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La libertad según la Comisión Europea

Jordi Sebastià

Habrá que ir acostumbrándose en esta Europa delirante que nos ha tocado sufrir a que las palabras importantes, aquellas por las cuales se luchó tanto, cambien de significado. En esta Europa nuestra que recibe a palos a Tsipras y con abrazos a Rajoy, el concepto de libertad ha sufrido un desplazamiento fundamental que dice mucho de hacia dónde quieren nuestros dirigentes llevarnos. La libertad, aquella a la que Cervantes dedicó párrafos tan sublimes y los cantantes pop estrofas tan cursis, ya no es una cualidad intrínseca al ser humano, un derecho fundamental e inalienable de las personas que los estados deberían garantizar. La leyes mordaza, las devoluciones en caliente y los decretos contra grupos de población considerados indeseables, dejan bien claro que esa libertad que tanto se proclama hoy en Europa es “otra cosa”.

En realidad no se trata tanto de un cambio de significado sino de aquél a quien se aplica. La libertad ha pasado de ser una cualidad humana a convertirse en un “derecho” para los objetos, para las mercancías, para el dinero, para los activos financieros: ¡Que nada impida su movimiento! ¡Que circulen, que circulen! Europa trabaja duro para eliminar barreras comerciales, sanitarias, sociales, prepara el gran acuerdo con el amigo americano para que el trasiego sea aún mayor. La consigna está muy clara: ¡El libre comercio nos sacará de la crisis, nos hará prósperos! Hay que “desregular”, quitar trabas, eliminar controles, reducir restricciones, barreras obsoletas que sólo perjudican el crecimiento y el progreso. En el cajón quedan recluidas iniciativas absurdas y paralizantes como la directiva europea de baja maternal o la de calidad del aire, ¿a qué viene preocuparse con esas minucias que sólo suponen más problemas para nuestra economía? ¿No hay bastante con toda esa pesada legislación laboral y medioambiental que tienen que arrastrar nuestras empresas y que perjudica su competitividad? El concepto sagrado, el dogma incontestable: la competitividad…

En un contexto así, a nadie debería sorprenderle que la iniciativa de reglamento de la Comisión Europea para marcar unos límites máximos de contaminación radiactiva para los productos alimenticios afectados por un accidente nuclear, permita de facto la comercialización de productos altamente contaminados. Los expertos de la Comisión de Investigación e Información Independiente sobre la Radiactividad (CRIIAD) la consideran una auténtica aberración. Sus informes alertando de que los límites establecidos son muy bajos y de que el consumo de productos contaminados con las dosis toleradas por la Comisión representa una grave amenaza para la salud, especialmente de los grupos más vulnerables como niños y mujeres embarazadas, han sido menospreciados. El parlamento Europeo ratificó en su sesión de julio esta propuesta. La responsable del informe sobre ese proyecto, la eurodiputada del PP español Esther Herranz García, ironizó sobre las demandas de transparencia -¿a qué viene eso en un tema puramente científico?- y proclamó su absoluta confianza en los expertos consultados, todos ellos técnicos de Euratom, un organismo cuyo objetivo es “el rápido desarrollo de la industria nuclear”, y todos ellos protegidos por un estricto anonimato…

La lección está muy clara: un poco de radiactividad y el riesgo de unas cuantas malformaciones y algún que otro cáncer no nos van a parar: el show debe continuar. La orquesta de la Gran Coalición sigue tocando… como la del Titanic.

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