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La caza

Alfons Cervera

Veo las imágenes desde lejos. En la habitación de un hotel, a más de mil quilómetros de Valencia. Me paso el tiempo pegado a las noticias. La del lunes por la noche me llenó de ratas las tripas. La calle ha vuelto a ser suya. Creo que nunca ha dejado de ser suya. Aunque lo disimularan. Aunque se escondieran a la sombra de una democracia que les servía de acomodo. La pregunta del millón desde hace tanto tiempo: si la dictadura franquista duró cuarenta años, ¿dónde demonios se escondieron los franquistas cuando llegó la democracia? Mucha gente hemos respondido a esa pregunta hasta la extenuación: casi todos estaban en el Partido Popular y unos cuantos haciendo músculo en los gimnasios y en alguna empresa de seguridad hasta que llegara su momento.

Ese momento ha llegado. Las imágenes de Zaragoza, cercando con su envergadura nazi la reunión de cargos electos para hablar de dentro y de fuera de Cataluña. Las imágenes de Valencia la otra tarde, las que veía lleno de estupor desde tan lejos. Esas carreras desbocadas a la caza de quienes se manifestaban pacíficamente por unas ideas que repugnan a los violentos. La saña de las patadas, de los golpes a destajo, la bandera con el toro y el águila que les sirve de coraza. Es su momento histórico desde aquellos lejanísimos años de la Transición. La calle se ha convertido en una emboscada. Bien que lo dice el joven que se les enfrentó y sufrió las agresiones: “fue una cacería de la extrema derecha”. Pero no sólo es eso, no sólo ha salido el falangismo de gimnasio a sembrar el daño entre la gente. Está ese otro falangismo civil. El que se arremolinaba en la salida a Cataluña de la policía y guardia civil al grito bélico de “¡A por ellos!”. Como si estuvieran despidiendo a un ejército en guerra. Aquel franquismo sociológico del que hablaba Manuel Vázquez Montalbán se abre paso en la forma de una violencia selectiva, nada ciega, de un mear en el asfalto para acotar a su favor el territorio del miedo, en la forma también que tienen las televisiones estos días de llamar defensores de la unidad de España a los neonazis que apalizan impunemente en las calles a la gente y a la propia democracia. Radicales contra radicales: ésa fue la información en muchos medios de comunicación sobre la violencia fascista en Valencia el 9 de Octubre. El periodismo que se estila. A esa calaña que habla o escribe desde la manipulación no son periodistas. Pero ahí están, mintiendo más que respiran y azuzando el odio en sus diarios, radios y televisiones.

Entre los agresores de ese lunes estaban un alto representante del mundo fallero (al menos uno, que se sepa) y no sé cuántos miembros de los Yomus, la Peña ultra del Valencia CF. Y claro: los de siempre, esos de España 2000 que ven llegada su oportunidad para convertirse en la punta de lanza de una violencia amparada en la lucha política de derechas contra el proceso catalán hacia la independencia. A ver qué dicen el mundo fallero y el Valencia CF después de conocerse la identidad de algunos agresores. Y está también, como demasiadas veces en los últimos tiempos, la inacción policial cuando se trata de controlar a la extrema derecha callejera, esa extrema derecha que sale sin contemplaciones a la caza de demócratas. Desde mucho antes del lunes 9 de Octubre, sabíamos que iban a reventar la manifestación pacífica por las calles del valencianismo progresista y de izquierdas. Lo sabíamos. Pero, visto lo visto, parece que a la Delegación del Gobierno le importaba bien poco esa amenaza. Ahí estaba la mesnada violenta, sin que nadie la incordiara, dispuesta a saltar sobre quienes llegaban a defender unas ideas que poco tenían que ver con las suyas tan anacrónicamente ultramontanas. Y vinieron los golpes, las patadas, ese gesto de ferocidad que a lo mejor ensayan como un juego de máscaras frente al espejo del gimnasio.

El proceso catalán hacia la independencia ha pasado a otra etapa. Ahora se habla de diálogo. Sin embargo, el gobierno de Rajoy, sus medios afines y el Tribunal Constitucional siguen actuando como si nada hubiera cambiado. Yo creo que, en el caso de que se produzca, será un diálogo entre sordos. Los dos puntos básicos a reformar en la Constitución van a ser intocables: el derecho de autodeterminación y la sustitución de la Monarquía por la República. Pero dejando a un lado esta opinión personal, lo que está claro es que, gracias a la manipulación política y mediática de la derecha sobre la “cuestión catalana”, la extrema derecha va a seguir teniendo presencia activa en las calles de nuestra frágil democracia. Si ustedes vieron en TVE y TVE 24 horas (sólo podía ver esas dos cadenas en casa de unos amigos franceses) la comparecencia de Carles Puigdemont sabrán de lo que hablo. Todo lo que contaban de viva voz o en los textos que acompañaban esa comparecencia era una insensata manipulación de lo que estábamos viendo en la pantalla. Y me imaginaba, como tantas veces antes, esas caras llenas de orgullo patriota ensayando muecas de ferocidad frente al espejo de sus gimnasios habituales. Eso me imaginaba. Eso.

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