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El imparable hundimiento del Valle de los Caídos

La Abadía Benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos

José Cervera

El monumento del Valle de los Caídos está construido sobre y dentro de un risco granítico en lo alto de un valle que mira casi hacia el oeste desde las últimas estribaciones de Guadarrama; justo dentro de la línea El Escorial-Alto del León (Puerto de Guadarrama) que durante la Guerra Civil fue frontera entre los dos bandos. En una reciente visita en día lluvioso estaba tan cerca del cielo que la ingente cruz era invisible, tragada por las nubes, y sólo quedaba a la vista el patio porticado de la entrada a la Basílica con sus dimensiones imperiales, vacío y chorreante. Sobre la entrada al túnel que horada la gran peña está la Piedad de Juan de Ávalos, la estatua que hubo que arreglar de urgencia debido a que algunos de sus elementos corrían peligro de desprenderse y desgraciar a alguien. Un símbolo de la decadencia física del complejo, cuyo deterioro impone grandes obras de restauración en los próximos años so pena de que acabe por venirse abajo.

El problema del Valle de los Caídos va más allá de la política, su carácter simbólico o el peso de su pasado, aunque estos factores serán vitales para determinar la respuesta a la auténtica madre del cordero: el conjunto monumental necesita importantes, y por tanto caras, reformas. El paso del tiempo, la humedad y el clima de la zona donde se asienta (el valle de Cuelgamuros, en la Sierra de Guadarrama) además de algunos defectos de construcción sorprendentes en una obra tan cargada de simbología están poniendo en peligro las estatuas y la misma galería tallada en roca viva donde se asienta la Basílica.

Las galerías inferiores, que albergan los huesos de miles de muertos de la Guerra Civil, sufren de graves humedades que imposibilitarán la identificación de los restos, según el gobierno. Las estatuas, construidas con materiales incompatibles entre sí, recogen agua y se desmoronan por dentro poniendo en riesgo su integridad estructural. Pero el deterioro está extendido por todas las instalaciones y repararlo precisará de un presupuesto evaluado en al menos 13 millones de euros según el informe elaborado por la Comisión de Expertos [pdf] formada por el gobierno Zapatero. La pelea por el significado del monumento está estrechamente ligada a esta cuestión: ¿quién pondrá el dinero, y a qué coste político?

El estado actual

Al acercarse a la Basílica las señales de problemas están por todas partes: algunos de los arcos de los soportales laterales están vallados para impedir la entrada, y no ya por los charcos que la fuerte lluvia alimenta, sino por humedades viejas que empapan el granito, desarrollan encostramientos y manchan de marrón rojizo las zonas por donde se filtra el agua desde hace mucho. Al entrar en el túnel uno no puede evitar una mirada prudente a la Piedad, ya que la pierna del Cristo Yacente está extraplomada sobre la entrada. Aunque ya no hay nada que temer (la escultura se reparó en 2014, retirándose las protecciones) con la gravedad no se juega. La inmensa nave está desprovista prácticamente de adornos y muestra su intención en el espacio vacío; quizá por la carencia de turistas ante el mal día pueden oírse con claridad los inconfundibles golpeteos de las gotas de agua al caer en un cubo bajo una gotera.

En el primer tercio de la sala a la izquierda, frente a la única decoración de un tapiz con los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, hay una formación de media docena de grandes cubos adornados situados para recoger las goteras permanentes en esa zona, alguno lleno de agua. Y no son de esta lluvia que arrecia, porque están ya muy dentro de la montaña y un somero recorrido entre ellos muestra que el problema es antiguo: en una zona hay hasta un conato de estalagmita formado por un goteo viejo después repulido por las máquinas de Patrimonio que mantienen el suelo impoluto.

Más adentro aún, donde comienza el crucero tras subir unos escalones, la primera estatua que marca el cambio de techo a la derecha está empapada y cubierta de eflorescencias, también visibles en la cúpula hacia el lado izquierdo a pesar de estar impermeabilizada para proteger su mosaico. En el techo pueden verse muchas otras manchas más pequeñas de humedad, sales u óxidos. Según se ha publicado la situación en las galerías que albergan los restos de los muertos de la Guerra Civil es tan mala que la humedad ha deshecho las cajas que los ordenaban y los huesos se han mezclado, haciendo imposible la identificación.

Y esto es en el interior, que está bajo techo. Las nueve enormes estatuas de Juan de Ávalos, la Piedad sobre la entrada y las Cuatro Virtudes Cardinales y los Cuatro Evangelistas que adornan la base de la Cruz, están a la intemperie. Y en tan mal estado que el funicular que llevaba a la terraza superior, desde donde era posible tomar el ascensor interno y subir a la punta de la Cruz de 150 m, está cerrado y la subida prohibida por razones de seguridad. Las estatuas podrían perder un cascote sobre la cabeza de un turista. Arreglar una de ellas (la Piedad) para evitar este riesgo costó 280.000 euros en una intervención de emergencia: arreglarlas todas será mucho más caro.

Una explosiva mezcla de sulfato y de sodio

El problema no está sólo en el paso del tiempo y en las inclemencias de la Sierra de Guadarrama, aunque también contribuyen. Viene de su mismo origen: las estatuas tienen serios defectos de construcción como los tiene el propio túnel de la Basílica. Subsanar esos defectos y dejar el monumento en buenas condiciones va a salir caro: al menos 3 millones de euros para las estatuas y otros 10 para el resto de las instalaciones, estimó la comisión de expertos.

