”.

Estas palabras fueron repetidas por el artista, que vive el desencuentro en la sociedad como un fracaso y que considera que la conciencia melancólica gira alrededor de su obra, “en la que la belleza tiene que ver con el concepto del consuelo, tan necesario”.

González de Palma ha recordado que hubo un momento en el arte en que la belleza fue relegada. “Yo nunca lo he hecho, es algo que me ayuda a vivir, a comprender el mundo y siempre la tengo presente en mis obras”.

En su opinión, no se puede hablar de preocupaciones concretas en la fotografía latinoamericana, ya que “las grandes preocupaciones del ser humano son las mismas y se han tratado en todos los continentes”.

Otro de los temas latentes en este autor es la infancia, “que como decía Ana María Matute, dura más que la vida. Creo que te afecta de una forma tremenda. Los temas que eliges están ligados a esas experiencias y miradas primarias. Uno busca el camino para no repetirse, pero siempre se habla de lo mismo”.

La exposición, que se puede contemplar como una gran instalación, “habla del desencuentro como metáfora. La fotografía no es lo que me apasiona sino la imagen, lo que puede generar, pero sobre todo lo que oculta, que es la potencia de la obra”.

En una obra en la que se mezcla con naturalidad lo terrenal con lo místico y lo mágico, los retratos de indígenas y los que tienen referencias religiosas no son otra cosa que símbolos y metáforas para explicar la condición del ser humano, que el fotógrafo ve como un “conflicto interno entre tragedia y belleza”.

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