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Llega el 'Black Mirror' del porno

Lucía Lijtmaer

Él está bastante nervioso. Tiene que correrse delante de la cámara o no hay película. Y no quiere recurrir a pastillas para la erección, porque a más de uno le ha dado un jamacuco. Ella está nerviosa también: nunca lo ha hecho con un actor negro. Y si él no se corre, no cobra. Bienvenidos al primer episodio de Hot Girls Wanted: Turned On, la serie documental que se estrena en Netflix esta semana y continúa donde lo dejó Hot Girls Wanted en 2015.

Con la misma productora -Rachida Jones- y la misma dirección -Jill Bauer y Ronna Gradus-, explora la industria del porno, su relación con Internet y las nuevas tecnologías. ¿El resultado? Poco menos que aterrador, como su predecesora.

El tabú racial

Money shot, uno de los capítulos de la serie, lidia con el porno contemporáneo y ataca uno de los tabúes del que menos se habla, el llamado “porno interracial”. La categoría únicamente engloba a hombres negros practicando sexo con mujeres blancas, y es una de las más populares en los buscadores de porno.

Pero lo que no se dice nunca es que las actrices blancas cobran un suplemento por acostarse con actores negros. “No sé por qué, pero es la única rama de la industria del entretenimiento en la que puedes encontrar algo así”, dice el actor Tyler Knight. “¿Cómo reaccionaría el público ante cualquier empresa que hiciera lo mismo? No nos engañemos, nos contratan para representar un estereotipo”.

La realidad del porno emocional

La comparación con la serie Black Mirror no es gratuita. Si esta trata un futuro más que plausible en el que las redes sociales se han convertido en una tiránica pesadilla, Hot Girls Wanted ahondaba en su primera parte en la importancia de estas para aupar a estrellas del porno amateur por una corta temporada.

Pues bien, Turned On también explora la relación de este con las plataformas de socialización como Tinder. Las relaciones sociales vienen mediadas por un mercadeo de la carne, que es también un mercadeo emocional. “Las apps han acabado con el compromiso”, sentencia en la serie James Rhine, un soltero empedernido que consume relaciones como quien toma chupitos de tequila. Las citas se suceden y se descartan por la simple realidad de que hay demasiadas opciones.

Y su relación con el porno se establece en todo: como el sexo es consumo, también la relación es descartable. “Las citas que mantengo con veinteañeras hubieran sido impensables hace quince años”, dice Rhine. “Ahora es aceptable todo lo que se ve en las pelis porno, los veinteañeros han cambiado completamente”.

La violencia contra las mujeres

Bajo todo el paraguas de la serie planea la misma realidad: una de cada tres escenas pornográficas que se consume contiene una agresión. Y el 94% se ejerce contra una mujer. Son comunes las mujeres ahogadas mientras son penetradas, mientras practican sexo oral y muchas otras prácticas que lo convierten en todo menos placentero no solo para la que lo practica, sino para la que lo ve. ¿El resultado? Al menos un tercio de las mujeres que consumen pornografía dicen no encontrar nada que les guste.

¿La alternativa? El porno feminista

Entre tanta distopía pornográfica, aparecen los relatos realizados por mujeres. Desde Suze Randall, la primera fotógrafa erótica en trabajar en la plantilla de Playboy hasta el porno propositivo de Erika Lust, los testimonios en la serie actúan como contrapartida a la violencia que permea para actores y actrices porno.

“Es una cuestión de responsabilidad, hay que cambiar la pornografía para que no sea denigrante, para que podamos ver que trata de algo más que algo que se hace a las mujeres para excitar a los hombres”, explica a eldiario.es Erika Lust, que lleva más de doce años al frente de su propia productora. “No puede ser que desde que se han popularizado los tubes porno, tengamos mensajes como 'explota a esta adolescente', y salga una chica de dieciocho años siendo penetrada con dolor. Sin duda hay que revisar lo que se permite”

Lust propone un modelo estético diferente “que resulte sexy, bonito y cuidadoso”, como ella misma define. Su proyecto X Confessions, donde es el propio público el que propone fantasías a realizar, ha sido un éxito. Tal es así que, siguiendo su testimonio, cuesta creer la debacle económica en la que se encuentran aquellos en la industria que han sido arrasados por la piratería. En la actualidad, únicamente el 3% de los consumidores de pornografía paga por lo que ve. “Debo de estar quedándome yo con todo ese 3%”, bromea Lust.

“Desde que empezamos X Confessions en 2013 no hemos dejado de crecer. En la actualidad, en mi productora somos un equipo de 16 personas, muchas son mujeres, trabajando en las películas y ayudando a producir otras que sigan nuestra filosofía de respeto, diversidad e inclusión”, explica.

La base de todo el trabajo de Lust Films es el consentimiento. “El feminismo en el porno parte de valores éticos. Se trata de que las mujeres que trabajan delante de la cámara, y también los hombres, se sientan bien. No trabajo con gente muy joven, y siempre lo hago con principios muy claros: el casting es transparente, los actores no sólo tienen que tener sus análisis de ETS en regla sino que pueden compartir la información con sus compañeros si lo desean. Tienen derecho a usar condón si lo prefieren, y saber constantemente con quién van a rodar, cuándo quieren ducharse, cómo trabajar. Un actor nunca debe sentirse presionado”, explica.

¿Se puede mantener una trayectoria feminista y hacer porno o, como explicaba la actriz Stoya, pese a ser activista no siempre se puede hacer porno feminista? “El trabajo es trabajo. El porno que yo dirijo es respetuoso y defiende esos valores, pero las actrices tienen que trabajar”, concluye Lust con diplomacia.

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