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Las viejas fronteras de Europa

Una muestra de la obra de Ignacio Evangelista, Después de Schengen - Fronteras Europeas,

Salvador Martínez Mas

Berlín —

Los críticos con el Tratado de Schengen, y los partidarios del Grexit, harían muy bien en plantearse lo que significaría volver a tener fronteras. Porque, en vista de aquello en lo que se han convertido los pasos fronterizos europeos, no resultaría nada práctico volver a tener líneas divisorias vigiladas por policías y aduaneros. El trabajo del fotógrafo Ignacio Evangelista (Valencia, 1965) ilustra perfectamente el estado ruinoso en el que se encuentran los lugares que antes servían para presentar la documentación y hacer los eventuales registros a los vehículos antes de cambiar de país en Europa.

“Algunos de los puestos fronterizos están en ruinas, otros están medio abandonados y unos pocos se han reciclado para otros usos: ya sea para poner centros culturales, comisarías o cosas así. Pero estos casos son la minoría. De los que yo visité, no llegan ni al 10%”, dice a eldiario.es Evangelista, cuya muestra sobre las fronteras olvidadas del Viejo Continente se estrenó este viernes y podrá verse hasta el 17 de diciembre en las instalaciones en Berlín de la FundaciónMercator.

La muestra lleva por título Después de Schengen - Fronteras Europeas y en ella son protagonistas “unos lugares fantasmagóricos que ahora mismo están en un limbo espacio-temporal, porque no sirven para nada, son tierra de nadie”, cuenta el fotógrafo español afincado en Madrid.

Durante los últimos dos o tres años, y siempre que sus labores como fotógrafo profesional se lo permitían, Evangelista hacía la maleta y empaquetaba su cámara de placas Calumet para viajar en busca de puestos fronterizos que inmortalizar. Los ha visto de todos los tipos. “El estado de los puestos fronterizos, en realidad, depende de los países en los que se encuentren: en Alemania, o donde hay dinero, es normal ver renovadas las instalaciones, pero en países como los del este de Europa, con menos dinero, o en España y Portugal, se han dejado que se pudran”, afirma Evangelista.

No siempre ha sido evidente dar con esas instalaciones fronterizas o con lo que queda de ellas. En muchos casos han desaparecido, pues las autoridades apuestan en ocasiones por derruirlas. Otros puestos fronterizos “están en mitad del campo, hasta el punto que en ocasiones eran simplemente una marca en el suelo”, asegura Ignacio.

“Recuerdo un puesto entre Polonia y la República Checa donde había una raya en el suelo y sólo había una barrera que se levantaba, pero únicamente se veían arbustos” y “en otros no había ni siquiera espacio para que pasaran coches, eran para ir en carro con caballos, en bici o andando”, agrega el artista.

A esos recónditos parajes de la geografía europea se ha desplazado este fotógrafo profesional con su pesado material de toma de imágenes de gran formato. “Lo llevaba todo en una maleta de mano de esas que puedes meter en la cabina de un avión, con la cámara, el trípode y las cajas con las placas de película”, explica Evangelista.

Elegir el lugar, esperar, disparar

“Con este tipo de cámaras de gran formato, donde los negativos tienen un tamaño de diez por doce centímetros, la manera de trabajar es totalmente distinta”, asegura. “Pasan quince o veinte minutos antes de poder hacer la primera fotografía, porque hay que elegir el lugar para disparar, sacar la cámara, montar el trípode, no es esto de llegar y disparar de un lado y de otro”, sino “que estás un rato mirando, eligiendo el sitio”, aclara.

El revelado de cada una de sus imágenes hechas con la Calumet cuesta entre cinco y seis euros. “Por cuestiones de economía, no puedes hacer 15 o 20 fotos de cada sitio”, subraya Evangelista, antes de recordar las ventajas de llevar un equipo tan costoso y difícilmente transportable: “El gran formato es lo que más calidad da, si quieres hacer grandes ampliaciones”. En la sala donde están sus “fronteras europeas”, las fotos son de metro y medio por metro con 25 centímetros.

Con esos tamaños, se puede percibir de forma inmejorable esa sensación del artista que bien puede servir de conclusión política tras ver en qué se han convertido los puestos fronterizos del espacio Schengen. “Yo me quedo de este trabajo con que la relación entre los gobiernos, el poder de los Estados, y los ciudadanos es muy desigual, y, en el fondo, es todo muy absurdo, porque hay un control acérrimo de las fronteras y, de repente, se decide que ya no hay fronteras”, afirma el artista. “Entonces, el problema que hay ahora en Ceuta y Melilla, o entre México y Estados Unidos: si en un futuro se dice de acabar con esas fronteras, toda esa gente que ha muerto tratando de cruzar, ¿para qué habrá servido?”, se pregunta Evangelista, quien recientemente gozó de una residencia artística en México para fotografiar el muro fronterizo de 1.100 kilómetros instalado por las autoridades estadounidenses en su frontera.

A Ignacio Evangelista un proyecto le ha llevado a otro, pero reconoce que ya de niño le apasionaba la cartografía. “De pequeño me llamaban mucho la atención los mapas y, comparando las fronteras de Europa con las de África, me decía, 'qué listos los africanos que han dividido tan claramente sus países, y los europeos, qué tontos y qué rebuscados para hacer sus fronteras'”, recuerda el fotógrafo. Hoy, ya sea por la eventual salida de Europa de Grecia o por el auge de la eurofobia en países como Francia, a los líderes continentales les tienta volver a convertir en útiles esas complicadas líneas divisorias. Pero desde hace años, hay hasta niños en Europa que consideran nuestras fronteras una tontería.

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