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Qué tienen en común Ada Colau, Joan Ribó y Juan Roig

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y el alcalde de València, Joan Ribó.

Adolf Beltran

Como las olas, las denominadas alcaldías del cambio marcan hasta dónde llegó la marea que se abalanzó sobre el viejo sistema bipartidista en ese primer episodio que fueron las elecciones locales y autonómicas de 2015. Ada Colau en Barcelona y Joan Ribó en Valencia, como Manuela Carmena en Madrid, son figuras protagonistas, cada una con sus particularidades, de ese fenómeno que se aupó sobre el voto urbano para desbordar las tradicionales posiciones del PSOE y poner las principales ciudades en manos de nuevas mayorías.

Colau y Ribó se reunieron el pasado 20 de julio en Barcelona como hacen a menudo. En este caso fue para firmar una declaración política conjunta en la que se exige al Gobierno que dé prioridad a las obras del Corredor Mediterráneo y a las infraestructuras modales e intraurbanas ligadas a esa conexión ferroviaria. El mismo día, en Valencia, el lobby patronal Asociación Valenciana de Empresarios (AVE) se reunía para tratar sobre ese asunto.

La asociación que preside el naviero Vicente Boluda, y de la que forma parte activa el propietario de Mercadona, Juan Roig, junto a otros empresarios, es una entidad similar al Cercle d'Economía catalán y resulta especialmente dinámica en la reclamación de una infraestructura estratégica como el Corredor Mediterráneo. La coincidencia de Colau, Ribó, Boluda y Roig no es casual. Responde a uno de esos objetivos unitarios que generan identidad.

Por estas latitudes nadie entiende por qué en un país con la red de alta velocidad más extensa de Europa no están conectadas por Ave la segunda y la tercera ciudad del territorio, ni por qué todavía no existe un corredor ferroviario de pasajeros y de mercancías en ancho internacional que conecte con las redes transeuropeas un eje, de Algeciras a Figueres, que enlaza los principales puertos de la península, alberga al 50% de la población española, genera el 45% del producto interior bruto y exporta el 51% de los bienes.

Digo que nadie lo entiende, pero al mismo tiempo todo el mundo está convencido en la costa Este de que la explicación es ideológica, o peor aún, idiosincrática. La política española se hace desde el centro, con mentalidad centralista y con un recelo atávico a lo que no es radial. Una mentalidad que lleva a hacer chapuzas de envergadura.

Un ejemplo sangrante es el fiasco del tercer hilo. El Gobierno del PP tuvo la ocurrencia, cuando era ministra de Fomento Ana Pastor, de ahorrarse inversiones en el litoral mediterráneo suplantando la construcción de una doble plataforma de ferrocarril por un tercer hilo en la ya existente. Es decir, añadiendo un tercer raíl a los que ya se utilizan entre Valencia y Tarragona. Tal solución debía estar acabada en 2015 y ahora mismo no está en funcionamiento ni ha sido todavía homologada.

Además, el anuncio del nuevo ministro, Íñigo de la Serna, el pasado 5 de julio de que descarta el tercer hilo en el tramo Castellón-Vandellós y de que invertirá 1.170 millones a partir de 2019 para hacer la doble plataforma hasta Valencia, pese a que ya se ha ejecutado el otro invento, convierte en obsoleta la inversión de 356 millones en una ocurrencia que pretende hacer circular mercancías, cercanías y trenes de alta velocidad por vías, llamémoslas así, de segunda mano.

Los empresarios, como es bien sabido, tienden a ver la botella llena siempre que pueden, y por eso AVE acogió con optimismo la posición del nuevo titular de Fomento. “Con el nuevo ministro volvemos a ver la luz al final del túnel”, declaraba Boluda el mismo día en que Colau y Ribó, más escépticos, firmaban el Manifiesto de Barcelona y Valencia por el eje Mediterráneo para reclamar vías de ancho internacional que hagan posible la circulación de mercancías y pasajeros hacia el centro de Europa con tiempos y servicios competitivos.

La del Corredor Mediterráneo no es la única reivindicación en la que coinciden Ribó y los dirigentes de AVE. La reclamación de una reforma del sistema de financiación autonómica que corrija la injusticia actual que ahoga a la Generalitat Valenciana es otro punto de convergencia del político de Compromís y del presidente valenciano, el socialista Ximo Puig, con los empresarios locales. Sin embargo, subyace en el tema ferroviario un trasfondo interesante.

Los cálculos señalan que el Corredor Mediterráneo permitirá ahorrar la emisión a la atmósfera de 900.000 toneladas de CO al año. Pese a los a veces brutales impactos paisajísticos de su trazado, el tren es uno de los transportes menos contaminantes. Incluso los trenes de alta velocidad, con sus costes astronómicos, generan reducciones de más de un 50% de las emisiones de dióxido de carbono durante su explotación en comparación con el transporte por carretera o el avión.

Sin embargo, en lo que se refiere a mercancías, la infraestructura ferroviaria en la península es sencillamente penosa. Se ha hablado con razón del fracaso del ferrocarril de mercancías en España, lastrado por la falta de enganches adecuados y de apartaderos que permitan circular convoyes tan kilométricos como exige su rentabilidad, por la dificultad de los trazados, el déficit de estaciones intermodales y, en general, el desinterés de Renfe y Adif hacia un servicio que no luce de cara a los usuarios.

La dejadez del ferrocarril de mercancías se extiende a la vida política. Según su orientación, los partidos expresan en sus programas la grandilocuencia de las grandes obras al proponer nuevas líneas de alta velocidad o se resisten a esas inversiones para defender los servicios de cercanías frente al abuso de los grandes proyectos en perjuicio de millones de viajeros que frecuentan cotidianamente los trayectos metropolitanos.

Poca o ninguna referencia se hace en los programas, y menos en el discurso público, a la conveniencia de potenciar el transporte ferroviario de mercancías como modalidad más limpia. Y eso a pesar de que se trata de un tipo de política en la que confluyen argumentos ecológicos como la lucha contra el cambio climático y beneficios industriales y económicos, un caso en el que la cultura ambiental de las nuevas mayorías de cambio converge con los intereses logísticos de empresas, puertos y factorías.

No es anecdótico que el propietario de la principal red de supermercados, que emplea a cerca de 80.000 personas, se haya dejado ver en casi todas las reuniones celebradas en Andalucía, Murcia, la Comunidad Valenciana o Cataluña a favor del Corredor Mediterráneo, incluida la visita colectiva al clásico nudo ferroviario de La Encina, en Villena. Tal vez Ada Colau, Joan Ribó y Juan Roig, que esgrimen discrepancias frontales en muchas cuestiones, tienen más cosas en común de las que imaginamos.

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