Primero, las estatuas. La de la Piedad fue examinada antes de proceder a su reparación por un importe superior a 214.000 euros por un equipo científico del que formaba parte el geólogo Javier García-Guinea del CSIC, que trabaja en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, junto a otros especialistas del mismo museo, del CIEMAT y de las Universidades de Zaragoza y Alicante. Los científicos examinaron la construcción y elaboraron un dictamen que después fue publicado en dos revistas profesionales (Enviromental Earth Sciences y Materiales de Construcción). El diagnóstico no puede ser peor: la estatua de la Piedad tiene serios problemas por un grave error de construcción: uso de materiales incompatibles.

En efecto, las muestras extraídas del interior de la Piedad mostraron que la estatua, de casi 20 metros de alto, está compuesta de tres capas. La parte exterior, visible, son placas de 20 cm de caliza de Calatorao; una piedra escultórica usada desde hace siglos en España y caracterizada por su color negro debido a su alto contenido en materia orgánica. Es fuerte y resiste bien la intemperie, por lo que no debería dar problemas. Pero la estatua no es maciza: la capa tallada se montó sobre un núcleo central de hormigón que le da el volumen a la escultura. Este hormigón se hizo con las propias rocas del valle trituradas como áridos, como demuestra su composición rica en feldespatos, y tampoco debería dar problemas. El punto débil está en el mortero ‘secreto’ de escultor usado para fijar las piezas de caliza al hormigón por Juan de Ávalos. Este mortero contiene yeso: sulfato de calcio.

Explica Javier García-Guinea que en presencia de agua: “la mezcla de sulfato y de sodio es explosiva porque genera sal de sulfato de sodio, fuertemente expansiva”. Y las estatuas calan. La expansión de esas sales mueve las piezas de caliza y crea grietas por donde entra más agua, que amplifica el ciclo y además se congela en invierno agrandando las grietas. Los sulfatos también atacan al hormigón feldespático, deteriorándolo y disgregándolo. Los resultados son los síntomas que mostraba la Piedad antes de la intervención de 2014: “eflorescencias, espeleotemas blancos, descamación de placas de caliza de Calatorao”.

Lo peor de todo es que estos síntomas también aparecen en las otras ocho estatuas, las de la base de la Cruz, de modo que aunque no se hizo el mismo análisis interno cabe temer que las virtudes y los evangelistas padezcan del mismo mal. Como destaca el especialista “la caliza de Calatorao es perfecta para exterior, cuando se utiliza con morteros adecuados”, pero en este caso no se hizo así. Y si el diagnóstico es claro, el tratamiento también: claro, y nada barato.

Para el geólogo la solución ideal seria “desmontar y volver a montar [las esculturas] sobre un hormigón silíceo limpio utilizando morteros sin sulfatos”. Pero, obviamente, “a nadie se le oculta lo que eso significa en estatuas de 20 metros de altura”. Además serían necesarias otras obras para consolidar más las figuras “medidas paliativas como drenajes y protecciones podrían frenar el proceso de deterioro, pero hay que ser muy cuidadoso sobre como hacerlas porque el uso de resinas orgánicas puede aglomerar fragmentos de mayor peso en caídas, taponar el drenaje de agua-sales, etc., lo que serían procesos bastante contraproducentes”. Además hay que evitar otros materiales que se ya han empleado en reparaciones parciales como “resinas acrilicas y los epoxis [resinas epoxídicas], que se destruyen bajo la acción de la radiación ultravioleta”. Materiales de este tipo han sido usados en parcheados anteriores que no han resuelto los problemas y de hecho han complicado la situación: 'chapuzas' de las que el experto responsabiliza a la Fundación Juan de Ávalos. Está claro que las tiritas no bastan: hará falta cirugía mayor.

Siguiente problema: la basílica

Si consolidar las estatuas para que se mantengan a largo plazo es complicado y caro reparar el interior de la Basílica será aún más difícil. El túnel se talló en un risco granítico, roca que siempre aparece fisurada. Según García-Guinea “todo aquello es granito con fracturas muy visibles desde el exterior (diaclasas) que con toda seguridad llegan a la basílica y facilitan la entrada de aguas de lluvia; fracturas que son de la era primaria (500 millones de años) y no de los tiempos modernos. Claramente la impermeabilización interior es defectuosa”. Arreglar esa impermeabilización para evitar las goteras interiores “seria muy caro, y la impermeabilización exterior también es casi nula; a nadie se le ocurriría plastificar todo el monte”.

El Valle de los Caídos es hoy uno de los monumentos madrileños más visitados por los turistas, superando las 250.000 visitas al año, cifra que crece a buen ritmo. La visita cuesta 9 euros, por lo que Patrimonio Nacional ingresa unos 2 millones de euros anuales; además de ocuparse del mantenimiento el organismo oficial dedica una subvención superior a los 340.000 euros a la Abadía Benedictina que reside en el complejo y se ocupa del culto, incluyendo la elaborada misa diaria de las 11.00 h. celebrada con gran despliegue ceremonial. El problema es que el Valle de los Caídos necesita importantes obras y para realizarlas hará falta una importante cantidad de dinero; unos quieren recibirlo sin contrapartidas y otros exigen que el monumento se adapte a los nuevos tiempos si ha de ser financiado por la democracia. El pulso sobre su significado pasado y futuro al final se reduce a quién pagará el precio político de liberar ese dinero, y a cambio de qué. Tan simple como eso.

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