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Bebés “garantizados” y a la carta

En la imagen la acreditación para la 'Surrofair 2017'

Anna Gimeno

Este fin de semana se ha celebrado en Madrid, rodeada de polémica, la feria Surrofair 2017. Después de darle algunas vueltas he decidido hacer una incursión. Y lo he hecho sin acreditarme como periodista porque no buscaba el discurso oficial, que ya conozco, sino observar y escuchar el off the record de este mercado, lo que se explica a una persona que desea ser madre o padre y se interesa por la opción de contratar un vientre de alquiler. Así que me he acreditado como posible “madre de intención” que es como se denomina en la jerga de este ámbito, y como tal he asistido a una de las charlas del programa y he consultado en diferentes stands de las llamadas agencias de subrogación de la feria.

Al entrar me han pedido mis datos personales y me han advertido de que estaba prohibido realizar fotografías o grabar vídeos. Tampoco han accedido a mostrarme un contrato tipo de los que se utilizan para concretar las condiciones en las que se realiza el alquiler del útero y la obtención de un bebé. “No los podemos dar”. ¿Y mostrármelo? He preguntado. “Tampoco. Ese es nuestro principal valor, las condiciones que nosotros establecemos en nuestros contratos” me ha indicado la comercial especializada en subrogación en California. No los entregan, dicen, hasta que no llega el momento de la formalización. Así que, por más que me he mostrado interesada, como posible clienta, no me lo han enseñado.

¿Qué ocurre si la gestante se echa atrás? “No se echan atrás” ha sido la respuesta, una y otra vez, en varias agencias. Parecían estar muy seguras de que eso no podía suceder, aunque sabemos que existen asociaciones de madres gestantes que se declaran perjudicadas en estos procesos.

Y he insistido. Ya pero ¿Y si ocurre que la madre gestante cambia de opinión? “En Ucrania nunca nos ha ocurrido”, decía una agencia. Y es que en Ucrania, la singular ley local hace que, desde la firma del contrato, se considera como madre legal a la persona que contrata la gestación y no a la gestante. De modo que un cambio de voluntad durante el embarazo, por ejemplo que el vínculo íntimo que ha establecido con el embrión le lleve a desistir de entregar al bebé, tiene la causa perdida en los tribunales del país.

En las agencias que trabajan con EEUU la respuesta era similar. “En EEUU eso no puede ocurrir porque existe un contrato que legalmente establece las condiciones y se contempla que no es posible una marcha atrás una vez realizada la transferencia embrionaria”. Ese es el punto de no retorno. Las comerciales no me han contado que las “condiciones” en caso de incumplimiento pueden llegar a ser tan inasumibles para una madre gestante que no podría hacer frente a ellas en caso de cambiar de opinión durante el embarazo. Tampoco cuentan que en ese proceso, a causa de un contrato privado, se produce la renuncia a un derecho social que las mujeres hemos tenido que conquistar, luchando incluso con la vida: el derecho de filiación de nuestros hijos por nacimiento. Lo que es una conquista colectiva de las mujeres puede ser objeto ahora de compraventa.

Las agencias de la feria tienen mucho cuidado respecto a quien señalan como madre. “La gestante” dicen “es una mujer que va a cuidar de vuestros hijos 9 meses”. “La mujer que os va a ayudar” dicen otros. Nunca es denominada como madre, aunque gesta y pare.

“Tu ilusión es nuestro camino”, reza el slogan de una de las agencias presentes en la feria. “Tu deseo es nuestro negocio”, podría decir, pero en este mercado el discurso y la imagen están especialmente medidas para ofrecer una ambientación ideal, de colores pastel, sueños amables, felicidad, altruismo y buenos deseos. Todo eufemismos y mensajes siempre positivos y universalmente aceptables para no evidenciar lo que, en definitiva, es una relación comercial en la que una parte paga y la otra entrega un “singular producto”, un pequeño ser humano. De hecho algunas agencias cuentan con un “programa garantizado” de modo que quien paga tiene, al menos en teoría, la garantía de obtener un bebé –por 140.000 dólares en EEUU o 54.000 euros en Ucrania con el paquete “Todo incluido”-.

Las agencias ofrecen numerosas y sorprendentes seguridades, como que, por ejemplo “la amniocentesis se realiza con la seguridad de que no va a haber ningún tipo de problema”. O paquetes de “embarazo garantizado”. Pero incorporan en las minutas gastos imprevistos como indemnizaciones de 1.395 euros a la gestante por la eventual pérdida de un órgano o cantidades incluso inferiores por determinadas complicaciones.

En general todo se hace girar alrededor de una idea positiva y emotiva, la del deseo de maternidad o paternidad, confundiéndolo con un derecho. Y se mezcla con las ideas de caridad, altruismo y libertad de elección. Caridad porque una mujer gestante ayuda a una familia que desea hijos o hijas, aunque exista un contrato mercantil de por medio y los términos contemplen el “objeto” del contrato como si fuera un objeto inanimado y carente de derechos. Altruismo porque, según explica alguna de las agencias, en según qué países, las mujeres gestantes no cobran, lo hacen para ayudar y el importe que reciben es en concepto de compensación por las molestias. Es un argumento que utilizan para rebatir las acusaciones de mercantilización de las mujeres y los bebés o las de explotación de mujeres en situación de pobreza. No explican que en la India existen granjas de mujeres gestantes, que acuden al alquiler de sus vientres como modo de supervivencia. Y que en estas condiciones no se puede hablar de libertad de elección.

