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“Tenemos que reír, hablar, cantar, pintar y divulgar sobre el cambio climático”

Andreu Escrivà.

Voro Maroto

Andreu Escrivà (Valencia, 1983)  es ambientólogo, doctor en Biodiversidad y trabaja en la Fundación Observatorio del Cambio Climático, una entidad del Ayuntamiento de Valencia. Divulgador infatigable, forma parte del comité de expertos en cambio climático de la Comunidad Valenciana. Acaba de ganar el Premio Europeo de Divulgación Científica de la Universidad de Valencia con su libro 'Encara no és tard: claus per a entendre i aturar el canvi climàtic' (Editorial Bromera, 2016).

Pregunta. ¿Comer carne roja o viajar un fin de semana a París contribuyen al cambio climático?

Respuesta. ¡Y mucho! No es una cuestión de culpabilizarnos por todo (puesto que absolutamente todo lo que hacemos cada día tiene una huella ambiental y genera gases de efecto invernadero), pero sí que deberíamos empezar a incorporar nuevos referentes de comportamientos a evitar o, al menos, minimizar. Hay que conocer el impacto de nuestras acciones para poder modificarlas. Cuando pensamos en el cambio climático y los gases de efecto invernadero nos vienen casi siempre a la cabeza imágenes de tubos de escape o chimeneas industriales, mientras que los aviones contaminan mucho más por kilómetro y pasajero que un coche deportivo, y una dieta rica en carne (especialmente de vacuno) y con alimentos cultivados en lugares lejanos puede suponer unas emisiones mayores que ir a trabajar en coche. No es cuestión, por supuesto, de que cambiando la dieta podamos permitirnos coger el coche y acelerar a fondo: es cuestión de hacer ambas cosas y multiplicar nuestra contribución para frenar el calentamiento global. Si nos quedamos en que los buenos comportamientos ambientales son únicamente separar el plástico en casa y sustituir las bombillas incandescentes por LED no conseguiremos cambios significativos; tan sólo cosméticos.

“Aún no es tarde”, dice su libro. ¿Qué hay que hacer?

Muchísimas cosas, pero afortunadamente ninguna que esté fuera del alcance de nuestras sociedades o nuestras capacidades técnicas. Fundamentalmente, activar los resortes sociales necesarios con el fin de producir cambios no lineares en comportamientos humanos. Es decir: si el cambio climático se acelera, ¡acelerémonos nosotros también! Hay cambios y acciones que hace cinco o diez años eran impensables, desde el acuerdo de París hasta la desinversión en combustibles fósiles, pasando por las batallas legales contra gobiernos y empresas o, por supuesto, el acelerón tecnológico y empresarial de las energías renovables (sólo hay que ver la curva de costes). Si somos lo suficientemente listos, podemos impulsar estos cambios, acelerarlos y conseguir que vayan más rápido que un calentamiento global que, lamentablemente, no deja de coger carrerilla. No es tarde… pero se nos está haciendo tarde.

El petroleo es una de sus bestias negras. ¿Las energías renovables son la única solución?

Yo no lo definiría como “bestia negra”, en realidad. Es más: creo que le debemos mucho al petróleo, al carbón y al gas natural. Creo que debemos ser capaces de agradecer el enorme progreso que las energías fósiles han permitido en gran parte de la humanidad. Sin ellas, hoy no tendríamos ni las ciudades, ni los cultivos, ni la tecnología sanitaria o espacial (¡o de ocio!) de la que disfrutamos, por no mencionar el transporte y los viajes. El petróleo nos ha permitido ir a lugares lejanos y tomar fotografías con cámaras de última generación. Lo que pasa es que nos hemos dado cuenta que, finalmente, los problemas que acarrea son mayores que los beneficios de seguir explotándolo al ritmo actual. Además, obviamente, del enorme coste ambiental y social que, de forma directa, ha supuesto su extracción, especialmente para las comunidades indígenas que se han visto desplazadas y maltratadas sistemáticamente por las grandes empresas petroleras y gobiernos corruptos. Y, sobretodo, hemos empezado a vislumbrar que tenemos alternativas: desde la sustitución directa por fuentes renovables, hasta la disminución de consumo eliminando procesos o bienes superfluos. Hay un gran tabú cuando se habla de energía: gran parte del discurso se centra única y exclusivamente en la sustitución de una fuente por otra, y eso es un error. Debemos disminuir el consumo a la vez que cambiamos la forma de producir energía. Y sí, guardar algo de petróleo, porque como materia prima -no como combustible- es aún insustituible para determinados procesos industriales.

Usted se queja de que una cuestión capital como ésta no forma parte del debate cotidiano. ¿Por qué?

El cambio climático es la tormenta perfecta, el problema ideal para que pasemos de él y nos despreocupemos. Ni nuestro cerebro está hecho para evaluar riesgos progresivos a largo plazo, ni tampoco para renunciar a gratificaciones en el corto plazo con tal de asegurar ganancias inciertas en un futuro lejano (es decir: ¿dejo de comer yo este chuletón o de coger este vuelo a Berlín para que en 30 años la temperatura del planeta no haya aumentado un grado más, que ya veremos qué implica eso? ¡Me voy al aeropuerto y ya veremos qué pasa de aquí 30 años!). Además, si lo hacemos todo bien nunca veremos cómo toman cuerpo las predicciones, mientras que si lo hacemos mal será demasiado tarde cuando nos demos cuenta. A nivel político también tiene unos costes enormes (tomar decisiones difíciles ahora sin rédito electoral inmediato) y muy pocos incentivos (para qué meterse en un berenjenal complejo que, encima, no preocupa a casi nadie).  Es una trampa que parece diseñada adrede para cortocircuitarnos. Pero estas barreras psicológicas pueden romperse, empezando por lo más básico: la conversación. Hablar de cambio climático es posiblemente el acto individual más poderoso que podemos hacer para luchar contra el calentamiento global. Si tejemos redes e iniciamos una conversación climática, rompiendo el silencio actual, ésta puede actuar de catalizador para los cambios que han de llegar. Tenemos que hablar de cambio climático, cantar el cambio climático, pintar el cambio climático, interpretar el cambio climático, reírnos con el cambio climático, divulgar el cambio climático; involucrar al arte, la ciencia, la literatura, la música, el humor. Hablar en la verdulería y en el bar, en la pescadería y en la escuela, en el partido de fútbol y en el baño, mientras nos lavamos las manos. Que salga definitivamente de gráficas e informes y de páginas webs en inglés.

