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Las fotos que la industria animal no quiere que veas

Vanesa Rodríguez

Las imágenes de la fotoperiodista canadiense Jo-Anne McArthur te ponen frente al espejo. En ellas ves a animales mirando a la cámara, mirando a los ojos azules de Jo-Anne, mirándote. Animales aterrorizados esperando su turno en el matadero o atrapados en lugares a los que no pertenecen. Nadie los ve.

Todo comenzó en 1998. McArthur visitaba Ecuador cuando vio un mono encadenado a una ventana. Los turistas tomaban fotos de él y se reían, les parecía muy divertido. Ella, en cambio, fotografiaba la escena porque pensaba que era cruel. “Me di cuenta de que estaba sola en ese grupo de gente, y de que veía las cosas de forma diferente”, explica a eldiario.es.

Esa fue la primera fotografía de We animalsWe animals, un proyecto que a lo largo de los años ha documentado alrededor del mundo situaciones de maltrato o explotación y nuestra relación con los animales con el objetivo de “hacer visible lo invisible”. El libro se edita ahora por Plaza y Valdés con los textos de McArthur en castellano. Todos los beneficios irán para la ONG Igualdad Animal, con la que la fotoperiodista ha trabajado de incógnito en multitud de ocasiones para captar el trato a los animales en granjas y mataderos de nuestro país. 

Este no es un libro de fotografías bonitas de animales. Cada una del más de centenar de fotos que se pueden ver en We animals es una historia. Algunas tienen final feliz, pero no la mayoría. Rescatamos una selección que refleja la amplitud del trabajo documental de McArthur. 

[ADVERTENCIA: Algunas de las imágenes que se muestran a continuación pueden herir la sensibilidad del lector]

Panda rojo, zoológico de Calgary, Canadá, 2008

En el último viral protagonizado por animales que recorre la red, un gorila baila en una piscina en un zoo de Dallas. El vídeo parece divertido, todo el mundo lo comparte, pero nadie se fija en las rejas en la ventana.

Por ejemplos como este, la primera parte del libro puede resultar una de las más impactantes. Se centra en mostrarnos a animales que están a la vista de todo el mundo, en zoos o parques. Algunos pueden parecer bien cuidados, pero una mirada a través de la lente de McArthur te hace consciente de su realidad. 

Este panda rojo camina dando vueltas en círculo en su recinto en el zoo. Si te fijas, se ven sus pequeñas huellas en la nieve resultado de su paseo constante. “Estos surcos son comunes en la mayoría de los encierros de animales. Como nosotros, tienen el deseo de moverse y por lo tanto estos caminos son inevitables. Si te paras a observar un minuto, puedes ver al animal dar una vuelta al recinto. Quédate media hora y te harás una idea de lo que los animales sienten en confinamiento, caminando sobre sus pasos, a menudo de la misma manera, una y otra vez”.

Un ciervo en la ciudad, Nueva York, EEUU, 2005

We animals recoge escenas de una cotidianeidad que sobrecoge. La fotoperiodista se encontraba en Manhattan cuando esta joven pasó por delante llevando una cabeza de ciervo mientras hablaba por teléfono: “La gente simplemente pasaba a su lado, como si nada, y yo estaba pensando: ¡Oh, Dios mío! Es un ciervo, en la ciudad”. Casi se le escapa el disparo porque en un primer momento no supo reaccionar. Volvió e hizo la foto, que se ha convertido en una de las más difundidas del libro.

“Capta lo cerca y lo alejados que estamos de ellos, cómo de una forma u otra siempre los llevamos con nosotros, incluso a criaturas salvajes en medio de la ciudad”, escribe.

Visón gris, granja de pieles, Suecia, 2010

“Gran parte de cómo son tratados los animales ocurre tras puertas cerradas, sin ventanas, porque estas industrias saben que si viéramos lo que ocurre, no estaríamos muy contentos con ello. Por eso me embarqué en la misión de hacerlos visibles”, explica la fotógrafa.

Las granjas de animales para la explotación de sus pieles son uno de esos sitios que la industria prefiere que permanezcan en la sombra. McArthur trabaja en misiones con activistas para sacarlo a la luz. En esta imagen, “los visones están apiñados bajo la comida que les cae desde la parte superior de su jaula una vez al día”. “La comida podrida apilada en cada jaula es asquerosa”, recuerda la fotógrafa que describe un olor “imposible de transmitir”. 

Fotografiar a animales en estas investigaciones encubiertas conlleva muchos retos. “Son animales aterrorizados, que se mueven, están en terribles condiciones, y tienes que fotografiarlos a través de las jaulas, en la oscuridad... Además, por seguridad, tienes que estar preparada para salir corriendo en cualquier momento”, explica.

Niño torero, Madrid, España, 2009

En ocasiones, para conseguir captar lo que quiere contar, McArthur reconoce que tiene que mentir. “No me gusta hacerlo, pero tengo que hacerlo”, explica. Fue el caso de esta escuela de tauromaquia en Madrid, donde la activista entró haciéndose pasar por “una corresponsal extranjera interesada en la cultura española”.

Allí, varios niños aprendían a ser toreros. A este, de unos seis años, le preguntó por qué quería ser matador. “Porque me encantan los toros”, respondió. “En el libro también se pone de relevancia esta disonancia”, añade McArthur. “Los queremos, pero nos los comemos. Los queremos, pero abusamos de ellos”, denuncia.

