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Y Rajoy nos trajo la felicidad

José Manuel Rambla

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Mariano Rajoy puede respirar tranquilo: los españoles somos felices. Así lo pone de manifiesto ese moderno e impersonal oráculo que es el periódico barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Según su última encuesta, nada menos que el 84% de los consultados se ha mostrado al menos moderadamente feliz, sin que haya faltado un 11,1% de los preguntados que no han tenido ninguna duda a la hora de presentarse como exultantemente felices. Frente a ellos, solo un exiguo 1% reconocen ser, supongo que no sin cierto pudor, unos auténticos desgraciados.

Ignoro si estos rotundos resultados son fruto de la sinceridad o de esa tendencia irresistible que todos tenemos a contestar con un bien, muy bien, lo más convincente posible cada vez que un conocido nos interpela en una fortuito encuentro con un familiar: ¿qué tal, cómo va todo? Lo cierto es que, para qué negarlo, el bochorno y la vergüenza se apoderan de nosotros ante la perspectiva de admitir una contrariedad en nuestras vidas. También porque interiormente no podemos reprimir la sospecha de que las desgracias ajenas suelen ser causa de una cierta satisfacción secreta en nuestro interlocutor.

Y no nos faltan motivos para esa sospecha. Al fin y al cabo la nuestra es una felicidad conformista que solo parece reafirmarse al olor de las desdicha. Es esa resignada placidez con que cada año confirmamos la alegría de tener al menos salud al terminar de escuchar a los niños de San Idelfonso cantar el Gordo de Navidad. O la compasiva tranquilidad con que se transforman en injustificadas todas nuestras quejas cada vez que alguien nos hace sabedores de los males de otros, o somos testigos por televisión de desdichas inapelables como un terremoto en Nepal, una hambruna africana o un corralito griego.

Llegamos así a una especie de ese nirvana cotidiano que solo se alcanza cuando aprendemos a valorar las cosas más pequeñas e insignificantes. Porque, en realidad, los españoles parecemos necesitar bien poco para ser felices. Lo pone de manifiesto también esos últimos datos del barómetro del CIS según los cuales más del 70% de los españoles y españolas se conforman con ir a dar una vuelta cada vez que tienen un poco de tiempo libre. O a ver la televisión donde los informativos y los reality show nos ofrecerán cada día nuestra dosis de tragedia que nos reafirmen, entre anuncio y anuncio, en nuestra condición de afortunados.

Por eso Rajoy puede estar satisfecho. El presidente del gobierno lo reconocía este lunes en la entrevista que concedió a Telecinco. “Creo que sinceramente he cumplido con mi deber. Comprendo que muchos entiendan que me he equivocado, pero creo que he cumplido”, afirmó. Porque se equivocan quienes reprochan al jefe del ejecutivo el haber actuado con un fervor neoliberal que transforma en tibieza las políticas de Reagan. A diferencia de los griegos, Rajoy no acata imposiciones de la troika, sino que ejecuta con convicción religiosa unos recortes que tan solo pretenden hacernos descubrir el valor de las cosas auténticas: la alegría de tener una buena salud que nos mantenga al margen de los ajustes en el sistema sanitario, las posibilidades de conocer gente y lugares que nos abre el tener un contrato distinto cada semana, el tiempo que el desempleo nos deja para mejorar perpetuamente nuestra formación, el calor que brota de la familia, que nos da cobijo en su techo y nos permite llegar a fin de mes…

Sí, Rajoy ha cumplido y los españoles, lo dicen las encuestas, somos felices. Hasta nos ha bajado el IRPF, sin que la deuda pública desbocada le haya hecho dudar ni un minuto. Todo un gesto de generosidad que permitirá a los españolitos de a pie, esos que cobran hasta 1.500 euros, el salario más extendido según los últimos estudios, disponer de cinco euros más para sus gastos mensuales. Un lujo. A partir de ahora, además del paseo podemos tomarnos alguna cañita al mes con la que darnos una alegría y, de paso, confirmar el repunte del consumo. ¡Y todavía hay quien se queja! Ingratos. Seguro que son alguno de esos cenizos y pesimistas de izquierda, incapaces de dejar en paz a Pablo Iglesias, siempre buscando motivos para ser infelices.

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