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Los perros nos entienden (hasta siempre Kenia)

Kenia.

Javier Caro

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Cuando cogimos a Kenia era una perra con pocas posibilidades de estar viva mucho tiempo, era mayor, tenía el cuello mal y en la protectora, aunque la querían mucho, no podían prestarle ni la atención ni el cariño que necesitaba. El primer día que la vi en casa estaba algo asustada, nos la dejaron de acogida hasta que alguna familia la quisiera, pero, ¿quién iba a querer a una perra grandota y algo mayor?.

Era muy buena pero era evidente que lo iba a tener difícil, pero claro, a los pocos días ese animal tan bueno y bonito no se podía marchar de casa. Nos la quedamos. Kenia era una perra muy buena, todo cariño, se notaba que había sufrido porque tenía las tetas un poco grandes, como si la hubieran utilizado para la cría y tenía mucha ansiedad por la comida, como si hubiera pasado mucha hambre. Hace poco falleció, y la verdad es que vivió con nosotros cinco años muy buenos. Años en nuestra vida que han sido marcados por su presencia. Para los que tenemos perro o hemos tenido, es algo normal pensar, o mejor dicho intuir, que nuestros amigos de cuatro patas nos entienden. Siempre lo hemos sabido o al menos así queríamos creelo. Al perro y al gato le hablas, le cuentas cosas, le preguntas, le ordenas o lo tratas con palabras bonitas, piensas pues, que te entiende cuando arruga el hocico o ladea la cabeza. Somos tan inteligente que podemos hablarle a un muñeco o a un animal y contestarnos a nosotros mismo, incluso creernos que nos entiende. Nos gusta antropomorfizarlo todo, el perro, el gato, el caballo... Todo el mundo le habla a su perro y ellos parecían que comprendían, pero sólo lo parecía, ahora sabemos que entienden más de lo que podíamos soñar. Los perros procesan algunas partes del habla humana de forma parecida a como lo hace una persona, y esa aseveración con tintes de esquizofrenia no la dice un amante empedernido de los animales, sino la revista Current Biology. Cada hemisferio del perro procesa una parte del lenguaje, palabras y gestos. Los perros pueden diferenciar el tono y la palabra, cruzando esa información pueden dar la respuesta adecuada. ¿Cuántas veces le hemos dicho guapa a nuestra perra con cariño y se ha comenzado a revolcar por el suelo y a mover el rabo?. En el estudio participaron trece perros que estuvieron en un aparato de resonancia magnética funcional para escanear sus cerebros, para luego así medir su actividad cerebral cuando escuchaban las voces de sus dueños. Quizás porque el perro ha convivido con el humano tantos miles de años o porque nos ha ayudado, adiestrándolo, a rescatar personas, guiar ciegos, reunir rebaños o detectar droga, su cerebro nos entiende, sabe lo que decimos según el estado de ánimo en el que lo pronunciamos.

Por eso muchas veces el perro está triste cuando tú lo estás, no quiere comer y se pone a tu lado esperando que se te pase, porque no sabe lo que sucede, pero sabe que algo te pasa. Recuerdo, y creo que todos lo haremos, el anuncio que se lanzó en 1988 con un perro solo en una carretera y el rótulo, impactante y contundente (muy cierto) de “Él nunca lo haría”. Aquello dejó a la sociedad conmocionada, un perro indefenso que es parte de una familia y que acaba abandonado en ninguna parte para morir, porque. ¿realmente cuantas opciones tiene un perro casero de sobrevivir en medio de una carretera en verano?. Su destino era la muerte, sino algo peor. Según el estudio “Abandono y Adopción” de la Fundación Affinity, estamos en un nivel de abandono alarmante y triste.

En España fueron recogidos en 2015 104.501 perros y 33.330 gatos, de esos animales el 44% son adoptados tras su abandono, el 20% devueltos a sus dueños gracias a los microchips (muy útiles para lo que quieren a sus mascotas) y un 10% sacrificados por el pecado de no haber sido queridos. Y ahora resulta que además los perros se enteran de todo eso. Entienden que alguien no les quiera. El perro, ese animal que salva vida en terremotos o incendios, que acompaña y trabaja con ciegos en sus vidas, que abrazas cuando estás triste o que te siguen allá donde vayas. El perro, ese animal al que abandonamos, vendemos, compramos y maltratamos con embarazos continuos, a ese al que podemos pegar porque siempre vuelve. Ese mismo perro nos entiende, sabe lo que queremos decir cuando lleva tiempo con nosotros, pero aún así, aun siendo tan tontos e inmorales, nos continúa queriendo y defendiendo.

Un día unos perros de presa muy grandes quisieron morder a mi chica, pero Kenia, que era mucho más mayor que ellos, les ladró, arrugó su hocico y se le puso el pelo de punta, las posibilidades de ganar eran muy pocas, pero de no haber hecho eso la perra, quizás esos canes hubieran atacado a mi chica, a su dueña, y Kenia no podía consentir que sucediera. Los perros acabaron por irse y cuando se fueron la perra volvió a ser la de siempre, la que no veía bien dónde caía la piedra que le lanzabas o no entendía muy bien el gesto que le hacías.

Los perros nos aportan mucho y cuando se marchan nos quedamos más vacíos. Si alguien necesita ser entendido, tal vez ha llegado el momento de adoptar un perro y quererlo, tal vez él lo entienda.

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