Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Excavadoras contra la dignidad de una tierra

Serranía

Alfons Cervera

La historia no se escribe con H sino con h. Los pequeños sitios. Las pequeñas gentes. Las vidas que -como el personaje de García Márquez- no tienen quien las escriba. El borrón que convierte los nombres de esas vidas en la injusta y amarga condición de desaparecidos. Vivimos un tiempo de banalidades a destajo, de usar y tirar, de ese lenguaje infame que ahora llama a las mentiras de siempre cínicamente posverdad. No me gusta escribir sobre las historias protagonizadas por los ricos, sobre esa gente que lo mira todo por encima del hombro desde su ridícula altura de clase analfabeta, sobre su anacrónica vocación de confundir la caridad o ahora el mecenazgo con el compromiso público de acabar con la desigualdad. Decía mi inolvidable Rafael Chirbes que los pobres no tienen sitio en las historias contadas por los ricos. Ahí me apunto. A sacar la fragilidad en lo que escribo. A contar historias que permanecen en el lado más en sombra de la realidad. A desalambrar -como cantaba Daniel Viglieti- lo que se vive de mala manera en ese rincón de sombra para convertirlo en materia de conocimiento. Escribir es un oficio en que tú eliges lugares y protagonistas. Hoy -una vez más- ese lugar es la Serranía, mi tierra de interior, y sus protagonistas son de nuevo quienes siguen peleando para que la vida no sea en esos pueblos una mierda pinchada en el palo de la indignidad.

Uno de los problemas medioambientales de la Serranía son sus minas, esas explotaciones a cielo abierto que hacen desaparecer los montes y convierten el paisaje en una inmensa calva marrón y en pozos sin fondo que irán llenándose de residuos del más diverso pelaje y peligrosidad. Es ya muy larga la lucha serrana contra esas explotaciones que gozan de una impunidad al día de hoy sospechosamente inexplicable. Los montes de la Serranía son nuestra riqueza, casi nuestra única riqueza. Un paisaje no son sólo árboles, ríos y esos animales que corretean o vuelan en plena libertad por sus bancales. Un paisaje tiene una dimensión ética que se refleja en las vidas de quienes lo habitan. De ahí, como digo, la inagotable largueza de esa lucha. De ahí, también, que hace casi un año un grupo de gente se acercara a una mina en Villar del Arzobispo para que las autoridades autonómicas de Medio Ambiente comprobaran en vivo y en directo las profundas heridas que las excavadoras y una permisividad de la justicia, como digo inexplicable, dejan en la tierra. Las autoridades eran Julià Àlvaro, secretario autonómico de Medio Ambiente, y la diputada de Podemos en el Parlamento Valenciano, Beatriz Gascó. La primera irregularidad que encontraron los visitantes fue que el camino público estaba ocupado por residuos mineros. La segunda y más inasumible fue que, cuando llegaron a la mina, fueron embestidos por una excavadora y posteriormente por quien la conducía, armado ahora con un martillo de grandes dimensiones. La cosa no fue a mayores por la intervención de la Policía Local de Villar del Arzobispo. No me invento nada. Y hay testigos apoyando la denuncia que presentaron dos de los agredidos en los Juzgados de Llíria.

Al cabo de un año ha salido la sentencia. Y a ver si adivinan ustedes cuál ha sido el veredicto del juez… ¡Bingo: absolución para los denunciados! De nada han servido el relato de los denunciantes ni el de los testigos, entre los que se encuentran los dos citados cargos públicos autonómicos. Las historias pequeñas, esas que no salen en ningún sitio. La justicia que otra vez y como tantas veces se pone de parte de quienes nos miran por encima del hombro porque el mundo sigue siendo un cortijo que les pertenece. Por eso escribir es no quedarte en la zona de confort donde todo es maravilloso. Escribir es abrirle las tripas a la realidad y sacar al aire del invierno la carne que se pudre en las entrañas. Escribir es contar lo que no se cuenta en ningún sitio porque lo que se cuenta en todas partes lo siguen contando los dueños de casi todo.

Escribir de la Serranía y de otros lugares como la Serranía es seguir buscando en las raíces de la tierra un relato que no mienta, que saque a la luz la desigualdad que convierte en algo pobre la misma democracia, que no se entregue a las miserables dictaduras de los dueños del dinero. La sentencia del juez de Llíria es un paso más en esa tremenda injusticia a la que ya estamos acostumbrados. Pero el cansancio no es cosa de nuestra tierra y de nuestras gentes. Y como decía Antonio Machado vamos a seguir labrando insistentemente “la miel con los dolores viejos”. Ahí vamos a seguir, lejos del cansancio, de las justicias injustas, y cerca de la voluntad de conseguir una tierra que no se avergüence de su historia, de esa historia que siempre seguiremos escribiendo con la enorme h minúscula de nuestras propias vidas.

Etiquetas
stats