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'La justicia de la reina': el ego del dragón no vence a la furia del león

Tyrion Lannister, mano de la reina Daenerys

Mónica Zas Marcos

No hay tiempo para regodearse en las pequeñas victorias cuando la guerra tiene fecha de caducidad. Bajo la tormenta dejó a uno de los bandos tiritando y con un cambio de tornas para las dos reinas de la partida, Cersei y Daenerys. La batalla en Poniente se ha desatado al mismo ritmo que los spoilers, así que recomendamos la lectura del segundo capítulo antes de meternos de lleno con La justicia de la reina.

“He pasado mi vida en el extranjero. Muchos hombres trataron de matarme, no recuerdo todos sus nombres. Me han vendido como si fuera una yegua. Me han encadenado y traicionado, violado y deshonrado. ¿Sabéis lo que me hizo soportarlo a lo largo de tantos años en el exilio? La fe. En mí misma”. Con ese monólogo, Daenerys presume del derecho a ser arrogante con sus invitados y directa en sus intenciones de dominar cada rincón de Poniente.

El encuentro entre la madre de dragones y Jon Snow se venía cocinando durante las seis temporadas como una alianza definitiva. Ambos líderes se han ganado el respeto de sus súbditos sin amedrentarlos o hacerlos saltar por los aires, algo que en Juego de tronos se paga con la simpatía de los espectadores. ¿Qué podía fallar entre ellos? Nada, salvo que la Targaryen de la séptima temporada ha ganado en confianza y en actitud estratega. Las manos amigas ya no le son suficientes: ahora quiere que el rey en el Norte se postre ante el trono de Rocadragón.

El bastardo de los Stark se niega, puesto que él ha viajado lejos para forjar alianzas, no para rendir pleitesía a una desconocida. Tras un dilatado forcejeo de egos, en el que Khaleesi alardea de sus muchos títulos y Jon Snow de haber sobrevivido -en el sentido más amplio de la palabra- a las “puñaladas de su pueblo”, Tyrion media para lograr un consenso.

No hay lugar para la soberbia cuando Euron Greyjoy ha calcinado todas tus naves y tiene en su poder a dos de tus aliadas más poderosas. En descargo de Daenerys, el enano defiende que ella no vaya a luchar contra un supuesto ejército de muertos vivientes cuando sus hombres están muriendo por culpa de un monstruo de carne y hueso: Cersei Lannister.

Su mayor miedo es reinar sobre un cementerio o, por culpa de sus dragones, sobre una montaña de cenizas. Por eso decide ceder las minas de Vidriagón a Jon Snow y a su campaña contra los Caminantes Blancos. A cambio, necesita que el Norte luche en sus filas cuando toque conquistar Desembarco del Rey. “Daenerys libra al pueblo de los monstruos”, le dice Tyrion a Jon en un intento de que se solidarice por su causa. Ambos se mueven por un sentido de la justicia muy afilado, pero no es ella la reina a la que hace honor el título del episodio.

Al otro lado de la Bahía del Aguasnegras, su gran enemiga espera el día en el que vea derrotados a todos los que conspiraron en su contra o mataron a sus hijos. Y ese día ha llegado.

Honrar la libertad no es suficiente

“Las huestes de mi hermana luchan por ella por miedo. Los Inmaculados lucharán por algo más grande: lucharán por la libertad y por la persona que se la concedió”. Tyrion narra con optimismo la batalla en Roca Casterly, aunque el ejército de la madre de dragones está en clara desventaja respecto al de los Lannister. En La justicia de la reina no han querido perder metraje en grandes y aparatosas batallas como la de los piratas. Esta vez, la voz del enano nos acompaña por las murallas y el asedio a la gran fortaleza de los leones, que cae con inusitada facilidad.

Es descorazonador encontrarse con la verdadera razón por la que los Inmaculados barren a sus enemigos. No se debe a su lealtad por la Targaryen ni a su destreza con la espada. La realidad es que Jamie Lannister ha dejado Roca Casterly en manos de sus hombres más endebles y se ha llevado a su mejor tropa a Altojardín para acabar con la anciana Olenna Tyrell y con el resto de su corte.

Es un giro de acontecimientos brillante y cruel. Sería demasiado épico que Tyrion fuese relatando la victoria del bien sobre la tiranía, el triunfo en tierra de Daenerys sobre los Lannister. Pero no se gana una batalla con buenas intenciones ni la guerra menospreciando la maldad del oponente.

Cersei ha llorado sobre el cadáver de sus tres hijos, dos de ellos asesinados a sangre fría. Sería impropio de su naturaleza que no devolviese el golpe por lo único que le ha importado en la vida. “Elegiste matar a mi hija. Debiste sentirte poderosa después de tomar esa decisión. ¿Te sientes poderosa ahora?”, le dice la reina de los Siete Reinos a Ellaria Arena mientras fantasea con cómo asesinar a su hija. ¿Aplastar su cráneo como un huevo de pato? Al final se decanta por algo tan sutil y fugaz como un beso en los labios.

La Lannister usa el mismo veneno que utilizó Ellaria para matar a Myrcella, en un acto de justicia poética que juega con una buena dosis de suspense previo. “Vas a pasar el resto de tu vida en esta celda, con el bonito cadáver de tu hija putrefactándose delante de ti”. Sin pretenderlo, Cersei fulmina de un plumazo a las dos responsables de la muerte de sus hijos: la dorniense y Olenna Tyrell.

Con la muerte de la última, perdemos a uno de los personajes más sagaces de la serie y destapamos un enigma que se ha mantenido oculto durante años: el envenenamiento de Joffrey. “Decidle a Cersei que yo maté a su hijo, quiero que lo sepa”, añade la anciana mientras sorbe de un trago el veneno de su copa de vino.

A la leona no le quedan venganzas que le distraigan de defender su Trono de Hierro. Sabe que “la guerra se gana con dinero” y está tan segura de sus posibilidades que anima al Banco de Hierro de Braavos a apostar por su victoria. “Una Lannister siempre paga sus deudas”, promete a cambio. Cersei se sabía perdedora y ha podido darle la vuelta al marcador, mientras que Daenerys se fió de las bonitas palabras de sus consejeros y ha perdido por tierra y mar. Veremos qué depara el aire. Aunque, en estos momentos, una buena reserva de oro es más valiosa que tres dragones. Algo que Daenerys no tardará en comprender.

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