“Los niños son a menudo naturalmente empáticos. Me habría gustado ser una mosca en la pared y en algún momento escuchar las conversaciones entre este niño y los adultos, conduciéndole a decir que quiere ser matador de toros porque ama a los animales”, explica. 

“Quizá no tenga conocimiento todavía de lo que es el dolor, el sufrimiento, la violencia o la muerte. Y para cuando él realmente lo entienda, ya estará inmerso en el mundo de las corridas. Espero que despierte y que deje esto atrás”, reflexiona.

El siguiente en la matanza, matadero, España 2010

La segunda parte del libro está dedicada a la industria cárnica y documenta la muerte de los animales para su consumo en diferentes partes del mundo. Desde cachorros de perro en un mercado vietnamita a conejos en un matadero en España. 

Este matadero compra cada conejo vivo por 1,35 euros y lo vende muerto por 3,10. Primero se les aturde colocando su cabeza entre dos planchas de metal, luego se les cuelga y se les corta la garganta.

“Para mí esta es una de mis imágenes más fuertes. Algunas se ven ayudadas por la historia que tienen detrás o las descripciones que se añaden, pero en esta, todo lo que quiero transmitir está aquí, sin palabras. A través del objetivo. El individuo. Su expresión. La situación. Lo entendemos”, explica la autora.

Para la fotoperiodista, la parte más triste de su trabajo “es que para obtener una buena foto, tengo que lograr que los animales me miren, y que miren al objetivo, así en la foto están mirándote a ti y a todos los que miren esa fotografía”.

“Eso me lleva tiempo con los animales, tengo que hablarles cariñosamente, tratar de que estén tranquilos y fotografiarlos... Y podría ser su liberadora, pero no lo soy. Voy de jaula en jaula, haciendo las fotos, y me siento terrible porque nadie más va a venir a ese lugar a liberarlos, estoy solo yo y yo no lo puedo hacer. Me rompe el corazón”, reconoce.

Contenedor de cerditos muertos, granja industrial, España, 2009

“Miles de moscas zumbaban alrededor de nuestras caras mientras intentábamos documentar lo que había en los contenedores”: cerdos muertos, órganos y entrañas podridas. Algunos habían sido arrojados vivos al contenedor.

Jo-Anne McArthur recuerda especialmente de nuevo el olor en esta “imagen sobrecogedora visualmente” que espera que pueda “atacar a nuestros otros sentidos también” como le pasó en aquel momento a ella y a los otros activistas que investigaban esta granja en España.

“Me encantaría que estas imágenes acabaran en un museo como documentos de la atrocidad que nunca se volverá a repetir”, afirma sobre su trabajo.

Granja de monos Xin Ling de Vientiane, Laos, 2011

“Este hombre estaba enseñándonos el 'producto' de la granja. ¿Qué más hay que decir?”, reflexiona McArthur sobre esta imagen.

“He mirado esta foto muchas veces, viendo la manera en la que el bebé, aterrorizado se aferra a la madre, la manera en la que la madre mira hacia el bebé, y cómo la única manera en la que puede sostenerlo es con su pie alrededor de su cola”, mientras el criador exhibía la mercancía, recuerda.

Gallina rescatada dentro de una caja, España, 2010

A pesar del bofetón de realidad que es We animals, también tiene espacio para la esperanza. El capítulo Compasión recoge historias de rescates y santuarios animales en los que otro final es posible.

Es la historia de esta gallina, rescatada de una granja de huevos por la asociación Igualdad Animal. “Encuentro esta foto tan divertida y dulce”, recuerda la activista. “Me hubiera gustado que ella supiera la de cosas buenas que le iban a suceder, ¡que había una gran razón para tenerla en esa caja! ¡La libertad!”.

“Siempre hay momentos en los rescates en los que desearías poder transmitirles que ellos pueden relajarse y sentirse felices”, explica sobre esta gallina que acabó en un santuario con espacios abiertos y cómodos cobertizos.

Sonia y el cordero, rescate de Igualdad Animal, España, 2009

Esta foto, “trata sobre muchas cosas, incluida la difícil iluminación mientras nos movíamos en completa oscuridad”. McArthur explica que en esta ocasión se rescataron a dos corderos y a la oveja. “Después de horas de viaje llegamos al santuario, que no tenía el mejor vallado. Queríamos dormir después de haber pasado la noche en vela conduciendo, pero teníamos que tener un ojo en la madre y sus crías que seguían queriéndose escapar lejos”, narra.

En los rescates abiertos, “se liberan a animales heridos, desechados o amenazados” de “granjas, laboratorios u otras instalaciones” con el objetivo de “mostrar una visión alternativa de cómo deberían ser tratados”.

La fotoperiodista sabe que sus imágenes no producen indiferencia, por eso la mejor recompensa es cuando la gente le escribe contándole cómo su trabajo les ha influido positivamente.

“La forma en la que veo mi trabajo es como una pequeña pieza del puzle en este gran proyecto que son los derechos de los animales. Necesitamos fotógrafos, abogados, científicos, activistas... todos son una pequeña pieza y estoy contenta de ser una de ellas porque la gente necesita ver”, asegura.

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