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Hobsbawn, el frío y el hambre

Josep L. Barona

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En su último libro escribía Eric Hobsbawn que la mayor parte del siglo XX había estado marcada por el conflicto entre dos ideologías que contraponían modelos económicos opuestos y excluyentes: la planificación de la economía estatal (socialismo) y la economía de mercado (capitalismo). Hablaba, claro está, de la primera mitad del siglo XX y de los bloques contendientes durante la Guerra Fría (1945-1989). Al final de su vida, Hobsbawn consideraba que en el siglo XXI ambas ideologías estaban agotadas: la que ambicionaba suprimir la economía privada, y la del capitalismo sin regulación. El viejo profesor marxista abogaba por una armonización entre lo público y lo privado, apoyándose en una idea fundamental: que el objetivo de la economía no es el beneficio, sino el bienestar de toda la población. En consecuencia, el crecimiento económico no es el fin en sí mismo, sino el medio para que la sociedad se desarrolle y viva mejor. Y el desarrollo social atañe a la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, la seguridad, la cultura, el ocio... Hobsbawn afirmaba: “No importa cómo llamemos a los regímenes que buscan esa finalidad. Importa únicamente cómo y con qué prioridades podremos combinar las potencialidades del sector público y del sector privado en nuestras economías mixtas. Esa es la prioridad política más importarte del siglo XXI.”

Esta lección de realismo político se fundamentaba en una única idea esencial, condición sine qua non: que la riqueza que genera la economía de un país debe ponerse al servicio del bienestar de toda la población. No es ése, sin embargo, el objetivo de las recetas neoliberales que aplica nuestro gobierno y apoya nuestro parlamento. Nuestra realidad resulta contradictoria e inaceptable: un tercio de la población española no tiene acceso al bienestar, incluso trabajando, vive entre la pobreza y la exclusión social, y hay personas que mueren de frío y de hambre. Y eso sucede cuando la propaganda del establishment reitera hasta la saciedad que la economía va bien, que crece por encima del 3%, y que crea empleo.

Alguien no está haciendo las cosas bien, porque se da la paradoja de que se genera riqueza y la riqueza genera pobreza. Las entidades financieras obtienen grandes beneficios mientras los ciudadanos son desahuciados; los oligopolios energéticos alcanzan beneficios de 5.010 millones mientras cortan la luz de 653.772 hogares y ciudadanos mueren de frío. El gobierno y las instituciones tiene instrumentos para redistribuir la riqueza y que eso no suceda; para garantizar el desarrollo y el bienestar social. Pero no lo hacen y por eso actuan como brazo político de la élite económico-financiera, que es la que acumula la riqueza generada. No gobernar para el bienestar de todos los ciudadanos es una forma de corrupción democrática que genera hambre, pobreza energética y explotación laboral. Hobsbawn no era un iluso y esto no tiene que ver con la ideología, sino con la dignidad.

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