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La gran divergencia

Miguel Ángel Cerdán

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En su momento Oxfam utilizó una imagen muy poderosa, como recuerda Stiglitz, para ilustrar la dimensión de las desigualdades: en Davos, en el 2014, un autobús que transportara a 85 de los mayores multimillonarios del mundo contendría tanta riqueza como la mitad más pobre de la población, es decir, unos 3.000 millones de personas. 85 personas lo que 3.000 millones de seres humanos. Oxfam descubrió otra cosa además igual de llamativa: que el 1% de la población mundial poseía la mitad del patrimonio mundial, y que va camino de tener como el 99 por ciento restante en este 2016 que está a punto de empezar.

De hecho, según el Índice de Gini de los distintos países, la desigualdad se ha disparado en los últimos años en la mayor parte del mundo, y así, según la OCDE desde el 2007 se han evaporado los escasos progresos que se habían conseguido en los 20 años anteriores. Y no sólo ha sido como consecuencia del aumento del paro a niveles nunca vistos, de la destrucción del Estado de Bienestar y de la pérdida de derechos; el número de trabajadores pobres no ha parado de crecer como consecuencia de los hachazos permanentes fruto de las políticas neoliberales. Y de eso puede dar buena fe, tanto Estados Unidos, donde en Texas o Mississippi uno de cada cinco trabajadores es pobre, como ha demostrado Brady, o España, que es el tercer país de Europa con mayor porcentaje de trabajadores por debajo del umbral de pobreza.

Sin embargo, a la hora de abordar el porqué de este brutal aumento de las desigualdades, de esta gran y creciente divergencia, no podemos quedarnos meramente en la Crisis. Tendremos que ir a cómo se gestó, lo que explica en buena medida esas respuestas basadas en la mal llamada “austeridad”. Y en la distancia, la Crisis comenzó a gestarse con la desregulación de los mercados financieros que puso fin a las bridas que el New Deal y el Keynesianismo impusieron tras el Crack del 29 y la Gran Depresión, a la rebaja de impuestos a las rentas más altas como señala Piketty, al triunfo en definitiva de las doctrinas neoliberales que supusieron Reagan y Tatcher y que la Tercera Vía, supuestamente socialdemócrata, acabó validando. Y lo peor de todo, es que a pesar de su brutal fracaso, estas doctrinas neoliberales, siguen conformando, como señala Varoufakis, la ideología dominante legitimadora. Y ello a pesar de que, como se ha demostrado, sus pretensiones de ciencia son más parecidas a la astrología que a la astronomía. Algo de lo que el caso español es un buen ejemplo.

Así, Joseph Stiglitz narra en su último libro como en una cena de multimillonarios norteamericanos a la que asistió, ante las crecientes desigualdades, el lema de la noche fue “recordad la Guillotina”, evocando de esta forma y recordándose los presentes en la velada a María Antonieta y su encuentro con el invento del doctor Guillotine. En España los plutócratas locales ni siquiera se hubieran planteado el tema. Y es que no sólo tenemos en nuestro país a las élites extractivas más desvergonzadas y probablemente corruptas de Occidente; es que tienen, y tal vez sea lo peor, una total sensación de impunidad, y una tremenda seguridad en sí mismas. Y no es extraño, ya que han tejido desde el franquismo y continuado después en la sacrosanta Transición un entramado de poder y de control de la opinión pública que les hace sentirse invulnerables. La reedición de la Restauración Borbónica se enmarca en esos ejes. Y también pretende enmarcarse la Tercera Restauración hacía la que nos encaminamos.

Y sin embargo, considero que no deberían estar tan tranquilos. Al menos deberían plantearse los mismos lemas que sus homólogos en otros países. Y es que las cifras, los fríos y tozudos datos son demoledores. Así, según se ha podido saber recientemente a partir de la información que publica la CNMV, la mitad de las empresas del IBEX 35 no paga ni un euro por el Impuesto de Sociedades. De hecho, han pagado en su conjunto más en dividendos a sus accionistas que a la Hacienda Pública. Y todo ello en plena Crisis. No es extraño pues que Gestha, el sindicato de Técnicos de Hacienda, afirme que las grandes fortunas, grandes patrimonios y grandes empresas concentran el 72% del fraude fiscal que se da en España y que prácticamente todas las empresas del IBEX practican la elusión fiscal a través de la utilización de filiales en paraísos fiscales. De esta forma, si las grandes empresas y grandes fortunas pagasen lo que les corresponde, el Estado ingresaría un mínimo de 45.000 millones de euros más al año.

De esta forma, mientras Occidente en general y España en particular atraviesan la peor Crisis en muchas décadas, Crisis en la que todavía estamos inmersos, el número de ricos ha crecido en España en un 40% desde el 2008. Y el comercio de bienes de lujo, que no ha dejado de crecer desde hace años, se espera que aumente entre un 2% y un 4% en el 2015. Mientras, según un informe de la Caixa, uno de cada tres niños vive en nuestro país bajo el umbral de la pobreza, situándose como pobre severo según dicho informe uno de cada diez niños españoles. Estas cifras, verdaderamente tristes, no son extrañas si tenemos presentes que seguimos con un paro superior al 23%, que el paro juvenil se sitúa en un umbral superior al 50% o que España presenta la mayor tasa de jóvenes trabajando en los llamados mini Jobs. Y por supuesto, todo ello entremezclado con el desmantelamiento brutal de nuestro incipiente Estado de Bienestar y los tremendos hachazos a todo aquello, como la Sanidad, Educación o Servicios Sociales, que proporciona una verdadera igualdad de oportunidades.

La Gran Divergencia pues. ¿Seguiremos impasibles los españoles ante tanto desmán? ¿O daremos por fin la razón a Miguel Hernández cuando afirmaba que no éramos un Pueblo de Bueyes?

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