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Una lección de lo que no se debe hacer.

Javier Caro

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La Comunidad Valenciana se desmorona, o al menos la Generalitat. Los hacen sus políticos y sus obras faraónicas, que irán ligadas a sus mandatos como Abu Simbel lo está a Ramsés II. Si en la capital del Turia hay algo que represente mejor que nada la burbuja en la sin lugar a dudas vivíamos, esa es la Ciutat Arts y les Ciències, proyecto que se iluminó en la cabeza de Joan Lerma, bueno, que más bien, como suele suceder en estas ideas geniales, alguien se la iluminó, pulsando un interruptor que hizo que el otrora presidente sublimase por ser conocido y respetado en el mundo. La idea se planteaba como un nuevo horizonte para la ciudad, y ese proyecto daba el pistoletazo de salida de los desmanes, y a los momentos de gloria del PP, porque aunque la idea fue teorizada por los socialistas, el más listo siempre gana, y en éste caso fue el Partido Popular.

Zaplana abandonó por un momento los soláriums, y despejó su cabeza viendo que la ciudad era un lugar donde crecer políticamente. Y la cosa iba bien, L´Hemisfèric funcionaba como cine IMAX, y verdaderamente poco más. Mientras, el resto de los proyectos, inflados en presupuesto, estaban en marcha y Valencia crecía lentamente, todavía no se atisbaba en el corto plazo la llegada de Camps o la Fórmula 1. Pero algo ya apuntaba a los valencianos que las prisas del gobierno en inauguraciones eran muy extrañas, ya que el Museo del las Ciencias fue puesto en marcha 20 meses más tarde de que el presidente cortara el lazo inaugural. En realidad para muchos economistas del momento, ése en el instante del despegue, cuando la ciudad está en la boca de todos, aunque en realidad sólo era el primer paso de la caída libre hacía la locura de los edificios inservibles y de las manos hundidas en la caja cogiendo a espuerta todo lo que querían. Fue un momento en el que los ciudadanos respaldaban al gobierno, que nos envolvió la tarta de cianuro en papel de regalo. Aunque siempre hubo algún quijote luchando, con la razón por estandarte.

La comunidad se sembró de obras faraónicas, que ahora han sido señaladas por el dedo acusador. Siendo motivo, en la mayoría de casos, de escarnio por parte de gente que nunca entendió como se consintió eso. El enorme complejo audiovisual alicantino, que también era una ciudad, pero en éste caso de la luz, también se cae de su pedestal, de esa ensoñación por hacer de lo imposible algo real, de gastar 370 millones, de tener un déficit de 84 y de ser requerida por Europa por 265 millones que recibieron en ayudas.

Pero sin duda alguna el verdadero ejemplo, y no vamos a ponernos a ennumerar los despropósitos del gobierno, básicamente porque no tenemos tanto espacio y aburriríamos a los peces, fue aquella Ciudad de las Artes, aquella que salía en los anuncios de coches, el nuevo perfil de la ciudad, pese a que la mayoría de turistas seguían comprando postales de El Micalet y no de la obra de Calatrava. Querían crear, como el Bilbao con el Guggenheim, un nuevo estandarte de modernidad, denostando el barrio antiguo o El Cabanyal. Esa Ciudad, que querían, y al final construyeron, se viene abajo, y además de forma literal, y si hay algo bueno en esto, es descubrir nuestras vergüenzas: jamás fuimos tan grandes porque todo era una mentira. El Palau de Les Arts, que en un principio iba a albergar la filmoteca valenciana, y que seguramente hubiera funcionado mejor con ese cometido, al final se trasformó en una teatro de ópera. Y ahora ha llegado el momento en el que el esplendor, la brillantina cara que nos recubría, ha mutado en roña, en suciedad y en una pérdida de credibilidad internacional enorme.

Aquél Palau de Les Arts, que iba a ser la cuna de la música por excelencia, se resquebraja por momentos, y ha sido escogido por Discovery Channel para un documental sobre chapuzas. Y es que pese a haber costado la friolera de 500 millones, se cae. 8 años ha tardado la cubierta de Calatrava, ínclito arquitecto de la pompa valenciana, en desprenderse. Como si se tratase de la dignidad de un pueblo, que ha sido arrancada a base de hormigón y corrupción, sus trozos desenganchados de la superficie parecen querer huir de la ignominia, del descontrol en el que vive una ciudad, que ahora, en éste documental, mostrará su peor versión, como clase magistral de lo que no se debe hacer. Y es que votar a un gobierno, sólo porque aseguran que traerán la Fórmula 1 a la ciudad, dice muy poco.

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