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Ian McEwan estrena su primera novela de espías

Ian McEwan

elDiario.es

Barcelona —

Como la famosa Expiación (llevada al cine con Keyra Knightely como protagonista) la lectura y el poder de la imaginación tienen un papel protagonista en Operación Dulce, la última novela del británico Ian McEwan (Anagrama, 2013). Su protagonista Serena Frome es una estudiante de matemáticas “realmente atractiva” reclutada por el MI5, una lectora compulsiva pero vulgar, “de gustos sencillos, a quien le gustan los personajes con los que se puede identificar, que son una versión de sí misma y le despiertan la curiosidad”.

Su pasión literaria marca su primera misión -la Operación Dulce del título-: debe reclutar a un novelista para escribir odas al capitalismo occidental capaces de intoxicar la imaginación de sus conciudadanos británicos. Haciendo uso sus variados encantos para cumplir objetivos, Serena intima con Tom Haley, profesor de la Universidad de Sussex, “posmodernista y a quien le gustan Cortázar o Borges, y Serena Frome, que seguramente odiaría a todos esos escritores”.

Haley comparte con su creador el mismo entorno literario y los primeros relatos de los años sesenta.“Yo también desempeñaba mi modesto papel con la publicación de mis primeros relatos y en el quecomenzaban otros escritores que luego se convirtieron en mis amigos como Martin Amis, Salman Rushdie o James Fenton”. El amor entre serena y Tom será inmediato e imposible, especialmente cuando Haley termina su novela y resulta ser una distopía apocalíptica, negra como un día sin pan.

La CIA como agente literario

Dice McEwan que decidió escribir Operación Dulce después de un empacho de novelas sobre la guerra fría. Al conocido autor le llamó especialmente la atención descubrir cómo a finales de los cuarenta, en los cincuenta y principios de los sesenta “la CIA dedicó ingentes cantidades de dinero a difundir la cultura occidental, para convencer a los intelectuales de que Occidente era la mejor opción”.

La novela cuenta cómo se organizaron grandes giras de orquestas, se desarrolló el expresionismo abstracto y “todo se hizo con muy buen gusto, porque los líderes de esas organizaciones habían estudiado en Yale o en Harvard y su propósito era promover la diversidad cultural, el pluralismo, pero el problema es que todos esos valores se promovieron en secreto”.

Esta guerra fría cultural alcanzó su cénit en los años cincuenta cuando en países como en Francia o Italia había un partido comunista fuerte y simpatías hacia la Unión Soviética.

Aquellas simpatías se acabaron con la supresión violenta de la Primavera de Praga, pero la CIA, añade el autor, descubrió que “el enemigo principal era la propia izquierda demócrata, que queriendo defender una sociedad igualitaria ponía como ejemplo la URSS”. La novela está dedicada a su buen amigo Christopher Hitchens, fallecido en 2011 víctima del cáncer.

La novela funciona también como un fresco de la época de los años setenta, que McEwan define como “los años de la crisis nerviosa colectiva, en los que había una profunda crisis política y cultural de identidad, y un país en quiebra tras la pérdida del imperio colonial”. Una situación depresiva que contrasta con una “vida cultural muy animada, con el movimiento feminista, el activismo inicial por el medioambiente o las acciones en defensa de las artes y la música”.

Su próximo libro será una novela corta, “la historia de una juez del Tribunal Supremo a la que llaman de urgencia para que tome una decisión respecto de un joven testigo de Jehová, que, por sus convicciones religiosas, se niega a recibir una transfusi

ón de sangre“.

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