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Un kilómetro de tirolina para volar en los Picos de Europa

Un kilómetro de tirolina para volar en los Picos de Europa

EFE

Camaleño (Cantabria) —

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Con un kilómetro de longitud, es la segunda tirolina más larga de España, está en los Picos de Europa y probarla es vivir la experiencia de volar durante un minuto y medio a cien metros del suelo. El aterrizaje es tranquilo pero luego viene su hermana pequeña, de 600 metros, para disparar la adrenalina.

Para colgarse en ellas hay que viajar al corazón del valle de Liébana, al pueblo cántabro de Camaleño, situado al pie de la carretera que une la villa de Potes con el Teleférico de Fuente Dé.

Al frente está el empresario lebaniego Francisco Rodríguez, que lleva diez años “en el negocio de las tirolinas”, abrió la de Camaleño hace dos meses y se ha propuesto conseguir, nada menos, que la más grande del mundo esté en su tierra, en Cantabria, y no en los Emiratos Árabes.

No es el único proyecto que tiene entre manos, convencido de que Cantabria reúne todas las condiciones para convertirse en “Territorio Zip Line”, dice a Efe, en la base de la instalación de Camaleño.

En los últimos años han proliferado en España las tirolinas de largo recorrido pero Rodríguez asegura que la instalación de Liébana, con dos líneas que se complementan en vivencias y emociones, es “la más completa” del país.

La primera parte de Los Llanos, un kilómetro de cable que sobrevuela un paisaje espectacular: a la izquierda, la vía ferrata y a la derecha el macizo imponente de los Picos de Europa, las casas de piedra de Mogroviejo incrustadas en la montaña y un poco más allá su torre medieval.

El primer tramo de la línea es rápido, con una velocidad de salida de 80 kilómetros por hora y la altura máxima del recorrido, muy compensado, es de cien metros.

“Tiene altura y velocidad pero la gente que llega abajo dice que es relajante”, apunta uno de los dos monitores de Tirolina Liébana.

Después de un minuto y medio de vuelo, la llegada es suave. Quien quiera redondear la experiencia, tiene que recorrer un sendero de 75 metros hasta el punto de salida de la segunda línea, de 600 y cien de desnivel, un salto de alrededor de medio minuto y hasta cien kilómetros por hora.

“Es un pepino, heavy metal. Posiblemente sea la más rápida de Europa. Es una línea muy explosiva con una llegada terrible, que es lo que más le gusta a la gente, sentir cerca la tragedia”, resume Francisco Rodríguez. Pero no hay peligro porque cuenta “con el freno más seguro del mercado”, apostilla.

Para volar en la línea de mil metros es necesario pesar un mínimo de 50 kilos y no pasar de los cien, cuanto más se pese más rápido es el vuelo. Hace unas semanas la probó encantada una pareja de octogenarios. La segunda está pensada para atrevidos de entre 30 y cien kilos.

En el momento de la salida no es raro escuchar un “para qué habré venido, yo no salto” pero, según Rodríguez y los monitores, lo difícil es que alguien no acabe el vuelo feliz. Y algunos repiten.

El negocio de las tirolinas está en auge últimamente. La más larga de España, de 1.300 metros, se encuentra en Cabezón de Pisuerga, en Valladolid. En Hoz de Jaca se puede volar en otra, de 950 metros, en Islantilla (Huelva) se anuncia la tirolina urbana más grande de Europa y también es posible viajar colgado de un cable de España a Portugal.

Con 2,2 kilómetros, la más grande del mundo es “El Monstruo”, en Costa Rica, y la empresa que la explota ya ha anunciado que en diciembre inaugurará otra en Emiratos Árabes que la superará y entrará en el libro Guinness de los Records, aunque no ha desvelado que longitud tendrá. Habrá que esperar a final de año.

Pero Francisco Rodríguez está convencido de que Cantabria “va a batir a los Emiratos”. Ya tiene un estudio técnico y baraja dos ubicaciones, a cada cuál más espectacular: las montañas del valle de Soba o el territorio de la cueva de El Soplao.

Este empresario, que se dedica también a desarrollar materiales para este tipo de instalaciones, cree que las tirolinas son un buen atractivo que ofrecer en una región que ya atrae turistas por sus paisajes, su arte rupestre, su oferta cultural y su gastronomía.

Además, en estos momentos, dice, las cosas son más fáciles para quienes se embarcan en este negocio. Antes de abrir la primera tirolina, estuvo cuatro años superando trámites y reuniendo permisos.

Los tiempos han cambiado para una oferta de ocio que cada vez tiene más aceptación. Ahora ese proceso le ha llevado un año, y otros seis meses construir la instalación y montar el cable. Lo hizo con un helicóptero. Ahí empezó ya la diversión, apunta.

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