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Los naqal, contadores de historias en el país de Sherezade, están en peligro

Los naqal, contadores de historias en el país de Sherezade, están en peligro

EFE

Teherán —

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“Yeki bud, yeki nabud” (“Había alguien, no había nadie”): así empiezan los cuentos en persa y este fue, posiblemente, el modo en que Sherezade comenzaba a contar al rey sasánida Shahriar las mil y una historias que durante igual número de noches le salvaron la vida.

Los iraníes son grandes amantes de los cuentos populares, las fábulas, aventuras y poemas transmitidos de generación en generación de forma oral, una tradición en cuyo eje central están los “naqal”, contadores de cuentos con poca más ayuda que un bastón y un chaleco bordado que hoy la televisión e internet han puesto en peligro de extinción.

“Los iraníes están acostumbrados a la cultura oral porque hasta hace unas décadas había analfabetismo y aquí la gente ama la literatura. Mi madre por ejemplo no tenía educación, pero sabía cientos de poemas de memoria”, explica a Efe Yadollah Parmún, jefe del Centro para la Preservación del Patrimonio Inmaterial de Irán.

La Unesco ha declarado los “naqal” patrimonio inmaterial de la humanidad “en necesidad urgente de preservación”.

Se dice que en toda casa iraní hay al menos tres libros: uno del gran poeta persa Hafez, el Corán y el Shahnameh, la historia de los reyes, obra épica de Ferdosí.

“Hasta hace no mucho, las familias y amigos pasaban las noches contando historias y recitando poemas, manteniendo una rica colección de literatura oral que, poco a poco, se va perdiendo”, explica Parmún.

Magos, hechiceros, genios, brujas, califas, poetas y animales pueblan las fábulas que corrían de voz en voz y que, durante siglos, han influenciado la música, la poesía, el cine y la pintura iraní.

Esta tradición era en buena medida sostenida por los “naqal”, cuentacuentos dramáticos que nacen en el periodo Safávida (1501-1736) y narran historias en prosa o verso -sobre todo épicas y religiosas- con muy pocos instrumentos y escenario y, a veces, acompañados de música.

Su actividad surge y se extiende en las tradicionales casas de té, donde se reunían nobles, mercaderes, poetas, artesanos y artistas para escucharles y que, hoy en día, han sido reemplazadas por cafeterías tipo occidental sin acción cultural.

“La conexión entre las generaciones jóvenes y antiguas se tambalea. No es que no les guste, es que no entienden su verdadero significado. La comunidad de los ”naqal“ está desapareciendo y envejeciendo”, lamenta Parmún.

La modernidad, cambios en el estilo de vida, expansión de la televisión, el cine y, ahora, internet y la desaparición de las casas de té han robado a los cuentacuentos su papel de relevantes actores sociales y los han relegado a los teatros.

“En el arte de los 'naqal' hay un solo narrador que es el que toma el papel del héroe, su enemigo, su caballo y su amante. No hay escenario, ni sonido ni luces, solo la persona con un bastón que se convierte alternativamente en su amada, su caballo o su arma”, explica Parmún.

El oficio requiere gran conocimiento de la gramática, dialectos y expresiones locales, la música tradicional, melodía, dominio de la voz, del arte de la exageración y las onomatopeyas, una gran memoria y habilidad para improvisar y cautivar a la audiencia.

No quedan muchos. Según Maryam Nemat Tavusí, miembro de la Junta Científica de Investigaciones del Patrimonio Cultural de Irán, “se calcula que quedan unos 40 o 50 ”naqal“ de la antigua generación y unos veinte de la nueva, que no han tenido una educación sistemática”.

Hoseín Mirza Alí, “naqal” e hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de famosos “morshed” (contadores), es más negativo y asegura que “puede decirse ya que es un arte desaparecido”, pues “se pueden contar los ”naqal“ con los dedos de una mano”.

Reclama los “naqal” no solo como entretenimiento, sino también con utilidad política, cultural, social y educativa y culpa a las nuevas tecnologías de lo que considera un deterioro moral de la sociedad.

Quizás este anclaje en el pasado es lo que impide el traspaso generacional.

Sahar una joven de 28 años de Teherán, reconoce que este arte “no le interesa”.

“Ya no se usa, nunca he oído anunciar una obra de naqalí, creo que casi está eliminado. Yo prefiero el cine o teatros cómicos”, afirma.

Comparte su opinión Elmira, de 25 años, que asegura que lo considera “muy aburrido”, aunque admite que nunca lo ha visto en directo, solo en películas.

Ayub Hoseiní, un anciano de unos 70 años, si lo recuerda con nostalgia.

“Antes, en mi época, la gente se interesaba mucho por ese arte, aprendíamos mucho y nos entreteníamos, pero ahora es diferente, la tecnología ha progresado mucho y los jóvenes prefieren otros entretenimientos”, lamenta resignado.

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