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¿A ti también te da miedo ir a trabajar? El riesgo de defender los derechos humanos en Honduras

Trabajo precario

Diana Parra

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Llegó enero, el final de las fiestas y la vuelta a la rutina. A diferencia de muchas de las personas que ahora leen estas palabras, regresar a la rutina en mi caso implica mucho más que poner la alarma, planchar la ropa y desempolvar los tuppers para la comida.

Yo trabajo en Honduras, un país hermoso y de gente amable, pero también uno de los países más peligrosos del mundo al registrar, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una de las tasas de homicidios más altas del mundo. Antes de viajar, me aseguro de que las maletas estén bien cerradas e identificadas, los papeles en regla, el nombre de la persona que viene a recogerme, así como la matrícula del vehículo. Una vez en terreno, llego a un piso con vigilancia 24 horas, cámaras de seguridad, códigos de acceso y alambrado eléctrico. Medidas de seguridad que también aplican a mi lugar de trabajo.

Por mi condición de extranjera, en el país tengo prohibido coger taxis en la calle y debo estar vigilante para evitar ser víctima de la delincuencia común. Por mi trabajo, parto de la base de que mi teléfono está intervenido, preciso usar rutas alternativas para llegar y salir de la oficina, así como aplicar la más alta discrecionalidad con los datos e información que se manejan.

La respuesta a lo que me imagino os estaréis preguntando es: trabajo en la defensa y promoción de los derechos humanos, gestiono proyectos y realizo investigaciones sobre el estado de los derechos fundamentales y libertades públicas reconocidos internacionalmente. Como muchas y muchos en el sector, trabajo en esto por vocación, porque creo que, independientemente de la cuna y familia en la que se nace, todas y todos tenemos derechos a la igualdad de oportunidades, al acceso a la justicia y a un desarrollo sostenible.

No intento cambiar el mundo, lo sé, pero como bien señala Oxfam Intermón, organización con la que he venido colaborando en Valencia, creo que puedo contribuir positivamente a cambiar vidas que cambian vidas. Nuestro trabajo es digno, transparente y su misión es generar un cambio positivo, apoyar la universalización de los derechos que la comunidad internacional adjudica a todos los seres humanos por el mero hecho de nacer persona. Me pregunto: ¿Por qué entonces, ser defensora o defensor de los derechos humanos es una labor de alto riesgo? ¿Por qué mi condición de defensora de derechos humanos invade mi esfera privada y me obliga a vivir en estado de alerta las 24 horas del día los 7 días de la semana?

Personalmente, aún no he hallado una respuesta exacta, pero en su informe “El Riesgo de Defender”, Oxfam analiza y denuncia la agudización de las agresiones hacia activistas de derechos humanos en América Latina. Dicho informe identifica tres factores que inciden en las amenazas y la violencia a las que estamos sometidos las y los defensores de derechos humanos. En primer lugar, la prevalencia de la cultura patriarcal que afecta a las mujeres defensoras de derechos humanos. En segundo lugar, la correlación entre el incremento de proyectos y actividades extractivas y la violencia contra las y los defensores de los derechos sobre la tierra y el medio ambiente. Por último, la cooptación de las instituciones estatales por el poder fáctico.

Defensores en Línea denuncia que Honduras es uno de los países más peligrosos del mundo para desarrollar la defensa de los derechos humanos. Por su parte, Global Witness señala que los 120 asesinatos de defensoras y defensores de derechos medio ambientales, desde el 2010 hasta la fecha, hacen que el país sea el más peligroso del mundo para el activismo ambiental. El caso más emblemático es el de Berta Cáceres, lideresa del pueblo indígena Lenca, quien denunció y se opuso a la construcción de la represa de Agua Zarca en un terreno ancestral. Su muerte, el 2 de marzo del 2016, internacionalizó la situación de riesgo que sufrimos las y los defensores de derechos humanos.

En el 2013, el Gobierno de Honduras se vio obligado a promulgar la Ley de Protección para las y los Defensores de Derechos Humanos, Periodistas, Comunicadores Sociales y Operadores de Justicia. El objetivo de la ley: reconocer, promover, y proteger los derechos humanos y las libertades fundamentales, reconocidos y contenidos en los instrumentos de derecho internacional de toda persona natural o jurídica dedicada a la promoción y defensa de los derechos humanos, a la libertad de expresión y a las labores jurisdiccionales en riesgo por su actividad. En el 2017, 63 defensores y periodistas se acogieron al mecanismo de protección. Tanto organismos internacionales, como sociedad civil aplauden los avances, aunque consideran que existe espacio para mejorar, e insisten en la necesidad de adoptar medidas preventivas eficaces para luchar contra esta realidad.

Con financiación de Oxfam se está trabajando, por un lado, en la capacitación de lideresas y líderes indígenas en los estándares internacionales de protección de los pueblos indígenas. Por otro lado, se realizan talleres de capacitación para diseminar los mecanismos de protección nacionales e internacionales de los que disponen frente a las amenazas y violencia de la cual son objeto. Este año seguiremos con esta labor y seguiremos analizando y denunciando los riesgos a los que están sometidos las y los defensores de derechos humanos.

Me imagino que muchas y muchos de vosotros os estaréis preguntando lo mismo que mi familia y amigos: ¿Qué necesidad de poner la vida en peligro por un trabajo? Mi respuesta es simple, me encanta mi trabajo, me permite analizar, aprender e interactuar con la gente y sus realidades. Transmitir conocimiento, generar cambios y empoderar a seres humanos me genera satisfacción personal y me alimenta la esperanza de seguir contribuyendo, aunque mínimamente, a crear un mundo más equitativo y justo.

Para finalizar, me gustaría extender una invitación a todas y todos para que nos apoyéis en la denuncia del riesgo que corremos las y los defensores de derechos, porque ir a trabajar no sólo es un derecho sino nuestra manera de aportar e inculcar valores en nuestros semejantes, especialmente los desposeídos, de nuestras ciudades, naciones y planeta.

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