Una de las agencias, sin embargo, explicaba abiertamente que en Ucrania la motivación de las madres gestantes es exclusivamente económica, para mejorar sus condiciones de vida. “Allí la cultura de hacerlo por amor, no existe”. Y que esto representaba incluso una mayor garantía de que no se produciría un vínculo afectivo de la mujer que pare con el bebé. Aquí hay una relación comercial explícita en una situación de desigualdad también explícita. Pero se cuenta también como si se tratara de un acto benéfico: “ayudas económicamente a una mujer que lo necesita”. Para eso solo haría falta hacerle una transferencia bancaria, una donación, sin más. Deja de ser una ayuda cuando a cambio se le pide que geste a una criatura y la entregue.

La palabra explotación no está en el argumentario. En la cara visible de este nuevo mercado, en el discurso de sus comerciales, en la cartelería, en los folletos, no hay dolor, no hay pobreza, no hay tristeza, no hay sangre ni violencia.

En todo momento las agencias abordan el alquiler de vientres como si el vínculo entre la madre gestante y el bebé no existiera, como si en esa relación las emociones, los cambios hormonales, los cambios en las circunstancias vitales de las mujeres que gestan no se dieran o pudieran pasarse por alto. A pesar de ello, las candidatas a gestar han de pasar por unas pruebas psicológicas que garanticen antes del embarazo que a futuro no habrá vínculo, ni emociones, ni deseos, ni imaginario sobre su bebé. Y se toman algunas precauciones. “El amamantamiento por parte de la gestante no es posible, nunca”, explicaba en la feria la matrona online de una de las agencias, aunque la madre gestante se ofrezca. En algunos países las mujeres gestantes ven limitados sus derechos de movilidad (“alojamiento hospitalario desde el cuarto mes de embarazo”, indicaban) y sus libertades en cuanto a relaciones sexuales durante el proceso, su alimentación o incluso la decisión de cómo y dónde será el parto. En el hospital, señala una agencia, en Ucrania, cualquier decisión médica que se requiera la tomarán la madre y el padre de intención, no la gestante.

También me ofrecieron la elección de donante de óvulos y madre gestante de una carta a la que se accede una vez iniciado el proceso. Se puede elegir hasta el sexo de la criatura, el color de ojos, la profesión de la madre o como deberá parir, en qué casos deberá abortar y solicitar un diagnóstico preimplantacional completo que descarte una amplia gama de enfermedades congénitas.

Sin duda el sector se ha sentido perjudicado en su credibilidad por las numerosas y contundentes protestas del movimiento feminista. En este sentido es llamativo que las agencias en la feria insistieran en la idea de que “nuestro proyecto es ético”. Y más aún que una agencia de las que trabaja con gestantes en Ucrania explicara que su forma de trabajar contaba con el aval de una de las organizaciones feministas más importantes de aquel país. No ha llegado a decirnos cual. “Le hemos preguntado a la organización feminista más importante del país si les parece que nuestra actividad es respetuosa con los derechos de las mujeres de Ucrania y nos han dicho que sí”, explicaba. Incluso ha señalado que habían acudido a FEMEN para conseguir el contacto con dicha organización. Alusiones directas e indirectas al movimiento feminista, que el día anterior había realizado protestas en la puerta del hotel donde se celebraba la feria, para dar a entender que deben ser otras prácticas del sector las que incomodan al feminismo y resultan fuera de toda ética, pero no las suyas, que supuestamente cuentan con el aval de una organización autorizada que vela por los derechos de las mujeres.

En España no se puede comerciar con órganos ni con personas, es ilegal, pero estas agencias, y partidos políticos como Ciudadanos o el PP, pretenden impulsar un cambio legislativo para que los úteros, y con ellos las mujeres, sean la excepción. El objetivo es abrir un mercado que les permite recaudar millones de euros facilitando sortear la legislación española para llevar a cabo en el extranjero lo que aquí sería considerado un delito, y después gestionar los trámites necesarios para regularizar la situación.

Se desvincula la gestación y el parto de la mujer como persona, con emociones, con deseos, con necesidades, reduciéndola a un órgano, un útero, que puede ser objeto de transacción.

Se juega con la renuncia a derechos sociales, colectivos, en beneficio de deseos privados que causan dolor, y los niños y las niñas, que son el objeto del deseo en este asunto, no parecen contar en absoluto, ya que antes de su nacimiento alguien decide de manera premeditada y contractual, a veces en una feria, como serán “creados” eligiendo padres y madres biológicos a la carta y también a la carta úteros para su gestación, sin preguntarse qué repercusión tendrá en las criaturas este hecho, cómo construirán su identidad, qué sentimientos experimentarán cuando crezcan y sean conocedores del proceso mediante el que nacieron.

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