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Las gradas de la Fonteta

Adolf Beltran

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Con pocos días de distancia se han llenado las gradas del pabellón de la Font de Sant Lluís, en Valencia, de gentes atraídas por dos opciones de izquierdas. La campaña electoral recaló en la Fonteta el domingo, día 13, de la mano del PSOE y el viernes, día 18, para el cierre, llenó el recinto Compromís-Podemos. Las sufridas bases socialistas tiñeron de rojo el espectáculo, mientras los animosos seguidores de las formaciones emergentes ofrecieron un juego bicolor, naranja y morado, bastante variopinto. Aparte de eso, pocas distinciones en la composición de las hinchadas. Si acaso un poco más joven la de los emergentes, aunque ambas encajaban en ese concepto de clases medias trabajadoras que Pedro Sánchez invoca como un talismán del discurso socialdemócrata.

Quienes ya hemos informado sobre varias campañas supimos distinguir entre los asistentes al mitin de Compromís-Podemos decenas de rostros de personas que vimos otras veces en actos del PSOE. ¿Qué explica esa recomposición de las simpatías progresistas, más allá del hecho llamativo de que, en el acto de la coalición, como contraste con el de los socialistas, la presencia de activistas de las redes sociales era casi tan importante como la de periodistas de los medios de comunicación convencionales? ¿Dónde están las otras diferencias?

Pedro Sánchez apeló el domingo a la construcción del Estado del bienestar en España, que el PSOE encarnó en tiempos de modernización y de avances. Arremetió contra el PP porque ha deteriorado derechos sociales y servicios públicos, mientras hacía crecer las desigualdades, y propuso retomar la política del progreso. Cargó contra la corrupción. Y apenas hizo autocrítica. “No todo lo hemos hecho bien, pero todo lo que se ha hecho bien lleva el sello del PSOE”, concluyó en su discurso.

Pablo Iglesias empezó el viernes por reivindicar el regeneracionismo y las luchas democráticas de la República y el antifranquismo. También rindió homenaje a los logros conseguidos a partir de la Transición a la democracia. Pero enmendó la mayor al afirmar que aquellos avances “no se los puede atribuir ningún partido, porque fueron la victoria de una generación”. El líder de Podemos resumió su declaración de intenciones al proclamar: “No vamos a regalar los avances de 40 años”. Y sostuvo que, ante la actitud de los partidos del sistema, con el movimiento del 15 M, del que su formación se declara heredera, se dio “el momento fundante de una nueva transición”. También arremetió contra el PP y contra la corrupción y bosquejó unas intenciones reformistas, si se quiere difusas, pero menos agarrotadas que las del PSOE. Por ejemplo al asumir la plurinacionalidad de España y concluir que, para que Cataluña no se independice, habrá que celebrar un referéndum.

“Reconstruir un proyecto de convivencia que no se deje a nadie atrás” fue una frase pronunciada por Íñigo Errejón el viernes muy similar a otras oídas el domingo anterior, cuando los socialistas insistieron en que hay que salir de la crisis “todos juntos”. El combate contra la desigualdad, sin embargo, tiene matices anímicos. Las políticas de la derecha, amparadas en la crisis, han destrozado la estructura social. Todo un sector de las clases medias se ha derrumbado y ya no puede contemplar el futuro con el horizonte esperanzado de los años ochenta, cuando todo era posible. La perspectiva es otra y aleja a esos sectores del discurso socialista. “España ya ha cambiado, habla otro lenguaje”, proclamó Iglesias en su parlamento.

Y sin embargo, Ximo Puig en un mitin y Mònica Oltra en el otro esgrimieron las mismas conquistas de la nueva política: sanidad universal, moratoria contra los desahucios, lucha contra la pobreza energética, transparencia, recuperación de derechos sociales... Sin citarse unos a otros, Sánchez e Iglesias pusieron de ejemplo de sus alternativas a la Generalitat Valenciana, que preside el socialista Puig y del que es vicepresidenta la líder de Compromís.

Con toda la parafernalia electoral, pasaron por la Fonteta en pocos días dos expresiones de la izquierda, dos corrientes de fondo que compiten por la misma cancha y que, tal vez, en los tiempos que vienen, estén destinadas a jugar en equipo.

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