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El coste económico de ser mujer

Raquel Miralles

Las mujeres cobran un 34 por ciento menos que los hombres en la Comunitat Valenciana. Es importante aclarar que las empresas no pagan sueldos base distintos a hombres y mujeres por el mismo trabajo, entre otras cosas, porque es ilegal. La discriminación salarial es sutil e indirecta, y está relacionada con los complementos, la segregación del mercado laboral, el techo de cristal, la precariedad y la temporalidad.

Pongamos algunos ejemplos, el plus de peligrosidad suele pagarse a operarios que manejan maquinaria, pero no a personas que están expuestas a productos químicos, como ocurre en el sector de la limpieza, mayoritariamente femenino. Tampoco tienen las mismas retribuciones los administrativos y las secretarias, que pertenecen a categorías diferentes, pese a desempeñar funciones similares. Ademas, los sectores más feminizados están peor pagados y el techo de cristal todavía no se ha roto.

Otra muestra más de la desigualdad de género es la temporalidad, que afecta tres veces más a las mujeres. Y, por si no fuera suficiente, casi la mitad pide cambios en su horario laboral cuando afronta la maternidad. No es que quieran trabajar menos, es que no tienen elección. Alguien tiene que encargarse del hogar y de los hijos. Y precisamente, la clave es esta desigual e injusta redistribución del trabajo doméstico no remunerado, que condena a las mujeres a la doble jornada o a renunciar a sus carreras.

La brecha salarial no tiene nada que ver con que las mujeres estén “menos preparadas” como dijo una concejala del Ayuntamiento de Córdoba, o con que sean “inferiores”, como defendió un eurodiputado polaco. La raíz del problema no es más que la división sexual del trabajo. Las mujeres han salido al mercado laboral, pero los hombres no han entrado en los hogares. Este trabajo doméstico, además de estar infravalorado, se vende como privado, pero es fundamental para que funcione el sistema en el que vivimos.

La libertad y el éxito de los hombres son a cuenta de que las mujeres se responsabilizan de los cuidados. Mi padre pudo ampliar y dedicarse 14 horas diarias a su empresa porque mi madre pidió una reducción de jornadas para cuidarnos. Y seamos sinceros, este modelo masculino del uso del tiempo no es ni generalizable ni viable porque el deber de cuidar no puede suprimirse, solo delegarse. Lo sensato es caminar hacia una distribución equilibrada entre los sexos porque los cuidados no son responsabilidad ni obligación de las mujeres, sino que son una cuestión social. La conciliación no puede reducirse a un intento de que ellas compaginen su vida privada con sus empleos, reduciendo sus jornadas y sus salarios para poder trabajar gratis en casa, mientras ellos tienen el camino despejado para convertirse en grandes empresarios, importantes científicos o en presidentes del Gobierno.

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