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Opinión - Pedir perdón y que resulte sincero. Por Esther Palomera

Un año sin Canal 9

Javier Caro

Un día aburrido, constipado y con mocos, me encuentro casualmente con algo en televisión que me impacta. No son los gritos en Sálvame, ni la acidez de Wyoming, es algo que escandalizaría a cualquier país, una cosa que provocaría destituciones y bochorno entre los gobernantes. Tan asombrado estaba que llamé a mi mujer, ella vino rauda a casa. Frotábamos nuestros ojos y poníamos en el microondas palomitas, era un espectáculo que resplandecía más que cualquier película americana. Era el presumible final de una era. Pero en el fondo, aunque se levantaron los tapetes y las alfombras, y el polvo se aireó, todo, o casi todo, siguió igual.

Los presentadores de los informativos de Canal 9 estaba sentados en su platós, diciendo lo que siempre obviaron, hablaban líbremente, con la libertad de saber que sus futuros estaban fuera del ente, y sin los grilletes que antes los sujetaban a la falsedad y la más fraudulenta manipulación.

Pedían perdón, no por Tómbola, sino por las muchas veces que se habían alejado del pueblo, desoyendo las voces que les instaban a luchar por la veracidad. Creí percibir en sus gestos algo de vergüenza, de frustración.

Conectaron con la Plaza de la Virgen de Valencia, ellos pensaban que nadie acudiría a su grito desesperado de auxilio, pero no fue así, miles de personas, las que se sentían engañadas con las informaciones capciosas de uno de los canales que más manipulación evidente ha mostrado de la política, estaban allí. Por primera vez veía a Xavi Sarrià con un micro de Canal 9. ¿Cómo podía ser posible que un grupo como Obrint Pas, que ha dado la vuelta al globo cantando en valenciano, no hubiera tenido más relevancia en el ente de los valencianos?.

Pero nadie hablaba de rencor, si no del momento histórico que representaba para todos que se destaparan las corruptelas. Nadie quería la desaparición de nuestros canal de proximidad, sino su más absoluta transparencia y honestidad.

Detrás de las presentadoras estaban los trabajadores del canal, algunos con los rostros compungidos, otros directamente con ganas de quitar la careta de la mala gestión, de no tener que decir con amargura y con algo sofoco, que trabajaban en la televisión pública. Porque hubo un momento en el cual nos daba pena Canal 9, donde todos sabíamos lo que pasaba en el interior, nos tapábamos las caras al ser el hazmerreír del Estado, cuando las noticias del caso Gürtel aparecían por detrás de otras más asequibles para el gobierno valenciano, sentíamos rubor al ver como los que defendían lo público no se mostraban en televisión.

Era la segunda vez que miraba nuestro canal autonómico con incredulidad, recordaba con las palomitas en la mano, cuando Mónica Oltra apareció en campaña con una camiseta que decía “Canal 9 Manipula”. Ahora los propios trabajadores, que en aquel momento criticaron lo escrito en la prenda, bajaban la cabeza, miraban a la cámara con el piloto rojo, y declaraban su tristeza, su trabajo sucio. Habían sido los machacas del gobierno, los que se ponían, día tras día, delante del televisor ha contar mentiras o verdades a medias. Era las caras visibles de la desfachatez de los gobernantes, los que reconocíamos por las calles, y no queríamos ni mirar a los ojos. Canal 9 había vendido sus almas, les había expuesto, daba igual si la audiencia estaba por los suelos, daba igual si a la gente le importaba un soberano bledo que desapareciera el canal o se fuera al infierno.

Todo debía servir a una causa, “somos los mejores y aquí no pasa nada”. La mejor medicina era la mentira, las falleras hablando de indumentaristas, el fútbol a todas horas, aunque siempre fuera el Valencia cf y el resto apenas existieran.

Cubrir las vergüenzas siempre era complicado, pero había que hacerlo. Mejor tratar los temas menos escabrosos, pero claro, si hablábamos de actualidad política, en cualquier frente había un caso de corrupción, así que maquillar con perfumes y con coloretes la desfigurada realidad, se tornaba en algo imposible.

Aquel día los trabajadores se colaban por las ventanas, buscando algo de libertad, poder decir lo que no habían podido, limpiar sus almas con el perdón del público, querían comunicarnos que ellos no tenían culpa. Y yo les medio creí.

Canal 9 se desmoronaba, pero no fue ese día el que el ente cayó en el negro profundo. La agonía, como suele pasar en estos casos, duró más de lo que le hubiera gustado a Fabra y sus acólitos.

La mañana del 29 de Noviembre de 2013 a las 12:19 de la mañana, Canal 9 se marchó al reino de los sueños, y ya saben, si no se ve, no existe. Ya no nos acordamos de ellos.

Aquella mañana me sentí mal. Canal 9 significaba mucho para casi todo el mundo, por mi confusa cabeza pasaron las imágenes del Alababalà, que veía en casa de un amigo al salir de clase. Creo que nunca se le ha dado importancia a la labor de enseñanza de aquel programa, para los que tenemos padres de otros lugares en el aprendizaje del valenciano.

Me vinieron, igual que a mucha gente, recuerdos pegados al inconsciente del programa Videos de Primera, Tela Marinera o El Show de Joan Monleón. Y sentí rabia, pues en esos últimos años de vida del canal de los valencianos, la calidad, pese a la manipulación, me pareció verla crecer con espacios como Trau la Llengua o El Poble del Costat, o con las producciones audiovisuales de calidad de Senyor Retor o L´Alquería Blanca.

Me sentí también solo, porque hay zonas donde no se habla valenciano, y sin el concurso de Canal 9 la cosa sólo iba a empeorar, ya que si antes se utilizaba poco la lengua, ahora directamente ya no se hablaría. Nos habían robado un eje vertebrador de la cultura valenciana, de la lengua y de las costumbres, y nosotros sin darnos cuenta lo habíamos permitido.

La CV navegaba en mares procelosos, con delitos públicos y políticos en cualquier esquina, pero eso daba lo mismo, no era lo relevante, lo que había que hacer era matar al mensajero. Y lo mataron.

Recordando una vez más Canal 9, me viene a la mente que al final una de sus grandes tonadillas, seguramente debería haber servido como himno de toda una época de esplendor de oropel y pompa, como fue la que cantaba el icónico Joan Monleón de “A guanyar diners!”.

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