¿Qué está haciendo el gobierno de España contra el cambio climático?

Esta respuesta será corta. Está haciendo algo, pero poco. Ha ratificado el Acuerdo de París, hay un Plan Nacional de Adaptación al cambio climático y tiene algunos instrumentos sectoriales, pero cualquier análisis global lo que refleja es que el gobierno “pasa” del cambio climático. Su nulo compromiso con las renovables, la apuesta por el carbón, el diseño de infraestructuras como si aún estuviésemos a mitad de siglo XX, una gestón ambiental extremadamente pobre, la supresión del Observatorio de la Sostenibilidad… Mientras el cambio climático viva confinado a una área de un ministerio y no consiga impregnar de verdad al resto, los cambios serán superficiales.

¿Y el de la Comunidad Valenciana? Tiene una conselleria de Medio Ambiente y Cambio Climático.

En el País Valenciano me da la impresión de que el cambio climático se ha quedado en el nombre de la conselleria. Sin partir de la misma base que el gobierno de Rajoy -aquí al menos hay gente detrás que se lo cree-, y también detectando que hay una cierta voluntad de “transversalizar” la problemática, ni los recursos, ni las herramientas ni el enfoque -todavía demasiado sectorial- nos garantizan que estemos haciendo todo lo posible por mitigarlo, ni tampoco que nos estemos adaptando convenientemente. En este aspecto, algunos ayuntamientos sí que han empezado con algunas acciones innovadoras, y seria interesante que el gobierno autonómico las potenciase y tratase de crear un clima adecuado para que se multipliquen. Y, por supuesto, que hablase más de cambio climático, más allá de los responsables directos del área. ¿Cómo es posible celebrar un 9 d’octubre, el día nacional del País Valenciano, y ni siquiera mencionar el cambio climático? ¡Si es lo que más cambiará este país!

¿Como afectará el cambio climático en el Mediterráneo?

El Mediterráneo está en “la delgada línea roja” del cambio climático. Somos un territorio de contrastes, muy diverso, y una de las regiones con mayor biodiversidad del planeta. Y sin embargo, no nos damos cuenta de la amenaza que pende sobre nosotros. Estamos muy cerca de desequilibrar la balanza de la erosión, los grandes incendios forestales, las sequías recurrentes, las olas de calor muy intensas o el aumento de frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos. Un pequeño cambio aquí, donde los equilibrios son frágiles, puede desencadenar consecuencias imprevistas. Por ejemplo: si se secan los humedales por un cambio de régimen de precipitación y aumento de sequía, se pueden favorecer los incendios, a la vez que perdemos biodiversidad (y con ello, no lo olvidemos, también turismo o pesca) y ponemos en jaque acuíferos cercanos.

En el País Valenciano, además, las exportaciones agrícolas acaban de superar a las de automóviles, y se me ocurren pocas cosas que puedan afectar más este puntal de nuestra economía que la lluvia, las temperaturas y la luz solar. Por no hablar del turismo, otra de las grandes fuentes de ingresos: llegará un momento en el cual no será nada (pero que nada) agradable tumbarse en una playa (o lo que quede de ella) del Mediterráneo, o pasear por un pueblo costero de noche. La suerte es que esto no está escrito y sí, son sólo modelos y predicciones que podemos derrotar si empezamos a actuar. Pero hemos de hacerlo ya.

Donald Trump está desmontado las medidas de la administración Obama contra el cambio climático. ¿Se puede abordar el fenómeno sin la participación del coloso americano? las medidas de la administración Obama

Se puede y se debe, pero ojalá tuviésemos la colaboración de EEUU y no su oposición. Pero ojo: no por la victoria de Trump debemos bajar los brazos, y afortunadamente no ha sido así. Ha tenido un efecto casi podríamos decir que positivo, a modo de revulsivo, y ha provocado un cierto despertar entre científicos adormecidos y una sociedad civil con movimientos inspiradores (como los bloqueos de tribus indígenas a oleoductos), pero aún insuficientes. Trump representa, eso sí, una involución económica, legislativa, científica y social, pero más incluso que los recortes presupuestarios o que los cambios legales es importante, por negativa, la percepción que arroja a la ciudadanía estadounidense. De un presidente que hablaba del cambio climático como reto y no dudaba en ningún momento de que estuviese teniendo lugar (aunque a la hora de actuar había carencias) a otro que lo menosprecia, que se burla, que apuesta sin ambages por el carbón, el gas y el petróleo y se olvida de las renovables, de la calidad del aire, de la eficiencia energética. Ahora bien: ni siquiera Trump puede parar la explosión de las energías renovables en EEUU, que son un gran negocio, o las medidas que se implanten desde los estados o ciudades (¡aunque lo está intentando!). El problema real es que Trump -y no sólo Trump, sino su gobierno y una administración llena de lobbistas de las energías fósiles- pueden retrasar las medidas necesarias, y tiempo es justo lo que no nos sobra.

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