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Como pollos sin cabeza

Una pancarta de 'No nos representan'

Rubén Cervantes, participante en Podemos

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Tras los resultados electorales del pasado 25 de mayo de las elecciones al Parlamento Europeo los distintos sectores dentro de la política tradicional han reaccionado de formas distintas y peculiares, como pollos sin cabeza.

De una parte, los amigos de la casta y élites financieras claman al cielo utilizando calificativos insultantes y violentos, contra los que aplicando el sentido común, proponemos alternativas sociales y económicas a las políticas neoliberales que nos han sumido en el paro y la precariedad, mientras que ellos se enriquecen impunemente a costa de nuestra sanidad, educación y derechos laborales. Esta violencia verbal no hace más que reforzarnos en nuestras tesis en contra de una oligarquía extractora de recursos vitales de una sociedad malherida por la corrupción. Los verdaderos terroristas son los que rescatan bancos y desahucian familias.

Por otra parte, los camaleones de la política se intenta mimetizar con los métodos de la participación ciudadana representando brindis al sol y aburridos sainetes por lo que deberían ser unas verdaderas primarias abiertas y la recuperación del patrimonio socialista, olvidado ya hace muchas décadas por los más viejos del lugar. Ellos, los políticos profesionales de «izquierda», asesoran a los más ricos como seguir explotando a la gente trabajadora y se llevan las manos a la cabeza cuando aseguramos que no somos ni de izquierdas ni de derechas... Pues sí señores, si Felipe González o José Maria Fidalgo son la izquierda, nos negamos a convivir en esa misma identidad putrefacta. Somos los de abajo, los que ya no poseemos nada, ni tan siquiera miedo, porque los de arriba nos lo han arrebatado todo.

Una vez abandonado el campo del duopolio dinástico gobernante el panorama tampoco es muy alentador. Algunos todavía no pueden, o no saben, explicar como una fuerza emergente como Podemos ha conseguido unos resultados electorales, en pocos meses de vida, tan similares e incluso superiores a los de Izquierda Unida; una coalición cada día más fragmentada en familias e intereses particulares, contaminada de profesionalismo e imperativos legales que la empujan a la aplicación de las doctrinas depredadoras de la Troika allí donde gobiernan con los representantes de la «izquierda» del sistema. Para algunos de éstos la confluencia es una condena, un peaje a pagar. En el mejor de los casos, son militantes de base que intentan comprender las lecciones del 15M y modernizar las estructuras de su vieja maquinaria partidista; en el peor, la culpa es de la gente, que una vez más no entendió un programa redactado para ellos pero sin ellos.

La unidad está de moda y es demandada por amplios sectores de la sociedad. Necesitamos una confluencia mayoritaria de intereses sociales que reviertan las políticas de austeridad y abra nuevas vías de crecimiento económico, sostenible ecológicamente y que vele por la igualdad de genero. La unidad no es una papeleta de sopa de siglas o pactos postelectorales por arriba entre las direcciones de los partidos alternativos al PPSOE. Como explica Teresa Rodríguez, eurodiputada de Podemos, la unidad solo es posible si «la gente puede estar directamente en debates sobre las candidaturas, el programa, y romper de algún modo los muros entre las organizaciones políticas y la sociedad“. Cualquier atajo nos llevaría a un callejón sin salida donde reproduciríamos la lógica del sistema, algo que está muy presente en las generaciones que votaron con ilusión al PSOE en 1982.

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