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Los organistas lamentan cierto desinterés en Cataluña por los órganos

Los organistas lamentan cierto desinterés en Cataluña por los órganos

EFE

Barcelona —

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En Cataluña hay actualmente unos 300 órganos de tubos, algunos de ellos auténticas joyas culturales, la mayoría instalados en iglesias y palacios, aunque muchos están en desuso o abandonados por el desinterés de la administración por este tipo de instrumento, que no es apreciado como patrimonio cultural.

Así lo cree el músico, compositor, organista, teólogo y monje benedictino de Montserrat Jordi-Agustí Piqué (Mollerussa, Lleida, 1963), que también es presidente del Pontificio Instituto de Liturgia de Roma y firme partidario de introducir la música en las liturgias religiosas y organizar recitales de órgano en todas las iglesias, como sucede en otros países de Europa.

De la misma opinión es el maestro Miquel González (Badalona, Barcelona, 1967), organista de la parroquia de Santa Anna de Barcelona y profesor de órgano y clavicémbalo, que pone como ejemplo el órgano de Sant Esteve de Banyoles (Girona), cuyos tubos, explica, están tirados por el suelo pese a tratarse de un órgano de 1758, “una joya del patrimonio cultural”.

Tanto Piqué como González lamentan que en Cataluña no haya una tradición ni un impulso organista desde las administraciones, como sucede en otras comunidades españolas, donde tienen ciclos de conciertos y cuidan este tipo de música.

Ambos ponen como ejemplo que el Auditorio de Música de Barcelona no cuenta con un órgano, mientras que el de Madrid tiene dos.

También señalan que un órgano tan imponente como el que está en la sala oval del Palacio Nacional, un gran salón con capacidad para 1.300 personas, está sin usar.

Se trata de un órgano fabricado por la casa alemana Walcker y Cía, con 154 registros repartidos en cinco teclados y pedalier de 32 notas con más de 10.000 flautas, que fue inaugurado por el profesor Alfred Sittard el 6 de julio de 1929.

Este imponente órgano -tiene 34 metros de longitud por 11 de altura- fue restaurado y ampliado en 1955, añadiéndole 2.500 tubos más a los originales y pasó a tener seis teclados, “pero nadie lo toca”, añaden.

De los aproximadamente 300 órganos que hay en Cataluña, un centenar están en la provincia de Barcelona, unos 40 en la de Lleida y unos 35 en la de Girona, mientras que es Tarragona donde más sobrevivieron a la destrucción que sufrieron estos instrumentos durante la Guerra Civil.

El 18 de julio de 1936 Barcelona contaba con 70 órganos de tubos, pero al día siguiente sólo quedaron doce en pie, y una semana más tarde se quedaron en siete.

Piqué reconoce que construir órganos no es barato y pone como ejemplo el órgano de Montserrat, que costó hace unos años 1,5 millones de euros.

Un millón de euros cuesta el nuevo órgano que está construyendo el maestro organero alemán afincado en Molins de Rei (Barcelona) Gerhard Grenzing para la Basílica de La Mercè, que en parte pagará la Obra Social de La Caixa y que se estrenará en 2018.

Grenzing proviene de Hamburgo (Alemania), un país donde hay uno o dos organistas en cada parroquia, resalta González, que envidia que en Inglaterra haya incluso un Colegio Profesional de Organistas y que en Corea funciona una Red de Federada de Organistas.

En Europa funciona también un mercado de órganos de segunda mano que proceden de parroquias que deciden cambiarlo por uno más moderno o más grande.

“Aquí no faltan instrumentistas, aunque tocar el órgano es más difícil que tocar el piano, lo que faltan son sitios donde tocar”, señala Piqué, impulsor y director del Festival Internacional de Música de Órgano de Montserrat, que esta noche abre su séptima edición como único ciclo en Cataluña, con cuatro conciertos gratuitos, en el que el instrumento de tubos es el protagonista.

“El órgano es un patrimonio que no interesa, antes prefieren restaurar un retablo, aunque el órgano sea más antiguo y tenga más valor”, lamenta Piqué, que considera que “público hay para organizar cada domingo conciertos de órgano en Barcelona”, como sucede en otras ciudades europeas.

González apunta que esta situación hace que “falten salidas profesionales” para los organistas, que tienen más oportunidades en otras comunidades, como el País Vasco, Galicia, Castilla-León o Aragón, “donde cuidan y recuperan sus órganos”.

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