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En perspectiva, la educación

Miguel Ángel Cerdán

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Cuando la señora Gomendio, antigua número dos del Ministerio de Educación, afirmó que el sistema universitario español era insostenible y venía a decir implícitamente que los españoles habíamos estudiado por encima de nuestras posibilidades, no hacía otra cosa que ser coherente con los intereses de las élites extractivas que ella representa. De hecho, la acción de gobierno de Wert, de Català, de todo el PP, ha ido en la única dirección de defender a unas élites extractivas que contemplan con horror cómo la democratización y la extensión de la enseñanza amenaza su posición. Ellos, acostumbrados a despreciar el mérito y la capacidad como ascensor social, firmes defensores del compadreo y del amiguismo como medio de perpetuación de sus privilegios, han actuado en consecuencia.

De esta manera, cuando se habla de la realidad educativa española, de nuestro sistema educativo, conviene poner las cosas en perspectiva. Así, cuando se critica la mediocre posición que ocupamos en el ranking del Informe PISA, tal vez debamos tener en cuenta que, tal y como demuestra Pau Mari-Klose, si el nivel educativo medio de los padres españoles fuera similar al de los progenitores finlandeses nuestro país ocuparía el octavo lugar en el citado ranking. De hecho, Castilla León, que ocupa un magnífico lugar en el informe PISA, presentaba a finales del siglo XIX unas tasas de alfabetización similares a las europeas; mientras, en el resto de España, el más atroz analfabetismo era la tónica dominante. En esta línea, debemos recordar que si Francia, con Napoleón, creó la Escuela Nacional obligatoria, en España la enseñanza fue un servicio marginal que se dejaba en manos de los Ayuntamientos (que era lo primero que recortaban) y de la Iglesia. De esta manera, a finales del siglo XIX mientras en Francia apenas el 10 % de la población era analfabeta, en España ese porcentaje ascendía a más del 60 %. Es decir, la historia de la alfabetización y de la cultura de las generaciones precedentes influye y mucho en el nivel educativo medio de un país. Esa es la realidad, y lo que debemos tener en cuenta a la hora de analizar en perspectiva lo que ocurre en el ámbito educativo de un país.

En este sentido, España, salvo el breve paréntesis de ese sueño de modernización que supuso la II República, siempre presentó un brutal atraso educativo hasta los años 70 del siglo XX. Eso era lo que le interesaba a las elites extractivas de este país. Y al parecer lo que les vuelve a interesar.

Así, si la II República fue el gran intento modernizador de la Educación en España, si constituyó un verdadero y real esfuerzo por crear una escuela estatal digna de ese nombre, un intento de dotar al país de una Escuela Pública que fomentara una verdadera igualdad de oportunidades, el Franquismo supuso volver a la noche oscura de la ignorancia y de una educación elitista al servicio de unos pocos. De esta forma, conviene recordar que hasta finales de los años sesenta del siglo XX la escolarización obligatoria acababa a los doce años, y como a los diez unos pocos seguían el bachillerato mientras la inmensa mayoría escolarizada seguía dos años más para acabar la primaria. El bachillerato en efecto era seguido por una reducidísima minoría, y así a principios de los años cincuenta, como señala el profesor Viñao Frago, sólo 60 de cada 10.000 habitantes cursaba el bachillerato. Para hacernos una idea, esto implicaría que en una localidad como Benicàssim, con 18.000 habitantes, sólo 100 alumnos y alumnas entre los 10 años y los 17 estarían escolarizados en el Instituto; el resto, a partir de los doce años ya habría abandonado el sistema educativo. De estos 100, apenas 50, a un ritmo de 7 por año, es decir la mitad de los que alcanzasen el último curso, aprobaría la Reválida y obtendría pues el título de Bachillerato. Esta era la realidad del país, una realidad en la que según el profesor Viñao apenas se invertía un 1,4 % del PIB en Educación en 1964 y poco más de un 1,7 % en 1974.

Esta situación empezó a cambiar con la Ley General de Educación de Villar Palasí en el año 1970. Fue entonces cuando se estableció de hecho la educación obligatoria hasta los 14 años. Muchas décadas después de Europa, España inició su expansión educativa, expansión que siguió con la LOGSE y con el establecimiento de la educación obligatoria hasta los 16 años. Es decir, para entendernos, hasta los años ochenta del siglo pasado, España no entró en la universalización educativa ni hizo un esfuerzo en ese sentido digno de ese nombre. De hecho, hoy seguimos teniendo una tasa bajísima de universitarios mayores de cincuenta años. Y ello explica, como ha demostrado Mari-Klose, que los resultados en PISA no sean mejores. Es decir, España sufre un atraso cultural y educativo brutal, un atraso que no se intentó superar hasta hace apenas tres décadas, y que seguimos pagando hoy en día. Por eso es tremendo que Wert en particular y el PP en general nos intente retrotraer a épocas oscuras. Así, hoy estamos en el 4 % del PIB destinado a Educación, en un retroceso desde hace cuatro años, y volvemos a estar muy alejados de la media europea, que supera el 5 % y mucho más aún de Finlandia, el primer país en el ranking PISA, que dedica el 6 % de su Producto Interior Bruto a Educación. Y según el plan trienal que el Gobierno del señor Rajoy ha enviado a Bruselas, en el 2018 ese porcentaje todavía está previsto que se reduzca más, hasta un miserable 3,7 % del PIB. Para poner en perspectiva la Educación, y lo que hace la Derecha.

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