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Regenera y cierra, ¡España!

Simón Alegre

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Decíamos ayer –que, en puridad, es un decir unamuniano muy pertinente en este texto- que serias dudas se cernían sobre la praxis regeneracionista de UPyD.

Su intrincada y difusa ideología encuentra acomodo entre los recovecos que descuidan PP y PSOE. Estas dos formaciones amalgamaban al alimón, ante la inexistencia entre nosotros de un Partido Nacionalista Español homologable a los europeos de este pelaje, la representación del centralismo en el secular conflicto con la periferia. Pues bien, si cierta omisión al respecto adquiere notoriedad en la agenda, se torna susceptible de la patrimonialización pergeñada por la formación magenta.

Huelga decir que este nacionalismo español no se explicitará y que se solapará con la retórica regeneracionista, sabedores sus apologetas de la negativa asociación preponderante en el imaginario colectivo hispano entre esta ideología y el nacionalcatolicismo que informó el régimen de Franco. El nacionalismo que abandera UPyD hunde sus raíces en las concepciones liberales, reformistas y racionalistas de principios del siglo XIX y que beben directamente de la Ilustración francesa. Ideas que repugnaban, por extranjerizantes, al conservadurismo decimonónico, católico y prenacional. Se produce así la paradoja de que el legado al que subrepticiamente se aspira se encuentra originariamente en las antípodas del que la población identifica con el nacionalismo español y, de hecho, forma parte de la ancestral filiación jacobina de la izquierda hispana.

Es el desconocimiento de esta tradición, señalado acertadamente por el profesor Andrés de Blas, el que camufla y convierte en más digerible el nacionalismo español de UPyD. Una ideología soslayada por una historiografía hispana centrada en periferias y nacionalcatolicismo y que ha obviado de manera recurrente que la nacionalidad también se refuerza y se “ondea” banalmente en los mapas meteorológicos o en las páginas deportivas de los diarios, como tan certeramente ejemplificó Michael Billig.

Razones electorales desplazarán este componente ideológico a un plano secundario y justificarán que se enfatice la radicalidad cívica sobre la revisión neocentralista del Estado. Y no es de extrañar. Pese a que la Constitución proclama, de manera ultranacionalista, la indisoluble unidad de España, se da la paradoja de que significarse como nacionalista español resulta demodé, por políticamente incorrecto.

Así pues, en esta partida de mus el órdago está lanzado: Antes Rosa que Rota.

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