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Sobre este blog

Reflexiones contextualizadas sobre la realidad valenciana en el marco propositivo de la Ciudad Construida (www.laciudadconstruida.com): urbanismo, economía y políticas públicas.

Reflexions contextualitzades sobre la realitat valenciana en el marc propositiu de la Ciutat Construïda (www.laciudadconstruida.com): urbanisme, economia i polítiques públiques.

Autores

Ramón Marrades @ramonmarrades

Chema Segovia

Vicent Martínez @vicentmartinez

Víctor Pons @vicpons

David Estal

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Mirar una esquina

La Casa de los Caramelos (Valencia). Foto: Chema Segovia

Chema Segovia

El pasado mes de mayo, llevé a cabo un pequeño ejercicio a la manera de pasatiempo. Aprovechando que en mi camino al estudio paso por allí un mínimo de cuatro veces diarias, me propuse sencillamente observar la esquina de la Casa de los Caramelos. Como metodología de estudio, me impuse una sola pauta: Cada vez que pasase junto a la esquina de los caramelos y hubiese allí alguien esperando, tomaría una fotografía.

La espera es un gesto habitual en ese lugar. Su condición de puerta a Ciutat Vella, el chaflán y la pintoresca reconocibilidad de la emblemática tienda convierten esa esquina en un fantástico ‘meeting-point’, hasta el punto en el que yo mismo, que vivo a escasos veinte pasos, he esperado en la esquina de los caramelos cuando quería ahorrarme señas y direcciones con aquel que venía a visitarme.

El descubrimiento fundamental de mi ejercicio fue darme cuenta de que la gente no se para a esperar en la esquina de los caramelos; o que al menos no se para a esperar a secas, sino que las personas hacen muchas cosas más en los múltiples tipos de espera que practican. Las fotos mostraron cómo la gente se acomoda en la esquina, se la reparte, se distancia, se da la espalda, se enfrasca en el móvil, se pone muy firme para ver llegar en la distancia al coche que pasará a recogerla, se refugia de la lluvia, se echa a un lado de la calle aprovechando el chaflán para despedirse de quien le acompaña... Cada esperante usa la esquina con una sensibilidad exquisita.

El ejercicio, superando sus sustanciosas conclusiones, me hizo abrir una segunda reflexión de manera inesperada, llevándome a pensar en su proceso ejecución mismo. Mientras ponía en práctica mi estudio, sentía que se convertía en una experiencia propia. El pequeño reto añadía emoción a mi momento habitual de acercarme a la esquina -‘¿habrá alguien esperando?’-, al mismo tiempo que la pretendida objetividad metodológica, en el fondo puro capricho, me llevaba a plantearme mi compromiso como observador-registrador. ¿O acaso no debo reconocer con sonrojo que me fue imposible no ceder a la tentación de mirar el reloj y adelantar a veces mi salida de casa tratando de hacer coincidir mi paso por la esquina con la recogida de los niños del Sagrado Corazón, la hora del café de la tarde en Navellos o incluso la de la misa del domingo en la Catedral? Las mismas fotografías, como toma de datos maquinal, contenían distorsiones subjetivas: En función de lo despistado que viese al esperante, del respeto que éste me infundiese o de lo suelto que yo me viese en el momento, la imagen estaba tomada a una distancia u otra, de frente o más escorada, torcida por las prisas y la tensión de no ser descubierto o firme y tranquila. En cada retrato quedaba retratado yo mismo, produciéndose interacciones entre el objeto observado y el sujeto que observaba.

Todo se volvió muy confuso. Mi estudio tenía como referente las minuciosas descripciones que hacía Georges Perec de la cotidianeidad de una plaza o las transformaciones de una calle a lo largo del tiempo, y acabó haciéndome pensar en la necesidad de un segundo observador que hubiese registrado desde un segundo plano cada uno de los gestos de Perec mientras tomaba notas en su cuaderno. Alguien con gabardina y sombrero de ala ancha tras el que ocultarse. Alguien que desde una mesa vecina hubiese estudiado cómo Perec escribía cada vez con más soltura al irse familiarizando con los ritmos particulares de la plaza o fruncía el ceño y se tomaba una leve pausa ante un cambio inesperado en ella.

Ese segundo observador termina por coincidir con el primero. Es ese el momento en el que el ejercicio metódico se descubre experiencia vivida. El que observa desde fuera se introduce en la escena, construyendo una relación individual y estrecha con el lugar, convirtiendo el mirar en una manera de practicar el espacio. Es por eso que los inventarios de Georges Perec no están hechos para leerse, sino que son una invitación a observar el mundo cercano para vincularse a él.

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