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De los bolsos de Vuitton a la bicicleta de Ribó

José Manuel Rambla

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Lo admito. Durante toda la jornada electoral no pude evitar un intenso encogimiento del bajo vientre, síntoma evidente de esa enfermedad que se conoce como el Mal de Celia Gámez. Se trata de una curiosa dolencia que provoca esperpénticas visiones de Rita Barberá y Esperanza Aguirre cantando a capela esas coplillas con que la cupletista recordaba a los vencidos aquello de ¡No pasarán! Decían los marxistas / ¡No pasarán! Gritaban por las calles / ¡No pasarán!, se oía a todas horas por plazas y plazuelas con voces miserables; y cuyo estribillo concluía con un castizo y lapidario: ¡Ya hemos pasao!

Por fortuna, el recuento de votos tuvo un poder curativo más efectivo que el bálsamo de Fierabrás. En cualquier caso, lo cierto es que, a pesar de los números que iban apareciendo en la pantalla de mi ordenador, un punto de incredulidad me impedía fiarme de lo que veían mis ojos. Por desgracia, el exilio me mantiene a 8.000 kilómetros del Cap i Casal, así que la distancia me impedía comprobar directamente el alliberament de esa plaza tantos años secuestrada por el Caudillo, que en un tiempo fue del País y que finalmente se ha quedado con el insulso nombre del Ajuntament (ay, que martirio tiene esta tierra con las denominaciones). Preferí esperar prudentemente al día siguiente para confirmar lo que todos aseguraban, aunque por si acaso tomé antes un par de copas como celebración, pensando que en el peor de los casos también podía contar como desahogo frente al desengaño.

Pero no. Al despertarme al día siguiente, allí estaba la BBC para confirmarme que, definitivamente, el dinosaurio se había ido, llevándose de paso al Moniato y las botellas vacías de Beefeater. Por desgracia, el saurio de las pesadillas también se llevó injustamente por delante la representación de EU en les Corts, aunque en el último minuto la organización haya logrado al menos la pedrea desconsoladora de mantener su presencia en la Diputación, institución donde, gracias al tenaz trabajo de Rosa Pérez, el fantasma de Alfonso Rus hoy no tiene otra cosa que contar más que los eslabones de la cadena que arrastra. EU (y el PCPV, claro) deberán ahora entregarse a ese cíclico ritual, ejecutado demasiadas veces a medias y a destiempo, que parece determinar su historia y que le obliga a marchar de refundación en refundación hasta la anhelada victoria final.

Pese a la tristeza que esta última ausencia me provocó, la verdad es que muy pronto un extraño bienestar fue apoderándose de mí conforme amigos y familiares me transmitían su alegría por la hostia que las urnas habían propinado a la carpetovetónica derecha española, más desconcertada por el golpe que todavía definitivamente derrotada. Fue entonces cuando el pulso comenzó a acelerárseme con impertinentes preguntas bolcheviques: y ahora ¿qué hacer? Porque en ocasiones las grandes victorias acaban dejando esa intensa sensación de vacío que provoca la pérdida de un amor, un perro o un enemigo. Al fin y al cabo, la sabiduría irónica de Vázquez Montalbán ya nos advirtió hace mucho tiempo que para algunos en la izquierda contra Franco se vivía mejor. ¿Nos descubrirá alguien en breve que contra Rita se malvivía mejor?

Por eso la interrogación seguía planeando: ¿Y ahora qué? La pregunta queda en el aire mientras el tiempo, como en los concursos de televisión, comienza su cuenta atrás y los espectadores amenazan con impacientarse ante el inicio del próximo show: Objetivo Moncloa. Por lo pronto, el cóctel de intereses, el peso de los personalismos y las ambigüedades no harán sencillo el diálogo entre Mónica Oltra, Ximo Puig y Antonio Montiel para sacar a la Generalitat del vertedero donde la habían enterrado. Como tampoco será fácil levantar los necesarios caminos de confluencia que permitan llevar las brisas del cambio hasta Madrid. Eso sí, tienen a su favor una cosa, que la población está tan exhausta que, al menos por ahora, se conforman con bien poco: un poco de transparencia, unas gotas de humildad y unas súplicas de decencia.

Con todo, disfrutemos de esa refrescante brisa del cambio y esperemos que consiga adquirir poco a poco la fuerza del viento. Por lo pronto, algunas cosas ya han cambiado. Como la estética de Marcos Benavent, ex gerente de Imelsa y ex “yonki del dinero”, según su propia definición, que reaparece transformado en un personaje del último capítulo de Mad Men, dispuesto a pedir perdón –dice- y tirar de la manta –asegura-de la corrupción pepera. Ya veremos. Pero, sobre todo, donde más se notan ya las mudanzas es en el aire que respiramos: más limpio, más alegre, más esperanzador. ¿Será porque la bicicleta de Joan Ribó está a punto de sustituir a los bolsos de Vuitton? Inshallah.

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