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El irreverente Maurizio Cattelan reúne en París sus mejores obras

El irreverente Maurizio Cattelan reúne en París sus mejores obras

EFE

París —

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Maurizio Cattelan, el irreverente, risueño e inquietante artista italiano nacido en 1960, volvió hoy a la escena internacional desde París, tras haberle dicho adiós oficialmente en 2011 con una retrospectiva colgada en el hueco de las escaleras del Museo Guggenheim de Nueva York.

Cinco años después de anunciar su intención de no crear más obras y seis de codirigir la revista “ToiletPaper”, el a menudo polémico artista, en la actualidad uno de los más cotizados del mercado, sigue siendo -casi- fiel a su palabra.

Solo la ha traicionado en contadas ocasiones. Una de ellas desde septiembre en el mismo Guggenheim de sus adioses, donde desde el pasado septiembre se forman largas colas ante un váter de oro titulado “América”, recuerda a Efe la comisaria del evento parisino, Chiara Parisi.

Para el Palacio de la Moneda de París, Cattelan prefirió reunir en la muestra “Not Afraid of Love” (Sin miedo al amor) una veintena de obras que considera las más importantes de su carrera, en general conocídisimas, que podrán verse juntas hasta el 8 de enero próximo.

Está, por supuesto, su papa Juan Pablo II derribado por el famoso meteorito de “La Nona Ora” (1999), o su Adolfo Hitler con pantalones cortos rezando de rodillas -“Him” (2001), subastado el pasado mayo en cerca de 15 millones de euros (unos 16,5 millones de dólares)-, aquí de espaldas al fondo de un pasillo frente a una puerta cerrada.

Expone también su grupo de yacentes cubiertos por entero con marmóreas sábanas blancas. Por si hubiese dudas de que él y su trabajo son mucho más serios de lo que pueden parecer a veces, como al propio artista le gusta destacar.

No podían faltar entre sus obras claves el ya también tradicional Cattelan-títere, suspendido esta vez en medio de una puerta, junto a una chimenea; su 'inocente' cabeza saliendo de un agujero abierto en el suelo, o alguno de sus inquietantes caballos con la testa empotrada en la pared.

La novedad no reside exactamente en las obras sino en su esmerada selección y en el diálogo que entablan entre ellas, de salón en salón, en este bello palacio del siglo XVIII, que permite, además, descubrir ciertas piezas históricas, poco o nada conocidas, resalta la comisaria.

Es el caso, por ejemplo, de un retrato en blanco y negro de Cattelan, con el torso desnudo dibujando con sus manos un corazón a la altura del corazón, enmarcado en un tradicional marco de plata colocado sobre otra chimenea.

Esta es “su más grande exposición nunca antes propuesta en Europa”, subrayan en La Moneda, institución que no es ni museo ni galería, sino un verdadero palacio de la moneda, que la imprime desde su fundación, en 864 -en su primera sede y desde 1775 en la actual en el centro de París-.

Y que hace unos años decidió convertirse en sede temporal de grandes leyendas del arte contemporáneo.

De ahí que el presidente de esta entidad pública decana en Francia, Christophe Beaux, al celebrar la presencia de Cattelan en su seno después de artistas como el griego Jannis Kounellis o el estadounidense Paul McCarthy, evocase hoy la siempre ambigua relación que hay entre el arte contemporáneo y el dinero.

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