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Tiro al tendero

Simón Alegre

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Al pequeño comerciante lo matan dos veces. La primera, con silenciador, cuando, siempre antes de los comicios, los políticos le prometen una serie de medidas de protección y estímulo. La segunda, ametrallado, por una ráfaga de condiciones e impuestos abusivos.

Forma parte de la liturgia electoral la inclusión de un apartado programático dedicado a la promoción del pequeño comercio, sector clave en un tejido económico, como el valenciano, de pymes y clústers. Ante la obsolescencia de nuestros bastiones industriales, mantener esta red empresarial se antoja fundamental para la cohesión social. Sin embargo, desde la primera legislatura de gobierno del PP, hemos asistido a una implantación exponencial de las grandes superficies. En esos primeros años ya se atisbó esa mezcla de ansiedad neoliberal y economía planificada de amiguetes que traería los lodos del presente. El socio de gobierno de aquel cuatrienio, contrario por principios gremialistas a esta expansión de los centros comerciales, no opuso la resistencia necesaria ante el embate. Como en tantas otras cosas, se quedó a medias.

Durante el descafeinado debate del estado de la CV de 2013, Fabra se sacó de la manga la medida estrella –por llamarla de alguna manera- de la liberalización de horarios comerciales. Pero, en la línea de titubeos y medianías de su mandato, hizo la del avestruz y pasó la patata caliente a los alcaldes. La Generalitat, por tanto, renunciaba a su potestad de legislar.

El resultado de este desaguisado es un auténtico galimatías jurídico, según combinaciones de localidades y centros comerciales. Con el consiguiente enojo de los alcaldes, a los que les toca lidiar con los intereses dispares de pequeños comerciantes y grandes superficies. Los tribunales, finalmente, están haciendo el trabajo de los políticos.

Como guinda de esta legislatura del desierto, el PP vuelve a prometer una No-Ley de Comercio autonómica, puesto que ya no queda tiempo para aprobarla. En esta ocasión, con concesiones de mayor calado a los pequeños comerciantes. ¿Brindis al sol o canto del cisne? El caso es que el PP nunca da el partido por perdido –es una de sus virtudes- y ahora se saca este as de la manga, cuando no se había afrontado el problema en toda la legislatura.

Otra cuestión es que las asociaciones de comerciantes, de momento receptivas, piquen el anzuelo. No deja de ser comprensible que traten de asirse a cualquier atisbo de reversión de su precaria realidad a la hora de competir con los recursos de las grandes superficies. Mientras tanto, provoca envidia ver que en Roma los centros comerciales se ubican en la periferia, como manera de preservar el comercio tradicional que forma parte de la idiosincrasia de la ciudad. Hasta el tipo que recogía las monedas de la Fontana di Trevi (una especie de Neptuno moderno) reivindicaba su derecho a que una ordenanza municipal no diera carpetazo a la profesión que se había agenciado, merced a trienios de constancia.

Pero, a la hora de ir de compras, Valencia no es Roma. Yo no me fiaría. Los dueños de los centros comerciales tienen más parné para financiar campañas que los representantes de las atomizadas y dispersas agrupaciones de comerciantes y autónomos.

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