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Calidad democrática

Josep L. Barona

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Tantos son los acontecimientos que se han ido sucediendo en los últimos tiempos que ponen en cuestión la calidad de la democracia española, que conviene apelar a una reflexión desapasionada para que se pongan en marcha soluciones. Transitar desde un sistema autoritario y corrupto, que arraigó su ideología y sus valores durante cuatro décadas en la represión y la impunidad, a otro democrático, requiere algo más que reformar las leyes, las instituciones y los gobiernos.

En los últimos tiempos nos hemos escandalizado de que la vice-presidenta del gobierno valenciano haya sufrido amenazas nocturnas frente a su domicilio mientras son permanentes los insultos y descalificaciones contra ella y otros miembros del gobierno valenciano en las redes sociales. Es una estrategia de acoso.

El 9 octubre, día nacional valenciano, un amplio grupo de extremistas violentos agredió a quienes celebraban la fiesta. Ahora nos encontramos con redes de policías locales que insultan y amenazan a la alcaldesa de Madrid y sus compañeros de gobierno. Y junto a estos titulares, en la prensa leemos otros sobre agresiones, violaciones y asesinatos contra mujeres.

La sociedad española se está tensando y con la tensión crece la violencia. Hemos exhibido ante el mundo entero las agresiones policiales en Barcelona el pasado 1 de octubre, al tiempo que se han montado campañas para acusar de adoctrinamiento en escuelas catalanas. Ahora nos damos cuenta no solo del aire de libertad que aportan las redes sociales; también de su potencia intoxicadora y manipuladora. No hacen falta espías rusos. Y todo ello sucede en una sociedad en la que el comportamiento de las élites políticas y económicas no es precisamente ejemplar, empezando por la casa real, y siguiendo por la iglesia católica y los deportistas de élite o los banqueros, que se sienten impunes ante la evasión fiscal, el blanqueo o la corrupción. Confían en su poder de inventar la realidad y hacerla creíble. No olvidemos que la sociedad española sigue protegiendo y subvencionando a los fósiles del franquismo, mientras abandona miserablemente a las víctimas del genocidio y la represión. Cuarenta años después de morir el dictador, sigue estigmatizado el ideal republicano. Es patético y muy elocuente de la calidad de nuestra democracia.

Esta breve crónica no incluye un solo elemento de fantasía ni invención. Sirve para diagnosticar que la sociedad española está muy lejos de ser una democracia como debiera. Seguramente un elemento clave es que hay colectivos y grupos sociales que no han asimilado lo que significa la idea de democracia. Una arquitectura legal e institucional no es suficiente coartada para tapar las vergüenzas. La democracia se nos escapa como el agua en el barril sin fondo de las Danaides. Se criticó con saña el proyecto docente de educación para la ciudadanía, y en cuatro décadas ningún gobierno ni institución ha caído en la necesidad de establecer programas intensivos de educación democrática, campañas de educación no ya en escuelas, también en cuarteles, iglesias, comisarías, partidos políticos, y organizaciones empresariales. Los medios de comunicación que actúan con libertad y los jueces tienen mucha faena por delante. Pero el fundamento es la educación y hay que ponerse a ello con urgencia.

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